La forma en que describimos el mundo nos define, habla de nosotrxs mismxs, de lo que vemos, entendemos e integramos a nuestra vida, de cómo pensamos en lxs demás, porque siempre se es en conjunto, siempre se es con otrxs. 

En ese contexto, algo es claro: las palabras resultan fundamentales para tejer urdiembres, tramas sociales, consensos necesarios. En este sentido, lo que se dice de alguien tiene un impacto no sólo en ese alguien, sino también en el tejido social. Entonces, uno de los muchos consensos necesarios tiene que ver con los modos en los que se describe a ciertos colectivos, también al de personas con discapacidad.

Escribo esto porque hace apenas unos días atravesé una situación penosa –valga la redundancia- que me generó impacto, desasosiego y hasta angustia. Hace unos días asistí a una clase sobre historia del cine. Todo se desarrollaba sin sobresaltos hasta que el docente dijo: “Salvo que seas fanático, es difícil ponerse a ver una película en blanco y negro, muda… parece que le faltase todo, como una especie de discapacitado audiovisual”. El comentario, a modo de chiste o gracia, no fue gracioso y sucedió en pleno 2025. Alguien aseveró, en una analogía por mucho desafortunada, que a las personas con discapacidad “parece que nos faltase todo”. 

Fue como un baldazo de agua fría. La charla no sólo dejo de parecerme interesante sino que pensé en abandonar el lugar donde sucedía. Mientras, volvían a mí los episodios de bullying de la primaria y –más solapadamente- de la secundaria donde fui catalogada de renga, pobrecita, subibaja o piernitas, como mote no cariñoso. También los dichos de algunos varones que expresaron: “sos hermosa, lástima que sos discapacitada”. Todo eso pasó por mi mente tras las resonantes e infortunadas palabras del orador de una institución pública. Se lo hice saber al final de su monólogo, para evitar que esas cosas se repitan o, por lo menos, para que no dé lo mismo, para en el futuro elija pensar antes de hablar. 

Nadie es perfecto, pero la discapacidad no debería pensarse como insulto o broma jamás. Porque, de vuelta, la forma en que describimos el mundo nos define, habla de nosotrxs mismxs, de lo que vemos, entendemos e integramos a nuestra vida, y deja huellas en lxs demás. Todo lo anterior, cada una de esas frases, son sólo ejemplos de desconocimiento, ignorancia, falta de empatía y probablemente temor hacia la diferencia. ¿Qué se logra, obtiene o genera mofándose de lxs no “normales”, quién decide qué es lo normal? El paradigma capacista al palo. 

Por supuesto, en una Argentina en donde –como ya se indicó en esta columna- el presidente de la nación utiliza términos asociados a discapacidad como un insulto, donde también y tristemente un diputado nacional y popular se enfurece contra el primer mandatario y su“banda de neurodivergentes” (otra vez, una condición usada como improperio), es fundamental reflexionar sobre estos episodios, es central deconstruir el lenguaje o construir de manera consensuada un léxico inclusivo y no estigmatizaste. 

Que el estereotipo no sea tu tipo

En un texto de 2007, tomado desde el Observatorio de la discriminación en radio y televisión,la especialista Silvia Delfino indicó: “El insulto, el chiste o la burla pueden ser formas de discriminación cuando su ‘golpe de efecto’ o ‘gracia’ descansa en la identificación de las características de un grupo o colectivo social. El insulto en tanto acto de desvalorización constituye un acto discriminatorio porque perpetúa y naturaliza la desigualdad” . Cada agravio entonces intensifica todavía más la inequidad que nos atraviesa a les disca, a les diversxs funcionales, a las 5 millones de personas en que en esta república tenemos alguna situación de discapacidad y aun así somos considerados minoría

Todavía más, aunque existiese una sola persona con discapacidad en el mundo, nadie debe ser objeto de burla y su condición no debe ser sinónimo de insulto. Estos gestos peyorativos deben revisarse si queremos mejorar como sociedad, debemos desterrar los estereotipos desdeñosos, aunque la tarea no sea sencilla. Como explica Cora Gamarnik: “El problema está en que la selección de rasgos distintivos de los otros, realizada por un sector dominante, se acepta como representativa”. En su investigación de 2009 Gamarnik, señala que los estereotipos simplifican, evitan pensar de forma compleja, ejercen violencia y son el caldo de cultivo para la discriminación, los prejuicios y el racismo. 

Desde Chica neurodiversa invitamos a combatir esas cuestiones y decimos: “que el estereotipo no sea tu tipo”. Para esto, como siempre, sumamos las voces de otras mujeres que opinan sobra la discapacidad, el insulto y los estigmas. 

 Gabriela Rottaris. Foto: Tomás Ramírez Labrousse

La diversidad como riqueza

Gabriela Rottaris es productora y editora multimedia y tiene un diagnóstico de Artritis reumatoidea poliarticular, con compromiso motriz en miembros inferiores: “Me parece  fundamental recordar, ante todo, que todas las personas merecen ser tratadas con igualdad y empatía. La discapacidad no define el valor de una persona ni su capacidad para contribuir a la sociedad. Cuando se utiliza a la discapacidad como insulto, se perpetúa el estigma y la exclusión sobre un grupo de personas por su forma de ser, alimentando el desconocimiento y el rechazo hacia el colectivo”, asegura y agrega: “Debemos tener presente que el impacto de nuestras palabras es esencial para construir una sociedad más respetuosa y justa. Es clave ser conscientes de que vivimos en una sociedad diversa y que bajo ningún motivo la forma de ser de una persona, debe ser tomada como insulto. Por eso, es importante promover un lenguaje inclusivo que manifieste la existencia de la diversidad humana. Todos somos diferentes, y esa diversidad es lo que enriquece nuestro mundo”.

Clarisa Gómez Portaluppi

Insultar es evadir la responsabilidad de transformarnos

En la misma línea, Alejandra Noseda, especialista en accesibilidad y no discriminación, considera: “El uso de palabras, como autista, Down, sordo, entre otras, vinculadas a la discapacidad, con el fin de insultar o burlarse de alguien puede conllevar una práctica discriminatoria. Es socialmente inaceptable utilizar este tipo de lenguaje pues se basa en el prejuicio de identificación desvalorizante de las personas que tienen alguna disfunción. Y en este sentido, perpetúa y naturaliza la desigualdad y los paradigmas de prescindencia que no valorizan la diversidad funcional que enriquece nuestra humanidad”.

Finalmente, Clarisa Gómez Portaluppi, psicopedagoga y docente de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, remarca: “Por supuesto que las palabras tienen un peso, construyenrealidad y revelan el modo en que percibimos el mundo. Por eso cuando alguien se atreve a utilizar el término discapacitado como sinónimo de insulto, no sólo es asincrónico sino también un modo cómplice de sostener y justificar lo que ha pasado -y pasa- durante siglos: la segregación, la discriminación y la falta de oportunidades. Es la forma evadir nuestra responsabilidad como sujetos sociales para la transformación. Y está no será sin cuestionar y batallar contra las barreras sociales, físicas, culturales comunicativas y arquitectónicas que ofrece este sistema. Para asumirnos partícipes de la enriquecedora Diversidad Funcional”.

Luego de transcribir estas voces, esta polifonía de mujeres que coinciden –coincidimos- en que ninguna condición es motivo de agravio, lanzamos una propuesta: tracemos un universo simbólico desde la posibilidad, pensemos en palabras que abran y no reduzcan ni cierren, pensemos en la repercusión de aquello que soltamos a flor de labios, seamos empáticxs porque, desde nuestra diversidad funciona las personas con discapacidad funcionamos y aportamos nuestra maravillosa heterogeneidad al mundo. 

Por eso, y tomando las ejemplares luchas de los organismos de DDHH, porque Madres y Abuelas siempre nos marcan el caminodecimos “La discapacidad como insulto nunca más”.