Apenas arrancó el bis, un hombre mayor parecido a David Gilmour, guitarrista de Pink Floyd, se acercó lo más que pudo al escenario para mostrarle a Ian Astbury una pancarta pequeña que hizo e incluso plastificó. La enseñó con timidez, por lo que no se podía leer lo que decía, y no volvió a intentarlo porque se dedicó a sacarle la ficha a la figura estampada en la remera negra del cantante de The Cult. Se trataba de David Johansen, vocalista de la banda New York Dolls, quien murió unas horas antes. Encima del rostro aparecían las siglas “L.U.V”, manera informal de escribir “Amor” en inglés, pero que en este caso también podían tener que ver con el pasaje de un tema de The Shangri-Las incluido en “Looking for a Kiss”, himno de los Dolls. O quizá aludían al disco From Paris With Love (L.U.V.), grabado en vivo en 1974.
Posiblemente nunca se sepa en qué se basó la remera, ni de dónde la sacó Astbury para tributar a uno de sus máximos ídolos (al menos en Buenos Aires es difícil conseguir un modelo así). Lo cierto es que, al igual que lo hace con artistas como Crass, Bauhaus, New Order, The Clash y David Bowie, el músico inglés suele citar al fundamental grupo estadounidense entre sus influencias. “Cuando viví de chico en Canadá, lo hice en Hamilton, a 40 millas de la frontera del estado de Nueva York. Escuchaba a los New York Dolls y veía en la televisión Soul Train (programa dedicado a la música y cultura afrodescendiente). Ésa fue mi educación”, dijo en una entrevista. El gesto no sólo fue uno de los clímax del show, sino que dio cuenta de la elocuencia del frontman.
En la noche del sábado, The Cult consumó la primera de las dos funciones de esta vuelta a la capital argentina (la segunda estaba pautada para el domingo). Una vez más, el escenario fue el estadio Obras, donde el cuarteto británico ya se presentó otras dos veces. Si bien mucha agua corrió bajo el puente desde su último desembarco porteño, ocho años atrás, los de Yorkshire del Oeste se anotaron una performance impecable en ejecución y despliegue. Por más que al principio les costó la conexión con ese predio abarrotado y fogoso (estuvo sold out pocos días luego de que se pusieran a la venta las entradas). Al punto de que en el sector del campo, en medio del desarrollo del recital, hubo quienes compararon lo que estaba sucediendo con sus antecedentes. “Están más viejitos”, se llegó a escuchar.
Esta vez el grupo estrenó nuevo bajista, Charlie Jones (titán de las cuatro cuerdas que estuvo al servicio de Robert Plant, entre otros), pero ninguno de los temas de su último disco, Under the Midnight Sun (2022). Sólo se dedicaron a desenvainar clásicos, así como a celebrar sus 42 años de existencia. El repertorio despegó con “In the Clouds”, hard rock salvaje cuyo contagioso riff fue atajado y coreado por la audiencia, y lo mismo pasó con “Rise”, tema aún más adrenalínico. La levantada de telón fue tan virulenta que tras la segunda canción las casi cinco mil personas que asistieron a esta celebración del rock oscuro, mántrico y hasta costumbrista (no había pantallas ni ningún otro parapeto que causara distracción) estaban cantando “Olé, olé, The Cult”, sacándole a Astbury esa sonrisa gusaonesca que lo distingue.
Bajaron un cambio con la rockanrolera “Wild Flower” (bien del palo de los New York Dolls, por cierto), y con “Star”, donde muestran una veta próxima al rock alternativo, la efervescencia se estacionó. Mantuvieron esa sintonía en “The Witch” y Mirror”, aunque el público seguía con el “Olé, olé, The Cult”. Y acá surgen dos lecturas: o les pedían que pusieran huevos, como los domingos en la cancha cuando el equipo anda rengo (tras pagar aparte entradas que oscilaban entre 77 mil y 90 mil pesos). O festejaban la performance Astbury, quien en esta instancia del recital se arrodillaba, iba de un lado a otro del tablado o daba vueltas en círculo (en plan shamánico) emulando a Jim Morrison. Por eso no es fortuito que The Doors lo reclutara para que ocupara su lugar en la reunión de 2002, con la que vinieron al país.
Mientras el violero Billy Duffy tejía los acordes iniciales de “War (The Process)”, el cantante se plantó adelante del escenario tal cual luchador de Sumo. Pero después sacó la lengua, a manera de provocación, por lo que la pose tomó forma de haka, al estilo de los All Blacks. Sin embargo, el ademán no se acoplaba con la impronta de la canción, que apelaba por un rock más cerebral o introspectivo. Cuando la cosa parecía que no iba a remontar, irrumpió “Resurrection Joe”, que, haciendo honor a su nombre, se tornó en un broncodilatador energético que levantó el show de un subidón. Lo que alimentó todavía más el calor abrasador del sábado, a tal instancia que el líder de The Cult dijo en un par de ocasiones en español: “Mucho caliente”, al tiempo que se llevaba una bolsa de hielo al cuello.
Previo a hacerla, Astbury introdujo la canción: “Creo que ésta nunca la hicimos antes acá. ¿O me equivoco”. Fue una de las pocas peroratas que lanzó a lo largo de la hora y media de recital, aunque lo que más repitió fue “Campeones”, ante cada “Olé, olé” (en referencia al Mundial de Catar). A continuación, el artista de 62 años, que sacudió las maracas y batió panderetas contra el suelo, pidió en español: “Muchachos y muchachas, silencio”, lo que dio pie a “Edie (Ciao Baby)”. Le secundó “Revolution”, hit de la transición de su era gótica a la hardrockera, y en la que dejó en evidencia el peso de Bowie en su estilo interpretativo, que, vale la pena subrayar, sostiene un gaño aún inquebrantable. El repaso de estilos e hitos continuó in crescendo de la mano del downtempo metalero Sweet Soul Sister y la rauda “Lucifer”.
Justo en esta última, el frontman hizo de Freddie Mercury al probar la tenacidad vocal de los fans. Con la muchedumbre enganchada, prosiguió el carnaval de clásicos con la contagiosa “Rain”, que abrió paso para el post punk “Spiritwalker”. “¿Una más?”, preguntó Astbury. Y entonces tocaron la arabesca, psicodélica, espacial y lapidaria “She Sells Sanctuary”. Salieron de escena, y al toque entraron el baterista Ian Matthews, el resto de los músicos y el cantante, que se sacó su remera enteramente negra y regresó con la de David Johansen para un tridente de temas. Empezaron con la espesa “Brother Wolf, Sister Moon”, remontaron con “Fire Woman” y el remate estuvo a cargo del rock centrífugo “Love Removal Machine”, que terminó de darle sentido a una noche de “Mucho calor”.