El días pasados tuve la oportunidad de volver a ver “La vida es bella”, la película dirigida y protagonizada por Roberto Benigni galardonada con los Premios Oscar en 1999. Después de verla me quedé con la sensación de que hay pocas películas que conecten más que esta con el momento que estamos viviendo.

Tenía muy vivo en mi recuerdo la segunda parte de la película, en la que el protagonista, el judío italiano Guido Orefice, hacía lo imposible para que él y su hijo Giosuè siguieran con vida en el campo de concentración al que habían sido deportados y que, a la vez, el pequeño no fuera consciente de lo que estaban padeciendo allí. Pero al volver a verla me impactó especialmente la primera parte, en la que en un tono de comedia llena de absurdos se mostraba cómo iba ganando espacio y naturalizándose el fascismo en la Italia de finales de los años 30.

Me impactaron especialmente dos escenas. La primera, una conversación en la que la directora de la escuela del pueblo muestra su fascinación por la educación alemana (hitleriana), poniendo como ejemplo un ejercicio matemático que problematizaba cuánto se ahorraría el Estado cada día si se "suprimieran" (mataran) a 300.000 "dementes, mutilados y epilépticos" (es decir, los desperdicios de la sociedad) La segunda, cuando Guido y su hijo pasan frente a una pastelería en la que se puede leer: “En este negocio no pueden entrar judíos ni perros”; a lo que Guido intenta restar importancia diciendo que él prohibiría a las arañas y los visigodos.

Como toda obra de ficción, la película utiliza estas escenas ¿exageradas? para evidenciar el sinsentido del fascismo que asoló a Europa hace casi un siglo. Pero haríamos mal en pensar que es una situación alejada de nuestra realidad. Si entonces se señalaba a los judíos o a las personas con discapacidad como lacras de la sociedad, hoy proliferan discursos que ponen en ese lugar a inmigrantes, musulmanes u homosexuales.

Si en la cinta veíamos cómo los diferentes estamentos de la sociedad mostraban su condescendencia con el régimen fascista, ahí tenemos las agachadas de líderes y empresarios ante la entrada en escena del segundo mandato trumpista. Ni es solo ficción ni es historia antigua. Miremos lo que está pasando ahora: un escenario en el que a los extremistas no les da ninguna vergüenza vociferar cualquier barbaridad, pero a los demás nos cuesta decir que un encuentro en el que varios líderes hacen el saludo nazi es un encuentro de líderes neonazis.

Mientras, vivimos una vida vertiginosa que no nos da tiempo ni para pensar en lo bella que es la vida y lo feo que se nos está quedando el mundo.

Es necesario activar para ver más grande, en nuestra historia contemporánea, las imágenes que nos devuelve el espejo del pasado.

* Consultor en estrategia y comunicación