Además de sus competencias iberoamericanas de ficción y documental y de su nutrido panorama internacional, el 27° Festival de Cine de Punta del Este ofreció algunas proyecciones especiales. Entre ellas, la de El silencio de Marcos Tremmer, dirigida por el español Miguel García de la Calera y protagonizada por el actor chileno Benjamín Vicuña, quien también se desempeñó como miembro del jurado de la competencia de ficción. Su presencia no pasó inadvertida.

Vicuña es muy popular en su país, pero también en Argentina y Uruguay, no solo por su carrera en cine, teatro y televisión, sino por sus matrimonios con mujeres de alto perfil, como la modelo Carolina “Pampita” Ardohain o la actriz María Eugenia “China” Suárez, cuyas idas y vueltas hicieron que su nombre se volviera una cita habitual en programas de chimentos. Sin embargo, su carrera acumula una serie de trabajos destacados, en particular dentro del cine, donde se puso a las órdenes de directores importantes, como sus compatriotas Miguel Littin, Pablo Larraín, Alberto Fuguet y Matías Bize, el uruguayo Federico Veiroj o los argentinos Ariel Winograd y Daniela Goggi.

A pesar de ello, participar como jurado en festivales de cine no es algo que le ocurra seguido. “Sí fui jurado de los Emmy en dos ocasiones”, recuerda el actor. “La diferencia ahí es que era de series y de diferentes territorios: me tocó uno en Asia y otro en Europa del este. Pero en este caso fue mucho más rico y emocionante, porque pude ver qué es lo que está pasando con mis pares latinoamericanos”.

-Además se notó que para vos fue muy emotivo premiar a varios compatriotas. Sobre todo por las palabras que le dedicaste a Néstor Cantillana cuando le entregaste el premio de Mejor Actor por su papel en Patio de chacales, ópera prima de Diego Figueroa.

-Sí, porque con Néstor nos conocemos bien y lo quiero mucho. Hace muchos años hicimos juntos Prófugos para HBO, con Pablo Larraín, y también hicimos la miniserie Los archivos del cardenal. Lo conozco bien y en Patio de chacales está en estado de gracia, como decimos los actores, con un personaje realmente complejo y una historia muy bien contada por el director.

-Te tocó nacer en el núcleo de las familias patricias de Chile, que suele ser un círculo muy conservador. ¿En tus comienzos representó alguna dificultad elegir un oficio tan identificado con lo bohemio?

-Creo que sí, porque existe un doble prejuicio en torno a lo bohemio, pero también a la precariedad. En ese sentido mi familia no se equivocaba: la actuación sigue siendo un oficio muy difícil, en el que muy pocos logran cierta estabilidad económica. Además, el cine hoy no goza de buena salud en Argentina, pero tampoco en Chile o Uruguay, sabemos los problemas que tiene y lo difícil que es hacerlo. Por eso me siento un privilegiado cuando ocurre, como en 2024, que pude filmar tres películas. Lo valoro, porque sé que es muy difícil. En mi caso tuve que luchar y eso significó cortar vínculos con mis padres, que luego por suerte pude retomar. Significó estudiar en la Universidad de Chile de forma independiente y esa lucha me ayudó a forjar mi identidad.

-Mencionaste las dificultades que atraviesa en la actualidad la industria del cine de la región, en especial en Argentina, a partir de las variables políticas implicadas. ¿Cómo creés que evolucionará este panorama tan delicado?

-Es un momento de transformación. La pandemia modificó los hábitos de consumo, con las plataformas pasando a ocupar un lugar central y el público alejado de las salas. Por eso festivales como el de Punta del Este se convirtieron más que nunca en una invitación a que la gente vuelva a disfrutar de la comunidad de vivir el cine en sala grande y a cortar el teléfono para disfrutar de una película. ¿Qué va a pasar? Yo creo que nada va a impedir que sigamos contando historias. Eso no empezó con el cine: viene de la tradición oral, de los juglares, de las leyendas. El cine va a seguir existiendo más allá de los estados y de las políticas culturales. Pero espero que nuestros países puedan seguir respetando políticas necesarias, como las cuotas de pantalla o las subvenciones, pero también evaluar otras alternativas, como políticas de rebates o de impuestos. No solo por la protección sino porque, nos guste o no -y esto lo digo para los que critican el sistema de producción con apoyo estatal-, el arte es el alma de un país. Tiene que ver con su identidad, con la cultura, con la memoria, y cuidarlo es responsabilidad de todos. Y esa responsabilidad en algunos momentos, como este, a los líderes se les olvida, pero el mismo público y el pueblo se la recuerdan.

El silencio de Marcos Tremmer.

-Hablando de identidad y memoria, uno de tus primeros trabajos en cine fue Dawson Isla 10, dirigida por uno de los autores más importantes del cine chileno y latinoamericano, como Miguel Littin. ¿Qué representó trabajar bajo sus órdenes y qué valor le das a tu participación en una película con esa carga política?

-He filmado casi 40 películas y a esa en particular le tengo un cariño enorme. Representó trabajar con Littin, que es un maestro en vida, y enfrentar la historia de los ministros de Salvador Allende durante la dictadura de Augusto Pinochet, que fueron privados de su libertad y a quienes se confinó en una isla durante un año. Cuando me toca involucrarme con historias que tienen que ver con mi país siento una doble responsabilidad, porque siento la necesidad de que las nuevas generaciones estén al tanto de lo que sucedió. Que si no lo leen en un libro o no se enteran por internet, que al menos lo vea en una película. Además fue una experiencia muy dura, que nos obligó a estar en una isla en el fin del mundo, expuestos a ese frío, alejados de la familia. Obvio que no se compara con la experiencia real de los protagonistas. Pero el proceso de construir el personaje de Sergio Bitar, que fue el ministro de Economía de Allende y además es el autor del libro en el que se basa la película, me permitió hacerme su amigo y eso es algo que me va a acompañar siempre.

-En tu familia los vínculos con la política siempre han estado presentes de forma muy directa y supongo que eso, desde tu lugar de hijo, influyó en la construcción de tu propia mirada. Ahora te toca ser padre. ¿Qué lugar ocupa la política en el vínculo con tus hijos? ¿Hablás de política con ellos?

-Sí, a veces. Y es terrible, porque te das cuenta que consumen todo tipo de información. Yo tuve la suerte de tener un profesor de Historia que me abrió la cabeza a través de una mirada sensible sobre la sociedad, una empatía social en relación a lo que sucedió y estaba sucediendo en Chile. Claro que hablo con mis hijos, pero muchas veces, en especial cuando son adolescentes, mucho de lo que les dice el papá está mal (risas). Prefiero que tengan una mirada honesta y auténtica de lo que está pasando, eso es fundamental. Que no se queden en la politiquería, sino que puedan ver más allá de los políticos y de lo partidario, para construir una forma honesta de ver el mundo.

-En algunos de tus trabajos recientes hay algo interesante: tu gran capacidad para reírte de los estereotipos que se construyen en torno a vos, como el pícaro, el divo o el seductor. Personajes muy divertidos, como el que interpretás en la película Permitidos (Ariel Winograd, 2016), la serie Envidiosa, que tanto éxito tiene en la actualidad, e incluso el corto de promoción de la 3° temporada de la serie Bridgerton, que es realmente gracioso. ¿Qué tan importante es para vos haber desarrollado esa capacidad?

-Hay algo que fui descubriendo de a poco: que efectivamente el capital biográfico y humano es fundamental para el actor. Salir a buscar afuera, pero también buscar adentro, en tu experiencia, en lo que viviste. Entonces, por un lado, creo que ese capital tengo que compartirlo con el público, que es parte de una responsabilidad. Como ocurre en El silencio de Marcos Tremmer, una película que habla de un duelo y me permitió acercarme a esas experiencias que yo mismo he tenido con la muerte. Y por otro lado, todo lo que tiene que ver con el humor, con la posibilidad de poder reírme de mí mismo y de esos estereotipos. Sin caer en la cosa biográfica, claro, sino que más bien se trata de reconocer y poder compartir zonas que conozco y en las que de algún modo uno puede tener cierta autoridad para poder enfrentar y dialogar con el público.

-La popularidad te expone a situaciones difíciles. En Punta del Este vi como mucha gente se acercaba a vos para fotografiarte o filmarte con sus teléfonos sin pedirte permiso y desde afuera eso se percibe como muy incómodo. ¿Qué tan complicado resulta ese nivel de exposición? ¿Creés que sigue valiendo la pena?

-Qué pregunta... De verdad, no sé si vale la pena. Por un lado, es parte de mi personalidad ser cercano, emocionarme con alguien que se me acerca para decirme que la película lo hizo llorar porque le recordó la muerte de un hermano. Ese contacto con la gente es inevitable y no lo voy a perder. Pero hay situaciones en las que debería aprender a decir que no. He llegado a sacarme una foto con alguien en un baño, cambiándole los pañales a uno de mis hijos (risas). Pero pienso que, primero, esa persona a la que le niego una foto no me va a volver a ver nunca más; segundo, quedo como un amargo, y, tercero, te podés llegar a comer una puteada, que también pasa. Entonces, siempre voy a preferir detenerme un segundo, mientras sea con buena onda y respeto.

-Como en El silencio de Marcos Tremmer, el duelo es un asunto central en el libro que escribiste sobre tu hija (Blanca, la niña que quería volar, Editorial Planeta). ¿Qué lugar ocupa esa experiencia en tu proceso de atravesar la pérdida?

-Fundamental. Fue mi manera de transformar el dolor más profundo en creación para honrar a nuestros muertos. Y eso hace que uno cobre una energía y descubra una fuerza que ni siquiera sabía que tenía adentro.