El relato se repitió en radios y tevé, generado en la Ciudad Autónoma, rebotando en todo el país. Caos en el tránsito porteño, bronca o furia de “la gente”. Todo esto motivado, se decía luego, por un paro de los trabajadores el subte. La causa llegaba al final, en orden de importancia, en extensión del discurso, en el debate. Fue por la muerte de un laburante de Metrovías, Matías Kruger, consecuencia de un accidente de trabajo.
El joven Kruger falleció por electrocución mientras realizaba tareas de reparación solo, cuando los protocolos exigen que lo haga con un compañero. Los testigos con conocimiento, quienes trabajan a su par, refieren varias violaciones más a las reglas de seguridad. En los últimos tiempos, casi indefectiblemente muere un empleado de Metrovías por año en circunstancias similares.
El enfoque mediático, casi seguro, coincide con el de muchos ciudadanos del común, lo que no lo santifica. Un lector escribe al correo del diario La Nación y reprocha el paro. Se conduele por el operario, promete que “todos rezaremos por él” y se pregunta para qué le sirve la medida de fuerza a la víctima fatal y a su familia. Expresa, con tono tolerante, un imaginario de derecha que arrumba la tragedia a la esfera personal. La despolitiza, la despoja de su componente conflictivo, la desliga de la tensionada relación entre la patronal y el obrero. Demasiados periodistas navegan en un rumbo similar.
Cuando una persona muere a manos de un delincuente, el suceso se engloba en un fenómeno general: la inseguridad. No se encuadra como un hecho aislado sino como parte de un problema cotidiano.
En situaciones extremas, demasiadas personas del común se creen habilitadas para golpear o linchar al homicida, quemarle su casa.
Menos pasión y menos comprensión suscita el accidente laboral que casi siempre es secuela de incumplimientos empresarias, mechados con falta o carencias de control estatal.
La tensión entre el derecho a interrumpir un servicio de transporte y los usuarios es compleja: no se puede zanjar con slogans o definiciones unívocas. Este cronista la abordó con frecuencia, hoy la pone entre paréntesis. Apenas, nada menos, quiere señalar el doble standard extendido sobre distintas muertes evitables, por responsabilidad de terceros. Señalar que la reacción de los trabajadores del subte es humana, grupal y gremialmente justificable. Y que sin ella, los medios audiovisuales de todo el país no hubieran mencionado, en repiqueteo, la muerte de Matías Kruger. Claro que al final del relato, “coleando” en la enunciación de aspectos, en su ideario, más importantes.