San Lorenzo, la ciudad donde Leonardo Berneri nació en 1999, forma parte del Cordón Industrial. Entre Rosario y San Lorenzo se tienden las tres B: Granadero Baigorria, Capitán Bermúdez y Fray Luis Beltrán. Los topónimos honran una batalla de la Guerra de la Independencia, victoriosa y decisiva, comandada por el general que da su nombre a Puerto San Martín, puerto motor de la economía. A veces el aire se llena de sustancias tóxicas provenientes de las fábricas y de las destilerías cuyas insomnes luces blancas puntúan en la noche el camino por la ruta 11, la ruta sanmartiniana. Una de ellas es la fábrica donde trabaja el padre de Leonardo. Desde la ruta, además de las luces, sólo se divisa el bosquecito que se extiende entre la ruta y la fábrica de papel. Pero hay mucho más. Profesor de Lengua y Literatura, bibliotecario y corrector, hijo y nieto de obreros, Leonardo Berneri explora esas entrañas de la producción en su nuevo libro de poesía.

 Titulado Fábrica, es su segundo libro. Fue publicado el año pasado en Buenos Aires por la editorial Caburé. En 2022 publicó Moto: cuadernos de un año sobre ruedas. Entre otras obras colectivas, integra con uno de sus cuentos Nueve nueves, la antología de narrativa contemporánea santafesina compilada por Fernando Bitar (Serapis, 2022). Un cuento suyo fue finalista en el Concurso Municipal de Narrativa Manuel Musto 2021.

El libro empieza en página par, saludando al poema no escrito: un poema que cante las luchas obreras de los sindicatos peronistas, enumeradas en esos versos iniciales. Pero la estructura de sentimiento de la época actual no sabe emitir una voz combativa. Sólo balbucea. "No se deja la usina sin mirar el cielo", se lee en francés en el epígrafe. Lo que sigue es una poesía cuyos versos breves dan testimonio de la realidad con un mínimo de palabras, exprimidas al máximo de su sentido: economía de estilo que remite, con o sin conciencia de ello, a la economía productiva. A lo largo de los poemas y las páginas, vemos abrirse un abismo entre dos modos de producción: el de los bienes industriales y el de los bienes culturales. Toda una tradición artística y literaria del siglo veinte, la de las vanguardias que tomaban de la industria procedimientos tales como el montaje, se revela como incapaz de salvar este abismo. Y lo mismo hace Berneri, pero a conciencia.

La voz en Fábrica no grita las rebeliones ni canta a la organización obrera, pero sí hace en balbuceos y murmullos el duro inventario de las causas de aquellas organizaciones y rebeliones, que son ni más ni menos que las condiciones de producción impuestas por el capitalismo. Fábrica nos lleva a releer a Marx. Sin la aridez del ensayo filosófico, pero con el ritmo del verso libre, enseña conceptos fundamentales de análisis político de la economía: alienación, lucha de clases, robo de plusvalía, fetichismo de la mercancía... Y el punto de vista (porque esto no deja de ser literatura) es el del hijo del obrero, cuyos amaneceres fueron anunciados por la sirena que sonaba antes del alba y cuya intimidad hogareña es atravesada por esas condiciones: la sirena, que reemplaza a las campanas, y otros ruidos. "Un ronquido regular / un murmullo / un ronroneo".  Las andanzas de la juventud, en "bicicletas que levantan apenas la tierra del camino", tienen por escenario de fondo la destilería de YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales, empresa nacional) y el bosque artificial: "Hectáreas de eucaliptos / apretados, regulares / cubren la fábrica de papá". Cada poema insiste en el fracaso del gesto romántico de cantar la naturaleza.   

Papá y mamá son obreros. Las manos de la madre están llenas de cortes por las resmas de papel; la única obra de la que su padre se enorgullece es la escalera de metal donde "se teje una enredadera". Una serie de poemas, titulada irónicamente "Art", narra con un deliberado tono informativo los accidentes mortales en el lugar de trabajo, causados por las máquinas, como le llegan en su niñez a través del relato oral del padre. "Solo se dieron cuenta / al ver la pasta / que salía roja / y que hubo que tirar". Y  pregunta el niño, ya adulto: "¿es otra cosa una fábrica / que una colección de muertes?" ("Art 2"). El padre se enorgullece de su experiencia ante los "pibes nuevos": "y después hay que andar / calmándolos / cuando lloran / por un dedito menos". Los cuerpos, los tiempos, la vida pertenece a la fábrica. La realidad de la explotación del hombre por el hombre se denuncia descarnada en estas voces sencillas pero llenas de precisión en sus relatos y que no dejan de hacer lugar a la ternura: vida que, como aquella enredadera, crece y se enlaza apoyada entre los intersticios de la férrea estructura de la producción industrial. 

En esta, quien vende su fuerza de trabajo es quien realmente produce y quien menos obtiene. "Cuando cumplen / treinta años / de antigüedad / la fábrica les da / por haber sobrevivido / dos días de hotel / en Buenos Aires", testimonia Berneri. Y sin embargo: "Papel / porcelana / cereales / aceites / ácidos / sulfatos / combustibles / motos / medicamentos / municiones: podríamos fundar / un Estado independiente" ("República del Cordón"). 

La industria articula el paisaje, las ausencias, la imagen del futuro y hasta la memoria perdida de un pasado dictatorial del que ya no se habla. "¿Y qué es eso que la abuela contaba que viste / una vez? Mamá no se acuerda de nada". Al comparar su trabajo con el del padre, lejos de jactarse del ascenso social, el poeta sale perdiendo: "Pero una fábrica / es una fábrica / y un obrero alguien / que vende su trabajo / y regala plusvalía: / yo, en cambio / voy a pérdida / vendo lo que no tengo / regalo lo que me falta / y la palabra me alquila / una herramienta mellada / una casa a la intemperie".