Y una noche, cuando ya nadie esperaba nada, el Oscar a Mejor Película fue para la mejor película. En el que probablemente haya sido el palmarés más justo de los últimos años, Anora inscribió su nombre en la historia grande del reconocimiento de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood al quedarse con cinco de las seis estatuillas a las que aspiraba, incluyendo las más importantes: la ya mencionada a Mejor Película, pero también la de Mejor Dirección para Sean Baker, Mejor Edición, Mejor Guion Original y, en lo que fue un auténtico sorpresón, Mejor Actriz para Mikey Madison. Dado que también ofició de productor (a quien va el premio principal), editor y guionista, Baker consiguió lo que nunca antes al ganar él solito cuatro Oscars un mismo año. Solo una persona había hecho algo parecido. Fue un tal Walt Disney, en 1954, aunque el papá de Mickey las acumuló con más de una película.

Cine en el cine

Los electores se habían subido el año pasado a la ola del Barbenheimer nominando a Barbie y premiando a Oppenheimer, una superproducción en blanco y negro de tres horas sobre un personaje enorme como el creador de la bomba atómica, con una notable performance en taquilla y dirigida por el muy reputado Christopher Nolan. Este año se inclinaron por una producción de “apenas” seis millones de dólares, con un director desconocido para la amplia mayoría del público y sin actores ni actrices de renombre en el elenco. Sin embargo, hay un hilo que conecta a las dos últimas ganadoras, y es que tanto Nolan como Baker son acérrimos defensores de la pantalla grande.

Quizá calentando motores para el centenario que en 2028 cumplirá el Oscar, donde será inevitable celebrar su historia y, por ende, la del cine, la Academia le marcó la cancha a las plataformas de streaming, cuya cosecha dorada fue magra, diciéndoles todo muy lindo con el consumo hogareño, que tiene mil virtudes, pero las películas deben verse (y hacerse pensando) en el cine. Que los directores son mucho más que técnicos y los guionistas tienen que preocuparse más por armonizar su proceso creativo que por los mandatos de un algoritmo. 

No parece casual que en el muy suave monólogo inicial del conductor Conan O'Brien hubiera un palito para Netflix (“aumentó quince veces este año”) y otro para Jeff Bezos, mandamás de Amazon. Tampoco un homenaje a James Bond. Dado que los derechos de 007 acaban de caer en manos de Prime Video, fue quizás una “despedida” de cara a la posibilidad muy concreta de que revienten el personaje con nuevas películas, series, videojuegos y más.

Anora sólo resignó una de las estatuillas a las que aspiraba. Imagen: AFP

La cerecita fue el premio a Mejor Dirección entregado por un talibán de la sala oscura como Quentin Tarantino a un par como Baker. "Estamos aquí porque nos encanta el cine. ¿Cuándo nos enamoramos del cine? En las salas. La experiencia del cine en una sala con más gente no se consigue en casa. Ahora que todo esto está amenazado nos corresponde defenderlas. Se han perdido mil salas en Estados Unidos, vamos a perder una parte de nuestra identidad", dijo Baker, quien antes había agradecido a las trabajadoras sexuales que compartieron sus experiencias con él y, ahora, a Tarantino por haber “descubierto” a Madison, una de las hippies de Había una vez… en Hollywood. Luego pidió a los padres que "lleven a sus hijos al cine para que sean futuros amantes al cine" y recordó que descubrió esa magia a los 5 años, cuando su madre le llevó por primera vez a una sala. "Hoy es el cumpleaños de ella, así que esto es para vos", concluyó.

La única vez que desde el escenario se escuchó “Anora” y no subió Baker fue cuando Mikey Madison protagonizó el batacazo de la noche al imponerse a Demi Moore como Mejor Actriz. Ni la jovencita (25 años) podía creerlo, porque todos los caminos conducían a un triunfo de la protagonista de Ghost, la sombra del amor. Moore vivió en carne propia el planteo argumental de la película de Coralie Fargeat, en la que interpreta a una actriz devenida en conductora televisiva que quieren reemplazar por una colega más joven. “Crecí en Los Ángeles, pero Hollywood siempre estuvo lejos para mí”, dijo Madison en su discurso, resumiendo de paso una de las claves del cine de Baker: personajes marginales que luchan por no caerse del sistema, que se mueven en un área en la que el sueño americano está cerca a la vez que lejos.

La película ya olvidada

El domingo se escribió en estas páginas que la calidad de las películas nominadas era de regular para abajo, con Anora como notable excepción. No por nada hasta hace un mes la principal favorita era Emilia Pérez, un “narco musical” francés imposible sobre un poderoso traficante de drogas mexicano, un morochón apodado Manitas, que se retira, se hace una operación de reasignación de género para convertirse en la muy rubia y mucho más blanquita Emilia Pérez (Karla Sofía Gascón) y empieza una nueva vida dedicada a expiar sus pecados. Sin embargo, el hallazgo de un arsenal de tuits xenófobos y racistas en el archivo de X de su protagonista desencadenó una sucesión de tiros en los pies que hizo que las acciones de la película de Jacques Audiard cayeran en picada.

Adrien Brody volvió a ganar, esta vez por El brutalista. Imagen: AFP

Fue la gran derrotada de la noche, con dos estatuillas sobre trece nominaciones: Actriz de reparto para Zoe Saldaña y Mejor Canción para “El mal”, entregada por un Mick Jagger cuyo rostro decía sin decir que no estaba muy de acuerdo. Más allá de coincidir o no con la elección, lo cierto es que este premio habla bien de la limpieza del escrutinio de la Academia, demostrando de paso que no existen conspiraciones colectivas para ordenar todo en función del espectáculo. De haberlas, hubiera ganado “Never Too Late”, de Elton John, presente en la gala, sólo por los millones de clicks, notas, recortes de video y posteos que hubieran circulado con la escena del Rolling Stone dándole un Oscar a Mr. John.

Hay un multiverso en el que Gascón no escribe sus tuits, Audiard no cataloga al español como un idioma países “pobres y de migrantes”, y Netflix coordina en dos segundos una estrategia comunicacional. Es probable que esa ceremonia terminara con Emilia Pérez llevándose todo, y Anora siendo la película indie que nominan y luego gana, con suerte, Mejor Guion. Pero el Perezgate reconfiguró de raíz el escenario, abriéndole las puertas a una película que difícilmente se hubiera impuesto en una temporada más normal. Hubo otras ganadoras de bajo perfil (Luz de Luna, Green Book, CODA, Nomadland), pero tocaban temas de agenda y abrazaban la corrección política como un náufrago a su salvavidas. Anora, en cambio, está centrada en una trabajadora sexual viviendo una alocada historia romántica con el hijo de un matrimonio de multimillonarios rusos. Una mujer fuerte que lleva de las narices a los hombres: una screwball comedy de Howard Hawks en clave proletaria.

A Emilia Pérez le quedó nada, por lo que en dos días ya nadie se acordara de ella. A lo sumo, del morbito que despertó saber qué haría Gascón, de los chismes sobre si miró a esté o saludó al otro, y del involuntario manual, escrito ante los ojos del mundo, sobre qué cosas no deben hacerse en una campaña promocional. Gascón fue, desde ya, comidilla para Conan O'Brien. “En Anora se dice ‘fuck’ 479 veces, tres veces menos que las que dijo el publicista de Gascón cuando vio sus tuits”, dijo, mientras el director, misericordioso, evitaba mostrarla. “Karla, si vas a tuitear sobre esta noche, te recuerdo que mi nombre es Jimmy Kimmel”, remató el conductor.

Ni siquiera ganó como Mejor Film Internacional, donde se impuso la brasileña Aún estoy aquí, de Walter Salles. La obtención del primer Oscar para el gigante sudamericano fue una auténtica celebración popular en carnavales, recitales y hogares. Lula Da Silva dijo en X estar orgulloso de “nuestro cine y nuestros artistas”, y felicitó a Fernanda Torres, nominada como Actriz. Hay varios videos donde se escuchan gritos y se ven muchos saltos apenas Penélope Cruz, presentada al ritmo de la muy española “Por una cabeza”, dice “I’m Still Here”. Da toda la sensación que están festejando y no indignándose porque el régimen comunista empobrecedor de Lula gasta la plata de la comida de los niños del nordeste en películas.

Ojos al ombligo

Por fuera de los triunfos de Anora y la conclusión del escandalete (y de la vida útil) de Emilia Pérez, las tres horas y media de ceremonia -que podrá cambiar de conductor, de criterios de votación y de dinámica, pero jamás quebrar la barrera de los 180 minutos- fueron llamativamente chatas y frívolas. Es una extrañeza teniendo en cuenta tanto los antecedentes recientes de galas acostumbradas a abrazar las causas del jet set progre más nobles del momento como que Donald Trump –al que hace diez años le dan como un puchimbol– ocupa la Casa Blanca y el mundo se está convirtiendo en un polvorín.

The Hollywood Reporter la catalogó de “light”: Daryl Hannah diciendo que está a favor de Ucrania, Zoe Saldaña definiéndose como la “orgullosa hija de un matrimonio de inmigrantes centroamericanos, con sueños y dignidad”, y algunas generalidades sobre “rezar por un mundo más inclusivo, feliz y saludable” de Adrien Brody luego de ganar como Mejor Actor por El brutalista, uno de los tres premios que se llevó la película de Bradley Corbet. Quizá lo más picante fue un comentario de O'Brien cuando Anora se perfilaba como dominadora (“Anora está tendiendo una buena noche. Son buenas noticias: supongo que los estadounidenses quieren ver cómo alguien se le planta a un poderoso ruso”) y el discurso de dos de los cuatro directores de The Other Land, el palestino Adra Basel y el israelí Yuval Abraham.

Kieran Culking ganó como Mejor Actor de Reparto. Imagen: AFP

“Nuestras voces son más fuertes juntas. Nos vemos los unos a los otros y vemos la atroz destrucción de Gaza y su gente, que debe terminar, y a los rehenes israelíes brutalmente secuestrados el 7 de octubre, que deben ser liberados. Hay un camino diferente, una solución política. Tengo que decir que la política exterior de este país (por Estados Unidos) está ayudando a bloquear este camino. ¿Por qué? ¿No pueden ver que estamos entrelazados? ¿No pueden ver que mi gente estará realmente a salvo si la gente de Basel es realmente libre y está a salvo?”, dijo Abraham. Tenía en sus manos la estatuilla a Mejor Documental, obtenida luego de dos años en los que ganaron primero una película sobre el envenenamiento del opositor ruso Alexei Navalny (Navalny) y otro sobre la resistencia de Ucrania en la guerra con Rusia (20 Days in Mariupol). Ni el Oscar le tira un centro a vilipendiado presidente ucraniano Volodímir Zelenski.

El resto fue más o menos lo mismo de siempre: famosos y no tanto agradeciéndoles a sus amigos, conocidos, novios, novias, perros, gatos, familias, managers, colegas y compañeros de terna; las inevitables omisiones en el In Memoriam (Alain Delon, por ejemplo), unas palabras para Gene Hackman de parte del inoxidable Morgan Freeman y otro homenaje para el productor musical Quincy Jones. Todo, atravesado por los incendios que sufrió Los Ángeles en los últimos meses y que calcinaron las casas de decenas de trabajadores de la industria, desde los más visibles hasta los que ocupan los últimos escalafones. Incluso en un momento O’Brien invitó al escenario a varios bomberos. Lo que parecía pura cursilería fue, sin embargo, de lo mejorcito, en tanto les pidió que contarán algún chiste. “Mi corazón está con todos aquellos que perdieron sus hogares recientemente. Y no me refiero a los productores de Guasón 2”, dijo el primero, en lo que probablemente haya sido el único momento en el que flotó algo parecido a la incomodidad.