Estaba preocupado, angustiado, casi asustado. Bueno no se si asustado es la palabra, pero estaba, sé que algo estaba y no me doy cuenta porqué. Entonces pensé y me hablé a mí mismo. Aunque parezca extraño a veces me hablo yo a mí , me contesto y todo. Me sirve. Hoy me dije “¿ a ver Gordo, qué te preocupa? “Los 70 años“ me contesté. “¿Eso es? No te calentés Gordo. . . pensá lo que viviste, lo que viste, bien o mal, alegre o no”. 

Me quedé pensando un rato, digamos un ratito, porque mi ansiedad no me deja pensar mucho, enseguida tengo que hacer algo. Hice algo y me di cuenta de la suerte de tener 70. Cómo no voy a tener suerte si nací en el 49. Casi al mismo tiempo que el neorrealismo italiano. Cine que empecé a entender, a amar a los 15 o 16 años. Me pasé la adolescencia y la primera juventud emocionándome, amando, llorando, riendo con ese cine al que no pude dejar nunca más, ya no de ver, porque casi ya no se ve, sino de llevar en mis recuerdos más queridos. Mi viejo me llevaba a ver ese cine a los 6 años y yo me aburría. Me llevó a ver a esa edad una película donde un niño lloraba porque al padre lo arrestaban por haber robado una bicicleta. Yo no la entendí, sólo que lloré junto al niño. Cuando volví a verla de grande, ya con hijos, me emocioné y me dolió por el padre de Ladrones de bicicletas. Ese cine lo empecé a entender, querer y seguir después de los 16 años. Ya a los 13 años había visto mi primera película prohibida, prohibida para 14 y yo tenía 13: Il sorpasso con Vitorio Gasmman y Jean-Louis Xavier Trintignan. A partir de ese momento no me perdí nada de Gasmman. Cómo olvidarlo en Arroz amargo, Roma ciudad abierta donde descubrí a una mujer majestuosa, fuerte, apabulladora, una de mis novias del cine a la que le juré amor eterno: Ana Magnani. 

Desde mis 6 años hasta los 13 o 14 yo solo quería ver westerns americanos y amaba a Gary Cooper, Burt Lancaster y Kirk Douglas. Cómo no voy a estar feliz de tener 70 si conocí y tuve la suerte de ver casi todos los fines de semana en los cines de mi barrio a Chaplin, a Buster Keaton, a El Gordo y El Flaco. Pude ver Ascensor para el cadalso, Rififi y Los 400 golpes, de ver a Jean Gabin, Simone Signoret y ver cine inglés de los 60, 70 y ser contemporáneo del cine de Alfred Hitchcock, de ver actuar a Dick Bogarde y a Laurence Oliver, maravillarme con Oliver Reed y Peter O´Toole, ver a Peter Finch a Tom Curtnein y Albert Finney . 

Me deleitaba ver cine con Spencer Tracy o Charles Laugton, o emocionarme con el enorme y majestuoso Anthony Quinn en el final de Zorba el Griego bailando con Alan Bates y diciéndole: “Patrón, usted es el único hombre que amé en mi vida. . .”. O verlo en Réquiem para un luchador. Pude ver cine con Bette Davis y conocí actores como John Garfield, James Cagney y Edward G. Robinson. Hasta que un día vi actuar a un hombre que era distinto a todos, que marcó a todos. Solo sé que se llamaba Marlon. Y después de verlo en Nido de ratas lo vi con mi novia Ana Magnani en El hombre de la piel de víbora. Y también descubrí por esos tiempos a un tal Montgomery Cliff, por Dios, qué talento, qué dolor al actuar, qué rostro que transmitía solo mirando, mientras se cruzaba de brazos. 

Cómo no voy a ser feliz de tener 70 si pude ver el cine norteamericano y ver a Orson Wells y deslumbrarme con la cara y la voz de Marlene Dietrich. ¿Cómo no voy a estar feliz de tener 70 si un día en un cine le juré amor eterno a Melina Mercouri cuando en la pantalla bailaba y cantaba para mi, sólo para mi “ Nunca en domingo “, a ella también le juré amor, como cuando vi una actriz con carita de muñeca angelical, un gorro en la cabeza y me dije "ésta es, esta es desde hoy y para siempre mi novia y mi último gran amor". Se llamaba Jeanne Moreau, pero no le pude ser fiel mucho tiempo, porque a esa edad no podemos ser muy fieles y a la lista se agregaron Candice Berger y Graciela Borges. 

Cómo no voy a estar feliz de tener 70 si pude verlos a Alfredo Alcón, a Alterio, a Francisco Petrone, si pude ver una versión en Canal 7 de la obra de teatro Mateo con Luis Arata, por favor qué rostro, qué actor. Si pude ver en el cine a Tita. Si pude ver El dependiente de Leonardo Favio y Rosaura a las 10. Si vi en la TV de los 60 al Clan Stivel, y al único e irrepetible Narciso Ibañez Menta en el Muñeco maldito parado en la vereda de un negocio que ponía el aparato de TV en la ventana del lado de adentro y un parlante en la vereda para que los vecinos viéramos y escucháramos allí esa joyita. 

Tuve la suerte de conocer a Marcelo y compartir con él hambre, frío y dignidad en Il compani, si me emocioné con el gran Sordi El Albertone en Los inútiles y sentí odio, bronca y dolor junto a él en Un burgués pequeño pequeño, conocí la ternura de Nino Manfredi y Ugo Tognazzi, si me sentí un anarquista más con Giancarlo Giannini en Amor y anarquía, lo vi a Gian Maria Volonté trabajando en una fábrica y diciendo “un culo, una teta. . .” en La clase obrera va al paraíso y a Enrico Maria Salerno, preguntándose por quién había peleado durante la guerra en La Estación de nuestro amor; anduve en el caballo amarillo Aquilante junto a Gassmann mientras cantábamos “branca branca branca, león león león” en La armada Brancaleone, mientras el judío Cristianucci decía “poco tengo, poco pago. . .”, me ensucié de barro, aceite y grasa y manejé un camión con Ives Montand en El salario del miedo, las vi a Silvana Mangano, a Claudia Cardinalle, a Raquel Welch y Marcelo me quitó el amor de Caterine Deneuve. Me emocionaba el Gordo Aldo Fabrizi cuando gritaba “yo no me muero“ en la incomparable Nos habíamos amado tanto mientras Gassman, Manfredi y Satta Flores luchaban, vivían, soñaban y se enamoraban de Stefania Sandrelli. Más de una vez soñaba que me dormía entre los pechos de Sofía. Pude ver cine ruso como Pasaron las grullas o el corto El lápiz perdido, las brasileras Macunaima y Adelante Brasil

Yo, que no conocía directores y veía cine por los actores, un día me deslumbró el magnífico Vittorio de Sica en una película italiana Umberto D, que me hizo ver cómo la pasaríamos los jubilados en la Argentina, me maravilló el gran farsante de Fellini, el incomparable contador de historias de Etore Scola, como antes lo había hecho Mario Monicelli con esa joya que fue Los desconocidos de siempre. Si pude ver cine de Scorcese, de Copolla, de John Huston, de Peter Bordanovich. 

Qué suerte tener 70 si un día a los 14 años cruzando la avenida San Martin vi pasar un tranvía con un afiche pegado en su parte trasera que decía “de visita llegó el Che, don Arturo le dio café“, allí en ese momento lo conocí, supe de él, nos marcó a toda una generación.  Como no voy a estar feliz de mis 70 si muchas veces tomé café en un bar en el centro de Rosario con un Negro (el enorme, talentoso, querido e inolvidable Fontanarrosa) que se hizo famoso por dibujar un Inodoro. Tuve la suerte de ver caer de rodillas al Imperio en Vietnam, de haber escuchado hablar a Fidel, de haber marchado un 1° de Mayo en la Plaza de la Revolución en La Habana, de haber visto y sufrido varios golpes de estados, asesinos, perversos, sanguinarios y todavía estoy aquí, llorando a mis amigos que no están y recordarlos con una mezcla de dolor y alegría. Con todos los que nombré, crecí, me hice hombre y adulto con ellos.

Tuve la suerte de haber nacido en la mitad del siglo 20. Justo en el medio de todos estos monstruos, de ser contemporáneos de todos ellos, pero también puedo disfrutar, por tener 70, de todos los nuevos actores y directores que aparecieron en los 70 y 80. De ver el estreno en el cine de El Padrino y maravillarme con el nuevo cine español a partir de los 70. Todo esto me dieron los 70 años. Cómo no voy a estar feliz de tenerlos.