Una historia de fantasmas. De quienes se van o desaparecen, se pierden en la insular geografía de Jamaica o en la ancestral historia de su conquista y explotación. Como ecos desde el más allá, las voces de los que no están llegan a los oídos de Millie Black (Tamara Lawrence), una ex policía de Scotland Yard que ha regresado a Kingston para encontrar las huellas de un hermano al que creía muerto. La última vez que lo vio, ambos eran niños y la memoria compartida estaba signada por el abandono del padre, el rencor de la madre, el maltrato físico y el desprecio verbal. “Maricón” gritaba su madre durante los arranques de furia cuando Orville se escondía y Millie intentaba protegerlo. Pero no fue suficiente, no entonces, y tampoco ahora cuando ella regresa de su impuesto exilio en Londres para reencontrarse con el pasado. La casa tiene las huellas de aquel horror, voces cautivas, una mácula dolorosa que también impregna sus paredes. ¿Dónde está Orville? ¿Ha muerto como anunció su madre años atrás? Orville ya no está, pero en su lugar asoma Hibiscus (Chyna McQueen), una mujer trans golpeada por la vida y la historia, habitante de los bajos fondos de Jamaica y fantasma de ese pasado que no se puede olvidar.
Escrita, dirigida y producida por el escritor jamaiquino Marlon James, Millie Black recorre un largo camino que une presente y pasado. En la ficción, es un relato policial que une varias desapariciones en Jamaica con la historia personal de la detective y, en tanto documento, recoge la memoria histórica de aquella isla que explora y redime su pasado colonial. Jamaica es el escenario privilegiado de la obra de James, y con ella sus mundos en pugna. Un cordón urbano en Kingston bautizado La Zanja, donde se arrinconan el crimen y la marginalidad junto a los clubes nocturnos, los autos descapotables en busca de sexo por las barrancas y el tráfico de drogas y personas. En la otra punta asoman los suburbios señoriales, con sus habitantes blancos y adinerados, sus mansiones con sirvientes negros y fiestas glamorosas. Es esa frontera invisible la que cruza día a día Millie Black, siguiendo la pesquisa de cada nuevo caso y buscando en el recuerdo de Orville una vida posible junto a Hibiscus, perseguida como todos en La Zanja, sobreviviendo cada noche como si fuera la última.
El prólogo del primer episodio resume brevemente el pasado de Millie Black: hace un año que abandonó la policía Metropolitana en Londres y está de nuevo en Kingston, después del llamado que anunciaba la muerte de su madre. Vive nuevamente en la casa de su infancia e intenta recomponer la relación con Hibiscus, dejando atrás la dolorosa memoria de Orville. Una mañana llega una monja a la comisaría para denunciar la desaparición de la joven Janet Fenton (Shernet Swearine), estudiante aplicada y voluntaria de un programa de lectura para niños sin recursos. Hace dos semanas que no se sabe nada de ella, la madre especula con una ausencia voluntaria, una caja de fósforos del bar Hot Pink siembra la primera pista. Millie sale a buscar nuevos fantasmas: la propia Janet, las chicas negras que bailan en el caño de los clubes go-go, las compañeras de Hibiscus que escapan de la policía, el recuerdo de un niño perdido en Londres cuyo imposible hallazgo todavía la persigue. Fantasmas que no descansan, que deambulan sin cesar, que no dejan de llamarla para que los vaya a buscar.
Un mundo real
Marlon James ganó el premio Booker en 2015 con su tercera novela, Breve historia de siete asesinatos, basada en los trazos criminales de la historia jamaiquina recogidos por varios narradores. Esa es también la inspiración de su primera serie como creador, donde recoge la homofobia arraigada en su país de origen del que debió huir en su temprana juventud. La vida marginal de Hibiscus está habitada por una vitalidad inusual en las historias policiales, por una dimensión casi documental sobre el hábitat en La Zanja, las incursiones brutales de la policía, las golpizas de los gángsters locales. La materia prima de la ficción de James proviene de las historias narradas por su madre, una oficial de la policía jamaiquina. “Mi madre era policía cuando Jamaica todavía era una colonia, literalmente el brazo fuerte de la corona. Luego el país tuvo que redefinirse a sí mismo, y también lo hizo ella como mujer policía en un territorio que se estaba volviendo cada vez más volátil. Fueron esos cambios en los códigos criminales y en el juego político los que intenté reflejar en la serie”, explica James en una reciente entrevista con The Finantial Times.
Pero quizás el gesto más auténtico de Millie Black consiste en haber filmado durante tres meses en la propia Jamaica, y no en República Dominicana u otras islas donde se suelen ambientar las ficciones caribeñas, con el objetivo de ofrecer un retrato cercano a la realidad, con los cuerpos que la habitan, una geografía que tiene mucho para revelar. “A menudo los jamaiquinos son asimilados como ‘yardies’ para la perspectiva de Reino Unido”, dice la alemana-jamaicana Annetta Laufer, una de las directoras de la serie. ‘Yardies’ fue el mote aplicado a los inmigrantes caribeños que llegaron a Europa en los años 50, con el objetivo de reforzar la fuerza laboral, y evoca una referencia despectiva a las colonias como “patio tarsero” del imperio. “Los ‘yardies’ son los que consumen drogas, los que delinquen, en suma, los pobres. Ver jamaiquinos de clase media, blancos y negros, con niños, casas y autos, simplemente yendo a trabajar, no es algo a lo que estemos acostumbrados en las ficciones”, concluye Laufer. Y a la hora de retratar las zonas menos favorecidas como La Zanja, que refiere a los desagües pluviales abiertos de Kingston, Millie Black esquiva también los estereotipos. “Creés que es el peor lugar de la Tierra, pero las Sunlight Ladies han creado allí un espacio seguro”.
Las ‘Sunlight Ladies’ son las integrantes de la comunidad trans que dio refugio a Hibiscus en la serie y está inspirada en las ‘Gully Queens’ de Kingston, colectivo que James recoge con vigor y autenticidad. “La Jamaica de hoy no es la que dejé en 2007 –recuerda James, quien fue sometido a rituales religiosos para ‘normalizar’ su orientación sexual durante su temprana adolescencia–; de hecho, la comunidad abiertamente trans que aparece en la serie no existía cuando me fui”, agrega. (En 2006, la revista Time señaló a Jamaica como “el lugar más homofóbico de la Tierra”). Sin embargo, en la Jamaica del presente persisten numerosas contradicciones: la violencia policial contra la comunidad queer, las tensiones de clase entre las zonas blancas y las barriadas negras, los residuos coloniales en las instituciones. La mirada de James recoge esa convivencia de muchas Jamaicas en una, y engrandece su relato al darle voz a quienes no la tenían veinte años atrás. “Si vas a contar una historia sobre Jamaica, no podés usar una sola voz –agrega–. Es el país pequeño más grande del mundo: hay quince Jamaicas diferentes en una isla”.
Colonialismo y después
Millie Black está conducida por cinco voces diferentes, cada una como centro de sus cinco episodios. La primera es la de Millie Black, su llegada, sus conflictos del pasado, el inicio de su investigación. La trama la empuja tras los pasos de Janet Fenton, la estudiante desaparecida: detrás de ella asoman el club Hot Pinky y sus bailarinas, el enfant terrible Freddie Summerville (Peter John Thwaites), hijo díscolo de una familia blanca y rica que parece involucrado con pandilleros y maleantes, y la misteriosa desaparición de un niño. En esa búsqueda, Millie no pide permiso, desafía los mandatos de sus superiores, altera las escenas del crimen y a menudo prosigue la pesquisa guiada por intuiciones. Su complicada relación con Hibiscus, con quien discute, cita para el almuerzo o saca de la cárcel luego de una golpiza, se complementa con la entrañable amistad con Curtis (Gershwyn Eustache Jnr), un policía gay que debe mantener las apariencias ante una institución acuartelada en sus prejuicios, y un barman con el que pasa algunas noches e intenta explorar su deseo más allá de sus fantasmas.
“Millie es un personaje atípico para las narrativas caribeñas, demasiado franca para ser una mujer negra en un entorno a menudo hostil”, explica la actriz Tamara Lawrance, criada “culturalmente jamaiquina” en el norte de Londres por una madre que emigró a Inglaterra a los 17 años. “Los personajes negros en espacios tradicionalmente blancos no suelen ser tan directos como Millie", aclara. “Ella no es un personaje agradable y no se esfuerza por agradar a los demás. Es clave, en ese sentido, tener detrás a un escritor caribeño que transmite al personaje seguridad en los diálogos, de una manera que los personajes escritos por británicos no tienen”. Millie lo revela en la entrada a la imponente mansión de los Summerville, donde enfrenta con altura el desprecio de sus moradores, y en el hospital donde internan a Curtis, al repeler el ninguneo al novio de su colega cuando no lo admiten como visita al herido de bala. “Acá no reconocemos a esa familia”, le advierte la enfermera, mientras Millie afirma en su rechazo una voz resistente a ese discurso que no extingue.
La segunda narradora es Hibiscus, recorriendo el pasado violento junto a su madre, los reproches y los cintazos, la huida a La Zanja, el hallazgo de su nueva identidad. La historia de la comunidad trans se roza con la investigación de las desapariciones, los ambientes se entrecruzan, los misterios se duplican. Y todo se complica ante la llegada de Luke Holborn (Joe Dempsie), un detective británico que asegura tener un acuerdo con Summerville para resolver un caso criminal en Londres. Las tensiones con las directivas de Scotland Yard actualizan los residuos coloniales que persisten en Jamaica, y ese personaje transita el tercer episodio como una voz exterior, potente y reveladora. La dinámica entre Millie y Holborn, más allá de la disputa por el liderazgo y el apego a los protocolos, se expande a la dependencia de la justicia jamaiquina de las directivas de su anterior imperio. Los llamados ‘yardies’ a menudo fueron identificados como responsables de la criminalidad organizada en Reino Unido y la mirada de Scotland Yard sobre su antigua colonia está imbuida de la xenofobia que hoy circula en las nuevas derechas.
“Este es un país saqueado por la colonización y hay muchas dificultades”, explica Lawrance. “Y, como actualización de la pasada dependencia del Reino Unido, hoy en día existe el yugo del colonialismo estadounidense: la mayoría de la gente no puede salir de Jamaica sin una visa para los Estados Unidos porque hay que pasar por Miami para llegar a cualquier otro lugar del Caribe. Algunas personas solo pueden obtener visas a través del nepotismo o si son de cierta clase social, por lo que mucha gente no puede viajar a donde quiere”. Esa claustrofobia adquiere peso simbólico en la puesta en escena de Millie Black, definida por la nocturnidad en varias de sus escenas claves, por escenarios opresivos en las barriadas de La Zanja, y una estética exuberante y ostentosa en las casonas españolas de los suburbios, con sus señores vestidos de lino blanco en ambientes amplios de luz y color pastel. James reconoce como influencia tanto la tradición del gótico sureño encarnada en True detective, que nutre la estética de los bañados de la isla, y la del scandi noir, clave para la nocturnidad y la tensión narrativa propia del thriller nórdico.
“Como todas las historias de este país, esta es una historia de fantasmas”. La voz de su creador, Marlon James, es también la de Millie Black en la eterna búsqueda de alguien a quien salvar, la de Hibiscus bajo la protección de las Sunlight Ladies, la de Janet en su periplo de calvario y redención, la de Holborn como recuerdo imborrable de la colonización. Muchas Jamaicas en una, muchas voces para sus fantasmas. Una historia que transgrede los límites de esa pequeña isla, que impregna de la memoria de los exilios y abandonos ese nuevo y contradictorio presente.