Nuestra identidad reside en la memoria. Piensen en el drama de sentirse de derecha en un cuerpo equivocado. Es el caso de la actriz trans Karla Sofía Gascón, apartada de los Oscar por sus antiguos tuits racistas. Ser un símbolo, y saberlo, es terrible, exige mucho. Ahora Netflix la aparta de la promoción porque no tiene las ideas adecuadas para la venta del producto. La mayor paradoja de todo esto es cómo algunos comentarios te pueden dejar fuera de los Oscar, pero con ellos alcanzar perfectamente la presidencia de los Estados Unidos. Luego te dicen que la Tierra es plana, y uno se lo cree.
Un delincuente convicto ocupa por primera vez en la historia el cargo de presidente de Estados Unidos. Trump ya cuenta con antecedentes penales. Su ADN está registrado, no por instigación al autogolpe, sino por falsedad contable al comprar el silencio de una actriz porno. Se entiende. Gran parte de su ideología se concentra en sus partes nobles.
En apenas unas semanas el vaquero de la Casa Blanca se quiso anexionar Greonlandia, Canadá, el canal de Panamá, construir un resort en la franja de Gaza, hacerse con las tierras raras de Ucrania, salirse de OMS, prohibir los programas de diversidad, acelerar las deportaciones masivas, y subir los aranceles como si tuviese una erección. Con tanta testosterona patriótica muchos están descubriendo espasmos en el brazo a lo Elon Musk.
No hay ficción capaz de seguirle el ritmo al Imperio, a su prepotencia, a su voracidad. Ahora se están devorando el fútbol. Desengáñese. Los amos del fútbol mundial no son árabes, ni rusos, ni chinos, son estadounidenses. El Tío Sam está comprando el fútbol a golpe de talonario. El valor aproximado de la inversión asciende a 19.000 millones de euros según estimaciones de Forbes.
Los datos son demoledores. El fondo RedBird es el dueño del AC Milan y del Toulouse francés. El Chelsea es de Todd Boehly, adquirido en 5.300 millones de euros. A la operación se sumaron el fondo Clearlake Capital, Mark Walter y Hansjoerg Wyss. El Liverpool es de Fenway Sports Group, dueño de los Boston Red Sox (Béisbol). El Manchester United de los magnates de la NFL, propietarios de los Tampa Bay Buccaners. El Arsenal es de Enos Stanley Kroenke. El Crystal Palace de Joshua Harris, y el West Ham de David Blitzer, ambos con capital en los Philadelphia 76ers de la NBA. El Aston Villa y el Leeds son de Wesley Edens. La Fiorentina de Rocco B Commisso, y Thoman Dan Friedkin del AC Roma. El Parma Calcio y el Spezia de Kyle J. Krauseo y Robert Platek. El Olympique de Marsella de Frank H. McCourt Jr, y el Girondins de Burdeos de Joe DaGrosa, presidente de Axxes Capital. El fondo 777 Partners es dueño del 12% del Sevilla FC, y el Real Madrid (sin privatizar) ha firmado un acuerdo con Sixth Street y Legends por los derechos de publicidad de una parte del Santiago Bernabéu.
El fútbol se acerca cada vez más a la noción griega de oligarquía, entendida como gobierno de los ricos. “Hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos”, dijo Warren Buffett. Quizá no imaginaba cómo se radicalizaría su premisa. Diríamos que la clase trabajadora la forman todos los que no tienen otra cosa para vender que su trabajo. Yo le robo la consigna a Buffett. Despertemos: hay una guerra de clases, y la están ganando los ricos.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979