Un equipo interdisciplinario de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) logró un potencial avance en el tratamiento de la epilepsia al descubrir dos derivados de ácidos grasos con potencial anticonvulsivo. Se trata de la tesis de doctorado de Emilia Barrionuevo en el ámbito del Laboratorio de Investigación y Desarrollo de Bioactivos de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNLP, a cargo del Doctor Alan Talevi, en colaboración con el Instituto de Estudios Inmunológicos y Fisiopatológicos (IIFP) y el Instituto Multidisciplinario de Biología Celular (IMBICE). La investigación de Barrionuevo cuenta con el apoyo de diversas instituciones, como el CONICET y la Agencia I+D+i.
El Doctor Talevi, director del LIDeB e Investigador Principal de CONICET, relata que hace veinte años están a la búsqueda de compuestos que protejan de crisis epilépticas. “En el laboratorio lo que hacemos es trabajar de manera integral con la búsqueda y diseño de nuevos fármacos, asistidos por la computadora. Luego, algunos de los compuestos químicos que diseñamos, eventualmente procedemos a la evaluación farmacológica de esos candidatos a fármacos”, dice.
En ese marco fue que identificaron hace unos años que un derivado de ácidos grasos tenía actividad anticonvulsiva en un modelo animal farmacorresistente. “Hay un tercio más o menos de los pacientes que tienen epilepsias que son farmacorresistentes y no logran controlar totalmente las crisis con la medicación disponible”, dice y, si bien sabían que uno de los tratamientos que se utiliza complementariamente a la medicación para tratar la epilepsia es la dieta cetogénica, su hipótesis fue indagar en qué pasaría si se enriquecieran los alimentos cetogénicos en ácidos grasos anticonvulsivos de modo de potenciar la inhibición de las crisis. Lo que buscan es dar con un alimento cetogénico de eficacia aumentada, en el que están trabajando actualmente a partir de comprobar la eficacia de los derivados anticonvulsivos de ácidos grasos.
El descubrimiento resultó prometedor. Actualmente, existen más de 30 medicamentos anticonvulsivos disponibles, pero alrededor del 30% de los pacientes no logran controlar las crisis con estos tratamientos. Este descubrimiento podría ayudar a mejorar la calidad de vida de los pacientes. Se podrían utilizar en terapias complementarias a la farmacoterapia, ofreciendo una alternativa en los casos en que los tratamientos convencionales no son efectivos.
Este hallazgo también abre la puerta a su posible implementación en alimentos funcionales que, al ser consumidos, podrían contribuir al control de las crisis epilépticas. “Ahora podríamos formular un alimento cetogénico con quizás eficacia aumentada en epilepsias, enriqueciéndolo en estos ácidos grasos o derivados que encontramos que tienen la actividad. Estamos haciendo eso con un grupo del CITCA, que es un centro de investigación también dependiente de la universidad y del CONICET de acá de La Plata, que se dedica a la tecnología de alimentos”, dice Talevi.
Aunque el número de compuestos evaluados en este trabajo fue reducido, la tasa de falsos positivos fue mínima. "Sin la ayuda de los métodos computacionales, para encontrar dos candidatos activos deberían evaluarse experimentalmente unos mil compuestos. En este caso, evaluamos solo cuatro, y los cuatro demostraron protección frente a las convulsiones", destacó el investigador.
En el contexto actual
Talevi trabaja como investigador desde el 2004. Su primera beca la obtuvo en CONICET en el 2005 y es la primera vez en años donde observa que hay una construcción muy marcada por parte del oficialismo para hacerle creer a la gente que los científicos son vagos, o que no aportan nada útil a la sociedad.
“Ser científico nunca fue un trabajo bien remunerado en relación con la formación y el trabajo que conlleva. Pero siempre hubo una opinión social sobre que éramos valiosos y útiles. Había un consenso en la sociedad que hoy está siendo cuestionado. Es muy duro que ya no se reconozcan los aportes de la ciencia como valiosos y, además, es peligroso, porque los países más desarrollados sustentan una posición central en la economía, justamente, porque invierten en ciencia y tecnología. Cuando uno desmerece el potencial del desarrollo científico-tecnológico, atenta contra el desarrollo de un país”, reflexiona.
El sistema científico nacional funciona en gran medida gracias a los subsidios públicos nacionales e internacionales que aportan dinero para subvencionar las investigaciones, comprar insumos, equipamiento, entre otras cosas. “Es la primera vez desde que yo trabajo en el sistema científico donde hay un enorme retraso en desembolsar los fondos ya asignados para investigar por parte del Estado Nacional. Recalco ya asignados. Porque no se avanzó en evaluar nuevas presentaciones de subsidios que se han hecho el año pasado”, dice.
El sistema no está paralizado del todo, porque algunos subsidios llegan a cuenta gota, aunque con mucho retraso y en una moneda despreciada. “Por más que las universidades y el CONICET sigan pagando salarios, si no hay dinero para comprar insumos y todo lo que se necesita para investigar, es ir camino a la parálisis. Los investigadores advierten esto y comienzan a irse al exterior. En nuestro equipo ya hay varios que migraron a otros países”, dice y agrega: “En el mundo hay avidez por los recursos capacitados en Argentina. Estamos perdiendo capital científico y simbólico. Es un panorama bastante oscuro”, concluye Talevi.
La investigación que llevan adelante podría verse perjudicada. Actualmente han tenido que recurrir a subsidios externos que no dependan del Estado Nacional para continuar avanzando, como por ejemplo el que les brinda la organización europea de pacientes con epilepsia, ApoyoDravet. Las instituciones nacionales siguen en pie, batiendo récords, a pesar de los embates de aquellos que deberían protegerlas.