Cuando uno lee el relato titulado El pecado mortal de Silvina Ocampo, no cuesta nada imaginarlo como un relato de la histeria en Freud. Lo que aparece como material de trabajo para el psicoanalista no es la verdad o mentira del relato sino el relato mismo.
El relato de Silvina Ocampo tiene la particularidad de estar narrado por una mujer adulta que habla a una niña en primera persona mezclando a la vez pasado y presente, es en este sentido que constituye un relato en tanto que la niña no está allí más que por la palabra de la mujer que la evoca y es a lo largo del relato que se deja entrever que esa mujer que cuenta el relato fue esa niña a la cual el relato está dirigido.
Lo que se cuenta en este relato es el abuso sexual que sufre una niña por parte de uno de los criados de la casa donde ella vivía con su familia. El relato comienza con la voz de la mujer que habla a la niña sobre la pureza y la impureza antes de que ella haya tomado su primera comunión: “Dios me lo perdone, pues fui en cierto modo tu cómplice y tu esclava.”.
La minuciosidad del relato expone cierta fijación a algunos recuerdos en relación a detalles que parecieran no tener demasiada importancia (la flor roja llamada plumerito, el libro de misa de tapas blancas con el cáliz estampado en la primera página, el vestido blanco lleno de entredoses, los guantes de hilo, el rosario de perlitas) y que es precisamente por eso que tienen una gran importancia para la construcción del relato y la realidad psíquica de quien lo cuenta.
Lo que aparece en un primer momento del relato es un cuestionamiento acerca del amor y el placer… “ (…) conociste en aquel tiempo el placer -diré- del amor, por no nombrarlo con su nombre técnico; tampoco tú podrías darle un nombre técnico, pues ni siquiera sabías dónde colocarlo en la lista de pecados que tan aplicadamente estudiabas. Ni siquiera en el catecismo estaba todo previsto ni aclarado.”
Es a partir de este cuestionamiento que el abuso se identifica como “pecado” y es así que es calificado de “mortal”, pecado mortal en tanto pecado inconfesable para una niña que no puede hablar porque no sabe qué decir, una niña a la que no se le podía dar voz para que su relato sea escuchado, ni siquiera en el catecismo en donde no estaba todo previsto ni aclarado; intenta contárselo a otras niñas pero no resulta como ella esperaba, pues las otras niñas tampoco podían saber de qué se trataba “Ninguna amiga lo comprendía, ni intentaba participar de él, pero todas fingían lo contrario, para contentarte, y sembraban en tu corazón esa pánica soledad (mayor que tú) de saberte engañada por el prójimo”.
A lo largo del relato la mujer (la niña ahora adulta) identifica ciertas actitudes por parte de Chango (su abusador) que podrían haber funcionado como una señal para la niña, si hubiese podido estar informada previamente, gracias a lo que podría haber identificado y relatado si se le hubiera dado voz para ese relato: Chango la llama Muñeca como un apodo, otras veces se demora en el recinto para verla pasar por el corredor, otras veces se arrima incesantemente a la punta de una mesa, le roba su flor de plumerito que luego usa para adornar su ropa. Estas actitudes se dan el marco de una excesiva confianza hacia Chango por parte de los padres de la niña “Chango es serio. Chango es bueno. Mejor que una niñera. (…) Es claro, se entretiene con ella. (…) Los padres de la niñita son generosos; tan generosos que pagan un sueldo de institutriz a Chango.”
Cuando había fiestas o muertes la niña se quedaba a solas con Chango en el piso alto. Un día en el que hubo una muerte la niña estaba sola con Chango en el piso alto comiendo chocolates que él le había regalado y jugando con sus juguetes, la madre se había acercado fugazmente y preguntado a Chango si era necesario invitar otra niñita a jugar a lo que él respondió que no. Chango se arrimaba a la punta de la mesa y miraba a la niña vigilando que nadie viniera por el ascensor “Jugabas con resignada inquietud. Presentías que algo insólito había sucedido o iba a suceder en la casa. (…) La puerta estaba abierta: era tan alta que su abertura equivalía a la de tres puertas de un edificio actual, pero eso no facilitaría tu huida (…)”.
Chango se alejó de la mesa y le ordenó “Mirarás por la cerradura, cuando yo esté en el cuartito de al lado. Voy a mostrarte algo muy lindo”, Chango le enseñó cómo debía colocar el ojo para mirar a través de la cerradura y salió del cuarto dejando sola a la niña: “Seguiste jugando como si Dios te mirara, por compromiso, con esa aplicación engañosa que a veces ponen en su juego los niños.”.
La niña se acercó a la cerradura, con curiosidad, y miró; luego se alejó pero escuchó la voz de Chango que le decía “mira Muñeca” y se volvió a acercar “Volviste a mirar. Un aliento de animal se filtró por la puerta, no era ya el aire de una ventana abierta en el cuarto contiguo. Qué pena siento al pensar que lo horrible imita lo hermoso".
La niña se alejó de la puerta y retomó sus juegos de manera mecánica, Chango volvió al cuarto y le preguntó si lo había visto, la niña negó con la cabeza, pero Chango, sabiendo que mentía, insistió preguntándole si le había gustado y se arrimó a la punta de la mesa donde ella trataba de jugar: “Con su mirada turbia recorría los centímetros que te separaban de él y ya imperceptiblemente se deslizaba a tu encuentro. Te echaste al suelo (…) No te moviste. (…) Las venas de sus manos se hincharon como de tinta azul. En la punta de los dedos viste que tenía moretones. Involuntariamente recorriste con la mirada los detalles de su chaqueta de lustrina, tan áspera sobre tus rodillas. Desde entonces verías para siempre las tragedias de tu vida adornadas con detalles minuciosos. No te defendiste. Añorabas la pulcra flor del plumerito, tu morbosidad incomprendida, pero sentías que aquella arcana representación, impuesta por circunstancias imprevisibles, tenía que alcanzar su meta: la imposible violación de tu soledad".
Sin lugar a dudas este es un relato que incomoda al lector precisamente porque lo interpela, es el relato sobre la imposibilidad de una niña de poder contar el abuso que sufrió. El actual presidente busca eliminar la Educación Sexual Integral de las escuelas de Argentina reemplazándola por un contenido no ideologizado que tendría su fundamento en la familia biológica… ya en su texto de 1938 (hace casi un siglo) titulado La Familia, Lacan deja en claro que la familia no es reductible a un hecho biológico y que una posición que así lo pretenda es ideológica, aunque se presente como desideologizada.
Entonces, ¿qué sucede si, bajo ese fundamento ideológico (que se presenta como desideologizado) y biologizante, se elimina la ESI de las escuelas? ¿Dónde encontrarán los niños un espacio para identificar estos abusos? ¿Desde qué lugar los niños podrán construir sus relatos para ser escuchados? ¿O es eso precisamente lo que se busca eliminar con la ESI? la construcción del relato del niño que denuncia el abuso.
Es primordial en estos tiempos, desde nuestra posición de psicoanalistas, rescatar el valor fundamental del relato del niño, no juzgarlo como verdadero o falso, sino alojando su palabra y permitiéndole que esa palabra pueda ser escuchada y pueda ser dicha… ¿qué hay de tan peligroso en que los niños hablen?
Podemos comprender la ESI en las escuelas como una vía de posibilidad para que el relato del niño aparezca y pueda ser escuchado ¿por qué se quiere eliminar eso? En el cuento de Silvina Ocampo es esa imposibilidad de construir el relato de la niña la que la lleva a comprender su abuso como un pecado inconfesable, inconfesable en tanto no hay nada ni nadie que habilite su palabra ni que puede alojar ese decir, de ahí que la narradora es una mujer adulta que ahora puede hablar, que ahora puede construir el relato de esa niña, pero ahora es tarde: “Te buscaría por el mundo entero a pie como los misioneros para salvarte si tuvieras la suerte, que no tienes, de ser mi contemporánea. Yo sé que durante mucho tiempo oíste en la oscuridad de tu cuarto, con esa insistencia que el silencio desata en los labios crueles de las furias que se dedican a martirizar a los niños, voces inhumanas, unidas a la tuya, que decían: es un pecado mortal".