La hora del festejo vuelve a ser para un equipo argentino. Otra vez Racing y una sociedad civil sin fines de lucro. El triunfo los toca de cerca y las páginas de su historia continúan en expansión. De la mano de Gustavo Costas obtuvieron el título de la Recopa y llevaron a su vitrina un trofeo que tenían pendiente. El club de Avellaneda se impuso en Brasil ante la poderosa sociedad anónima de Botafogo y dejó en claro que el dinero no es garantía de éxitos. "Con la llegada de las SAD a Brasil, Botafogo pasó de la quiebra a campeón de América en solo dos años gracias a la inversión privada”, había escrito Daniel Scioli en su cuenta de X, a fines del año pasado, con el objetivo de promover este esquema en Argentina.
El Fogâo, después de una carrera meteórica en la que se lo vio regresar a la Serie A de su campeonato local, ganar la Copa Libertadores 2024 y el mismísimo torneo Brasilerâo, no pudo ante la construcción táctica de un plantel que no posee su misma billetera. “Easy come, easy go” -lo que fácil llega, fácil se va-, cantaba Queen en Bohemian Rhapsody. John Textor, dueño de Botafogo, y su emprendimiento deportivo, la empresa Eagle Football Holdings, con la que también regentea el futuro del Olympique Lyon (Francia), Molenbeek (Bélgica), FC Florida (Estados Unidos) y suma algunas acciones en Crystal Palace (Ingleterra), lamentó esta derrota y recibió el repudio de los hinchas, quienes venían reclamando un entrenador hace más de dos meses para no terminar jugando una final con un técnico interino.
"No soy presidente de un club social; no necesito presentarme a la reelección. No apoyo una temporada de 11 meses; invierto mucho en nuestros atletas, y no los agotaré como desearían los organismos de gobierno. Es lamentable que ahora, como campeones de Sudamérica y Brasil, mi enfoque nos deje desprevenidos para partidos y competiciones como la de esta noche", dijo con soberbia el propietario del club brasileño, luego de levantarse de su butaca y retirarse entre insultos del partido ante Racing.
El tándem Maximiliano Salas y Adrián “Maravilla” Martínez fueron los responsables de que el último campeón de la Libertadores se haya percibido como ausente en los dos partidos de la final. La dupla ofensiva, ambos de vidas poco sencillas y ciertamente anónimos en la vida del fútbol argentino hasta no hace tanto tiempo, han prevalecido en la idea de un fútbol que no necesariamente debe comprar sus libros tácticos en Europa ni entregar sus acciones al mejor postor para triunfar.
Salas devenido del ascenso, se formó en All Boys, antes de saltar a la elite del fútbol, repartió empanadas y ayudó a su padre en trabajos de albañilería. Llegó a Racing por el ojo de Costas, por haberlo dirigido en Palestino de Chile, y tuvo que construir la confianza de los hinchas académicos a fuerza de goles. Al principio todo era dudas porque no había tenido paso por la primera división de Argentina. El presente de su ladero ofensivo no fue muy diferente. Maravilla Martínez, antes de jugar a la pelota, fue recolector de basura y trabajó en una cervecería. Cuando tomó la decisión de ser futbolista tenía 22 años y había salido de estar en la cárcel por un confuso episodio de “venganza familiar”.
Su prominente camino empezó en la Primera C, en Defensores Unidos, luego se fue a Atlanta, de ahí a Paraguay y recién empezó a tener visibilidad cuando llegó a Instituto de Córdoba. Sus goles fueron la carta de presentación para que Costas decida traerlo a Avellaneda. "Que Scaloni no me lo saque", bromeó el entrenador académico hace unos días en referencia a Maravilla. "Lo quiero tener todos los días conmigo. Es extraordinario, por eso lo pedí. Este año tiene que hacer 35 goles, tenemos una apuesta”.
Entre Salas y Martínez, el club de Avellaneda gastó menos de 4 millones de dólares. A ojos de hoy, un mercado de pases poco rimbombante. En cambio, Textor hasta finales del año pasado llevaba invertido 90 millones en busca de construir un equipo galáctico. Las tres contrataciones más caras habían sido las de Thiago Almada (21 millones de dólares) y los extremos brasileños Luiz Henrique (17) y Matheus Martins (10,5). El único que quedó es el último, los otros dos siguieron la ruta de los negocios Almada se fue al Olympique de Lyon -club al borde de la quiebra y amenazado por la desaparición o el descenso administrativo- y Henrique al Zenit de Rusia.
Textor definió esta Recopa, la Supercopa de Brasil y el Torneo Carioca, como “copas de marketing”. En lo que va del 2025, el empresario estadounidense no pudo festejar y para colmo de males, debe resolver la deuda asfixiante de Lyon (de más de 500 millones de euros) y procurar que no desaparezca o termine descendiendo. El magnate está en el ojo de la polémica y sus reacciones no parecen indicar que el barco llegue a destino. En la premiación por la Recopa tiró la medalla a la tribuna. "No me llevo a casa medallas de perdedor”, dijo.