El primer tren de la línea Keihin- Tohoku tenía que salir de la estación de Kamata a las 4.08 de la madrugada. El maquinista, el guardafrenos y el revisor salieron de la sala de guardia nocturna poco después de las 3.00 para ir a la zona de maniobras. Los trenes estaban estacionados uno al lado del otro. Era la madrugada del 12 de mayo, aún estaba oscuro y hacía frío.
Cuando el joven guardafrenos alumbró con la linterna debajo del séptimo y último vagón, se quedó inmóvil, petrificado. Luego dio un respingo y, de repente, empezó a correr agitando los brazos. Fue a la cabina, donde el maquinista acababa de activar el sistema eléctrico, y gritó:
-¡He encontrado un cadáver!
-¿Un cadáver?- Al principio, el maquinista se sobresaltó, pero enseguida se echó a reír-: ¡Pero si el tren no ha arrancado todavía! No podemos haber atropellado a nadie. Restriégate los ojos, que estás medio dormido.
El maquinista estaba en lo cierto. Acababa de levantar el pantógrafo y poner el motor en marcha.
-No, no te lo aseguro- insistió el guardafrenos, blanco como la nieve-. ¡Hay un cadáver debajo del tren!
Empezaba a despuntar el día.
***
El hombre se agachó para echar una ojeada bajo el tren y lanzó una exclamación de sorpresa. Los atropellos con un tren en circulación eran muy habituales, pero nunca antes había aparecido un cadáver oculto bajo un vagón en la zona de maniobras. El suboficial tomó medidas inmediatas:
-Avisen enseguida a la policía. Que nadie más se acerque al cuerpo. El primer convoy de la mañana será el 208.
-¡Es espantoso!- comentó uno de los hombres que lo acompañaban, los cuales permanecían mirando entre las ruedas.
La cara del cadáver estaba tan ensangrentada que parecía una máscara del diablo. Tenía la cabeza apoyada sobre un raíl y las piernas, sobre el otro. Si el tren hubiera arrancado sin advertir la presencia del cuerpo, le habría aplastado y le habría seccionado la cadera con las ruedas.
***
El vagón implicado se quedó en la vía, mientras que los demás fueron desenganchados y remolcados hacia el exterior del perímetro policial. Un enjambre de investigadores pululaba sin parar en torno al vagón solitario. Tomaron fotografías, dibujaron diagramas y trazaron líneas rojas en un mapa de la zona de maniobras que les habían facilitado desde la compañía.
Cuando tuvieron bien anotados todos los detalles del escenario del crimen, retiraron el cadáver de debajo del vagón. Tenía la cara destrozada, como si la hubieran golpeado brutalmente con un objeto contundente. Los ojos se le salían de las cuencas, la nariz estaba machacada y la boca, abierta. Tenía el pelo gris cubierto de sangre.
El médico forense encargó la autopsia urgentemente.
-Es bastante reciente- dijo, agachado-. No lleva más de tres o cuatro horas muerto.
La autopsia que se practicó aquella misma tarde en el Instituto Forense, confirmó la valoración del médico.
El resultado fue el siguiente:
Edad: 54 o 55 años; complexión delgada.
Causa de la muerte: estrangulamiento.
Numerosos hematomas y fracturas en casi toda la cara. En las extremidades, lesiones y fracturas acompañadas de abrasiones y laceraciones.
Contenido del estómago: líquido ligeramente espeso marrón amarillento (con alcohol) mezclados con cacahuetes parcialmente digeridos. El análisis químico indica la presencia de polvos somníferos.
Conclusión: a partir de las pruebas anteriores, se deduce que la víctima tomó algún somnífero disuelto en whisky y luego fue estrangulado. Posteriormente, recibió repetidos golpes con un objeto contundente, como una piedra o un martillo.
Tiempo transcurrido desde la muerte: De tres a cuatro horas.
Tras peinar el escenario del crimen, encontraron la piedra con la que habían golpeado a la víctima en una zanja entre la estación y la calle. Medía unos doce centímetros y estaba llena de barro. Una vez lavada, en su superficie se identificaron restos de sangre adherida que coincidían con el grupo sanguíneo de la víctima.
Pronto se reveló el motivo de las abrasiones y laceraciones en las extremidades de la víctima. La alambrada que rodeaba la zona de maniobras estaba cortada en un punto. Según el resultado de la autopsia, el hombre había tomado somníferos mezclados con whisky. Cuando se durmió y dejó de oponer resistencia, el cupable supuestamente lo estranguló y lo trasladó desde la calle hasta la zona de maniobras, provocándole numerosas heridas en brazos y piernas. Después, le golpeó repetidamente la cara con una piedra que encontró cerca de allí y escondió el cadáver bajo el vagón de cola del primer tren de la mañana.
Estos fragmentos pertenecen al comienzo de El castillo de arena, novela publicada en 1961 y que ahora edita en castellano libros del asteroide. Seicho Matsumoto es considerado el maestro de la novela negra japonesa, clave de interpretación de la sociedad japonesa de mediados del siglo XX.