El último libro del psicoanalista y escritor Nicolás Cerruti, Cuando despertamos los muertos (Las Furias Editora), combina el ensayo psicoanalítico con un relato más literario, un cruce de estilos en los que se mueve como pez en el agua. La parte literaria iba a formar parte de una novela que Cerruti se planteó. Esa ficción necesitaba un personaje que se metiera en la biblioteca de un amigo que acababa de fallecer. Y se metía para hacer lecturas y recortes. "Esa biblioteca que me imaginé era la del poeta Javier Galarza. Me produjo cierto horror pensarlo a Javier muerto", cuenta el psicoanalista. Entonces, cambió el argumento y dijo: "Voy a agarrar mis libros y hacer que la biblioteca sea la mía". La contingencia hizo que, a las dos semanas, Javier Galarza falleciera, situación que produjo un impacto tremendo en Cerruti. "Y en todo el desarrollo de ese duelo o de esa posibilidad de hacer algo con el duelo me puse a leer La religión Hölderlin, que era el anteúltimo libro que él había publicado y a tramar esa ficción de otra manera, ya con él muerto, y dialogando ya con su biblioteca o más específicamente con ese libro de Javier y con Javier mismo", cuenta Cerruti.
-¿Sustituye, como dice María Magdalena, el concepto de la "nueva narrativa" en lugar del duelo?
-De alguna manera, no lo sustituyo, sino que es una forma de hacer con el duelo, que es un poco la lógica del libro. La nueva narrativa no es una forma de hacer con el duelo solamente, sino que es una forma de hacer con los muertos, permaneciendo en una conversación o con los traumas, o con el síntoma. Son como tres ejes que me interesó investigar, donde vi que había algo de esta idea o concepto de nueva narrativa que podía expresarse.
-A diferencia del duelo, ¿la nueva narrativa implica que no hay reemplazo?
-No hay sustitución plena, hay algo de eso que nunca se cierra, es un diálogo con la cicatriz, con la herida. Entonces, lo que hace es que ningún sentido -que por lo general nos viene de la sociedad, del otro, de cada quien, de nuestros fantasmas-, podría cerrar plenamente lo que es el duelo, el trauma o los síntomas. Por no cerrarlo contribuye a que algo de eso, pero con cierto despertar, un cierto cimbronazo, una afectación nos pone a crear, a inventar con eso.
-¿La "nueva narrativa" implica una construcción tras la muerte?
-Implica una construcción. Como lo muestra el libro A la salud de nuestros muertos, de Vinciane Despret, uno sigue conversando con los muertos, los muertos influyen en la vida, y en ese punto es una conversación y es una construcción. No habría escrito este libro si no hubiese acontecido esa muerte y no habría llegado a esa especie de concepto, "nueva narrativa", si no me hubiese puesto a dialogar tras esa muerte de esa manera con la lectura del libro de La religión Hölderlin, de Javier Galarza.
-¿Por qué dice que este libro habla de un despertar?
-No lo digo yo solamente. También Lacan anuncia mucho la idea de un despertar, en el sentido de despertar frente a un discurso que adormece. El discurso por lo general siempre adormece, el sentido adormece. Entonces, en el título del libro se juega que "cuando despertamos los muertos" es que estamos un poco muertos, un poco adormecidos por el discurso. Y el despertar lo produce la angustia, lo produce un síntoma, lo produce un trauma, algo que insiste desde lo real. Eso produce un despertar. ¿Qué hacemos con eso? Es el asunto. La apuesta es que sea una nueva narrativa u otros recursos que cada quien tenga, pero ¿qué hacemos? Porque después nos volvemos a dormir, dice Lacan, en el discurso, pero la idea es que eso que nos afecta, como puede ser una muerte, el síntoma o el trauma nos pone frente a una pregunta sin respuesta. Y eso es un pequeño despertar. Eso mismo se produce en el consultorio psicoanalítico cuando hay una escucha. Se produce algo del inconsciente, ahí tenés una sorpresa, un ligero despertar, donde no era tan así como uno creía y tan así como uno pensaba. Y hay otra cosa que aparece ahí.
-Dice en el libro: "Toda muerte nos acerca a la propia muerte". ¿Le pasó eso con el fallecimiento de del poeta Javier Galarza?
-Sí, claro, absolutamente. Me pasó antes, cuando lo pensé para el recurso de la ficción, que me lo imaginé muerto, y que me produjo horror. Y me pasó después. No sé cómo decirlo sinceramente, pero es como que te hace avanzar. No sé si uno es consciente de la propia muerte sin la muerte de los otros. Creo que es ese el asunto. Uno es consciente de la propia muerte porque hay personas, cosas, muertes alrededor de uno que te proponen una finitud. Te proponen que, de repente, ya la vida no continúa de la misma manera, con o sin esa persona.
-¿Por eso dice en el libro que los muertos modifican la vida de los vivos?
-Yo creo que sí. Los muertos modifican la vida de los vivos. Yo puedo seguir conversando con Javier de muchas maneras, pero hay algo que ahí ya se afecta de otra forma y, a partir de este momento en que la muerte acontece, ya en mi día no está más él, en eso que yo podía ir a llevarle un planteo y encontrar cierta devolución o compartir ciertas cosas que pueden ser cotidianas, boludas o fundamentales. Entonces, ya mis días empiezan a entramarse con esa ausencia. Y entramar los días de cada quien con una ausencia no es más que modificar la vida.
-¿Las preguntas que titulan los capítulos de la primera parte del libro encontraron respuesta en usted después de escribirlo?
-Yo creo que la respuesta es esa posibilidad de ir haciendo con la pregunta. Esa es una forma de la respuesta. Lo aparto fuertemente de la respuesta conclusiva, de lo que a cada quien le podría parecer que es algo como una solución. Yo no creo que las preguntas tiendan hacia una solución, sino que tienden hacia una elaboración, un trabajo. Me refiero a estas preguntas. Principalmente la pregunta por una muerte es una pregunta que insiste y, en ese punto que insista, ahí hay un trabajo a hacer. Por eso me parece que siempre es una pregunta sin respuesta, pero no sin articulación, no sin elaboración, no sin insistencia, no sin hacer algo al respecto con eso.
-Como una manera de abrir nuevos interrogantes, ¿no?
-Y sí, como una manera de hacer que la misma pregunta se vaya equivocando, ¿no? Y que tampoco la pregunta sea algo como una afirmación tan contundente.
-¿En el análisis es más importante la pregunta que la escucha o, en realidad, ambas funcionan de manera articulada?
-Yo creo que hay distintos niveles porque algunas veces la escucha, como también decía Lacan, es como un rayo. Hay algunas cuestiones que vienen como si fueran no de un entendimiento o de un convencimiento, pero sí de algo que te atraviesa como un rayo. Y ahí no sé si hay tanta interrogación. Sí creo que hay un gran periodo de los análisis donde instalar la pregunta como recurso terapéutico, clínico, me parece de suma importancia, porque ahí es donde habita la posibilidad del equívoco. Tanto la pregunta hacia el analista como "¿Qué estoy escuchando acá'?", como la pregunta hacia las problemáticas, las escenas o lo que vaya pasando en el relato del paciente. Entonces, me parece que la pregunta es ya una herramienta clínica y eso depende de la escucha, porque uno puede introducir una pregunta porque escucha donde antes no lo había y eso es como es como el ABC del psicoanálisis también. Un paciente va y relata una historia, una escena, algo a una persona, a un amigo y ese relato pasa. Si se lo relata a un analista -y diría que, algunas veces, hasta a un poeta-, se escucha otra cosa. Y al escucharse otra cosa acontece una pregunta porque muchas veces el analista dice: "¿Pero y esto?". Y ahí ya se reconfigura la escena, se ve otra cosa de lo que se estaba relatando.
-En el libro señala que cuando alguien decide hacer un análisis es porque tiene algo para decir. ¿En realidad no es que tiene un cierto nivel de angustia?
-Hay muchas formas de entrar en análisis. El nivel de angustia es una, la más recurrente tal vez. Hay otros que vienen con algún tipo de síntoma que después se instala y se construye en análisis. Pero lo que apunto también es que tengas una angustia, tengas un síntoma, tengas una inhibición, lo que pone en jaque, si vas a hacer algo al respecto, es el decir. No es lo mismo el decir que un relato, un cuentito o un texto que se pronuncia. No es la pronunciación de todo eso lo que hace un análisis, sino que en ese decir a acontezca fuertemente la subjetividad de cada quién. Subjetividad no en el sentido de la sustancia, sino que algo de eso interrogue a quien está diciendo.
-También señala que, a veces, hablar de lo traumático genera volver a vivirlo. ¿Por qué es importante hablar de eso entonces?
-Eso por lo menos me lo enseñó, más allá del psicoanálisis, el escritor Jorge Semprún, que tiene ese libro fantástico La escritura o la vida. Hay muchos eventos traumáticos que al pasarlos por el relato se vuelven a situar, se vuelven a hacer presentes. Entonces, se hace muy difícil poder relatar eso. Yo creo que ahí es donde la nueva narrativa viene un poco a ayudar: es empezar a construir una ficción que pudiendo decir lo traumático, no quede uno tan pegado a la vuelta de la escena y afectado, que queda como aplastado frente a ese trauma. Me parece que hay que pasar por el trauma, así como se pasa por la angustia y demás, pero no como una forma gozosa o de regodearse en algo que que nos ha causado mucho dolor, sino como una forma de poder elaborarlo, porque traer de vuelta el trauma en un relato que lo presentifique y nos afecte y nos haga doler de vuelta, no es elaborarlo. Es una forma equivocada de elaborarlo. Por eso me parece que hay que insistir, sin embargo, con cuidado, eso implica mucho cuidado, respeto por lo que se está diciendo, tiempo, escucha y también crear ciertas lógicas que hagan que ese relato pueda ser posible sin que duela tanto para que se pueda elaborar.