La infancia es un territorio al que, muchas veces, se accede a través de sabores, aromas, lugares, objetos. El cine y la literatura tienen sus ejemplos, y el teatro suma lo suyo: en La heladería, la autora y protagonista Ana Scannapieco (nieta del fundador de la heladería con ese nombre) cuenta la historia de ese negocio familiar, cercano a cumplir un siglo, con la excusa de encontrar la receta del helado de limón que marcó su infancia entre máquinas cremadoras, tachos de helado y cucuruchos. “Era tan pegada a mí que sentía que a pocas personas le iba a interesar, y que para la familia iba a ser muy fuerte abrirse”, recuerda Scannapieco. “Después de un proceso largo -sobre todo de terapia (risas)-, fui entendiendo que podía contar mi versión y que podía usar el teatro, que es ficción. Hay una frase que nos gusta con Lisandro (Penelas, el director y su pareja) que es mentir para decir la verdad. Y el teatro, que es lo que más me gusta hacer, me permitía contar mi versión de la historia”, dice sobre lo que puede verse los domingos a las 19 en el Paseo La Plaza (Av. Corrientes 1660).
Combinación de recuerdos propios, entrevistas a su padre, anécdotas del negocio y la ficción teatral, La heladería logra articular la fabricación artesanal de helados con la realización del teatro independiente, que explica también mucho de su vida: nació en una familia de heladeros y armó la propia de teatreros (ver recuadro). Penelas destaca que “la obra cuenta, por momentos con bastante humor, el lado B de todos los quilombos que implicó que la familia de Ana tuviera una heladería tanto tiempo”, y Scannapieco compara: “Tiene que ver con la pasión y no con pensar en el resultado económico”. “Cuando descubrí este encuentro entre esa manera de hacer helado y esa manera de hacer teatro entendí que tenía que ir por este arco dramático”, explica la autora y protagonista. “En el teatro uno tiene que estar ahí porque necesitás agregar o sacar cosas por lo que está pasando. Y hacer helado era así, si las frutillas están maduras se las deja menos tiempo estacionando con el azúcar que a las que les falta madurar un poco. ¡Es imposible solamente seguir una receta y listo!”, se planta.
- ¿Cómo es ser parte de la historia que se cuenta y a la vez protagonistas de la historia real en la que se basa esa obra?
Lisando Penelas: -Yo tuve un lindo punto intermedio. Soy parte de la familia después de tanto tiempo, pero no soy parte de la familia original. Me generaba un buen equilibrio. Obviamente que conocía muchas historias, a los tíos de los que se habla, la heladería y la fábrica original, pero al mismo tiempo no me tocaba personalmente tanto como a Ana. Estaba cerca y podía entender lo que ella quería contar, pero en el proceso creativo podía aportar una mirada con cierta distancia aún estando metido. Y la dirección fue más un trabajo que tuvo un montón de implicancias con la heladería, pero tenía que resolver otras cosas que no tenían tanto que ver con la historia que Ana quería contar.
Ana Scannapieco: -Para mí estar arriba del escenario tiene esa magia que te permite transitar cosas imposibles que, si uno las imagina, se construyen. En ese momento en el que estamos los tres en el escenario es disfrutar ese helado de limón. El teatro es ese gran posibilitador que yo por lo menos encuentro para volver a esos lugares. Esos momentos sobre el escenario implican habitar todas esas emociones, sentimientos, imágenes, sonidos, aromas que viví. Amo el teatro por eso, es la mejor droga del mundo, crear por un ratito algo que no existe.
La propuesta entrelaza narraciones fragmentadas para que, como un todo articulado en encastres sucesivos, la historia de la heladería incluya la de la propia nieta del fundador, su pasión por el teatro, vínculos familiares y sus tradiciones, desde una mirada que alterna entre la emotividad de los afectos y el humor, que equilibra aquellos momentos para reconvertir la memoria de lo pasado en una alegría presente (en la trama de la obra y en el hecho teatral en sí). Un rompecabezas que se va armando a medida que las piezas aparecen. Así, Scannapieco y Penelas ofrecen escenas en la que la protagonista revive sus recuerdos en una especie de minibiodrama; otras en las que los actores ensayan la obra, jugando con el artificio teatral; escenas de la propia obra que antes y después estuvieron ensayando; y los gags que permiten recuperar teatralmente las anécdotas que se sucedieron en casi un siglo detrás del mostrador.
- ¿Por qué presentar la obra en distintos niveles de representación? No es un relato lineal en el que la historia se desenvuelve paso a paso…
Ana Scannapieco: -No queríamos que sea un relato ni un biodrama. ¡Ya bastante con que tengo el apellido! (risas). Me gustaba escudarme en la ficción, que me encanta. Por un lado, había algo de lo que tenía que ver con los vínculos y el confiar, pero no quería que se vuelva solemne. Entonces están las anécdotas de lo que pedía la gente de verdad, leyendo mal los gustos y cosas así. Muchas quedaron afuera... ¿Cómo organizamos toda esta información para que sea una sola obra de teatro y nivelar esas distintas texturas que tenía la historia? Cuando encontramos este arco dramático de buscar una receta (que lo trabajamos con Mariano Saba), nos permitía contar la receta del helado y la receta del teatro, se organizaron esos niveles, tan distintos en principio.
Lisandro Penelas: -Teníamos muchísimo material y eso se fue ordenando de a partes. Primero, elegir qué contar: era los recuerdos de Ana. Entonces, después fue pensar cuál era el sentido de contar eso, y ahí apareció la idea de la receta. Y la receta nos llevó al teatro, porque las escenas de los actores eran más chiquitas al principio. Cuando encontramos que había un sentido profundo, que es que al final hacer helado de manera artesanal es como hacer teatro independiente, todo eso cobra otra relevancia. La heladería está muy asociada a la infancia, a la alegría, siempre que estás en una heladería la pasás bien, entonces al mismo tiempo que nos parecía que tenía que aparecer este universo más afectivo, tenía que estar también ese cruce con el juego, de lo lúdico, de la alegría que tiene que ver con la infancia.
La puesta en escena construye distintos escenarios con los elementos indispensables que requiere cada acto, y en cada uno estos elementos cumplen diferentes funciones, donde Penelas logra construir atmósferas con un delicado equilibrio entre la nostalgia del pasado que no vuelve y la expectativa de enriquecer el presente, sin el deseo de volver atrás. Los actores arman y rearman cada una de las cinco escenas a partir del tablero de gustos de helado, y funcionan como un reloj suizo entre las reconstrucciones escenográficas, cambios de vestuario y unas actuaciones que se desarrollan con naturalidad, enriqueciendo un texto complejo en su propuesta pero bien presentado.
- La última. Uno se imagina que si de chico hubiera vivido en una heladería habría sido un sueño. En tu caso, ¿fue así? ¿O eso es un mito?
A. S.: -Es así. El sueño de tener una heladería a disposición era tal cual. De hecho, con mis hermanas nos hacíamos unas cosas asquerosas que no entiendo cómo las comíamos y no nos pasaba nada (risas). Para nosotras y nuestras amigas la heladería siempre fue de puertas abiertas. Yo no me daba cuenta, con el tiempo fui tomando conciencia de que eso no era habitual. Me contaron mis amigas (yo no me acordaba) que después de esas comilonas de helado les hacía, en un vaso alto, helado de limón con soda y lo revolvía tipo Uvasal. ¡Y les decía que era el bajativo! (risas)
El trabajo en pareja
Scannapieco y Penelas tienen un recorrido de trabajo conjunto, compartiendo escenario o en distintos roles en sus espectáculos, como El Tipo, El amante de los caballos o Familia de artistas. Y en La heladería, Penelas dirige a Scannapieco, protagonista y autora de la obra. Para Penelas, parte del mantenimiento de este equipo familiar y teatral se debe a que “nos disfrutamos mutuamente en el escenario, y confiamos en la mirada del otro o la otra cuando nos tocan distintos roles. Eso sostiene mucho el trabajo”, analiza, pero también plantea el otro lado de esa convivencia 24/7. “Por otro lado, ya nos ha pasado, es complejo soltar el trabajo. Salís del ensayo y ves a tu pareja y le contás lo pesado que es el director, o que la actriz que no te da bola, y acá esa persona es tu pareja. Eso es un problema”, ríe. “Nunca terminás de cortar la rueda. Es lindo pero también complicado”, sostiene Penelas, y Scannapieco agrega que “por suerte ya nos conocemos trabajando juntos, entonces hay días que sé que me tengo que juntar con una amiga a charlar y él tiene que estar por otro lado, o que él tiene que drenar con sus amigos y su grupo... No todo es color de rosa, pero al conocernos a veces nos sale bien darnos esos espacios... Y a veces explota todo”, amenaza la autora. “En definitiva, como toda pareja cuando está tan implicado el trabajo que no cierra nunca como el teatro”, concluye Penelas.