Desde Barcelona

UNO Rodríguez --murmurante, calculando, fabulando su reconstrucción en el rico desfile de la vida, documentado, verde, fuera de tiempo, automático para la gente, monstruoso, aventurero y novedoso del hi-fi, a veces up, a veces revelado, dando vueltas alrededor del sol y acelerado sólo para acabar colapsando en el ahora-- camina por ahí cantando con la boca cerrada eso de "That's me in the corner / That's me in the spot... light... losing my religion". Y se acuerda que cuando salió esa canción, ese hit planetario con mandolina tan inesperado (como suelen y deben serlo los verdaderos himnos tribales-globales), él se preocupó por averiguar que eso de perder la religión era una suerte de slang para decir volverse loco. Y ya se sabe: en español uno vuelve a la locura mientras que en inglés --going crazy-- uno va hacia todo eso que, para muchos, puede más o menos, si no curarse, al menos apaciguarse con una contundente descarga de kilos de watts al cerebro. Electroshock y todo eso.

DOS Así que ahora ahí está Rodríguez. En una corner de la primera edición del Book Music: Festival de Literatura Musical, en la "fábrica de creación" Fabra i Coats --entre tantos libros cantantes y sonantes-- sosteniendo la flamante biografía Este grupo se llama R.E.M. de Peter Amer Carlin. Hojeándola y ojeándola con rápidos movimientos oculares. Y, ah, cómo le gustaba y le sigue gustando R.E.M. a Rodríguez. Ese cuarteto al que se consideró como "el más improbablemente exitoso grupo del mundo". Esos provincianos devenidos en millonarios sin frontera gracias a canciones que iban de lo críptico a lo esperántico, del sentirse bien a solas ante la inminencia del fin del mundo a la comunión masiva en el convencimiento de que todos sufren pero que no hay que dejarse ir o llevar por el dolor. Y R.E.M. (a diferencia de U2) supo llevar con gracia y elegancia eso de ser super-stars y ganarse la admiración de un desesperado Kurt Cobain que no supo lidiar con todo eso. Y R.E.M. supo también como ir pasando de moda y salir de los spotlights y desbandarse casi sin que a nadie le importase demasiado (empezando por ellos); porque el trabajo estaba hecho y había llegado la hora de desenchufarse, en 2011, luego e haber conseguido ser los más grandes sin por eso haber caído en demasiadas pequeñeces y miserias. De algún modo, la saga de R.E.M. es algo artísticamente apasionante y tan aburrida anecdóticamente: algo que no abunda en el rock y en el pop. Hace poco les preguntaron que los haría volver a juntarse: un cometa o super glue, respondieron. Y días atrás Rodríguez leyó que el cantante y letrista Michael Stipe grababa, por fin, su primer álbum solista. ¿Cómo será? Algo le dice a Rodríguez que lo de Stipe sin R.E.M. va a ser más o menos el equivalente a lo que fue el Viva Hate de Morrissey sin The Smiths. Se puede dejar de ser algo pero no se puede dejar de ser uno.

TRES Y por los pasillos del Book Music deambulan lectores de music books y, sí, son ya gente grande. Algunos acompañados de hijos adolescentes y otros de nietos niños. La cultura rock ya es clásica y sus cultores peinan canas o lustran calvas (pero sin el glamour de la de Stipe). Y lo que alguna vez fue revolución vanguardista hoy es melancolía por la retaguardia. Y de golpe Rodríguez reconoce a alguien. A Andrés Perruca: alguna vez baterista de la legendaria banda indie El Niño Gusano Gusano (y, ah, cómo le sigue gustando y le gustaba El Niño Gusano a Rodríguez) y hoy operador cultural y programador de la Fundación Telefónica de Madrid. Y, sorpresa, de pronto autor del music book de la temporada: Vida de un pollo blanquecino de piel fina. Otro manuscrito hallado en Zaragoza. Una suerte de monolito de casi 900 páginas orquestadas y (des)arregladas en sesenta y siete partes/tracks correspondiéndose con las sesenta y siete canciones publicadas por El Niño Gusano entre 1993 y 1999. Todas y cada una de ellas trufadas de notas al pie de esas que hacen caer de rodillas. La versión maña y maníaca de Thomas Pynchon o de David Foster Wallace girando a 33 RPM alrededor del vivísimo fantasma del muerto inmortal Sergio Algora. Fallecido en 2008 y a quien Perruca invoca con modales de médium extra-large sin caer en el sentimental glorificación del maldito-fue sino, más bien, en la sentido enaltecimiento del bendito-sea. Y algo de eso le apuntaban a Perruca en una reciente entrevista en Rockdelux para que Perruca disparase: "Pero eso fue algo sin querer. Lo típico de que el cantante, cerebro y artista principal se muere joven, el pobre. Sergio decía que se moriría antes de los 40, como Boris Vian. Decía que vivir más de 40 años estaba sobrevalorado. Lo decía de broma, porque él no se quería morir, claro. Pero se murió a los 39, como Vian, de un problema de corazón... Cualquiera de los que lo hayamos conocido lo podemos decir: nuestras vidas y nuestra forma de ver el mundo no serían igual si no hubiésemos conocido a Sergio Algora... Y desde el principio siempre dije que íbamos a sacar solo tres discos, que los grupos buenos solo sacaban tres discos. Y así fue. Pero es verdad que en la última época habría estado contento de haberme equivocado, porque después de publicar el tercero teníamos cuatro, cinco o siete canciones buenísimas. Pero la cosa no siguió". Falso, piensa Rodríguez: la cosa sigue en Vida de un pollo blanquecino de piel fina. Y se lo compra. Y le pide a Perruca que se lo firme. Y Perruca se lo firma y se lo sella y le añade una foto en la que aparece con sombrero y pipa. Y no, no es verdad: escribir sobre música no es siempre como bailar sobre arquitectura. En ocasiones, escribir sobre música es como escribir musicalmente o musiquear escrituralmente.

CUATRO Lo que hizo y sigue haciendo Bob Dylan. Y --se sabe-- a Rodríguez este icónico-totémico songwriter no le va ni le viene. Tampoco le irrita o le alegra que le hayan dado el Nobel de Literatura teniendo en cuenta a quienes les dan el premio en los últimos tiempos. Pero lo que se pregunta ahora es si valdrá la pena y pagará la alegría el ver esa biopic con Timothée Chalamet (el Johnny Depp de esta generación y, como él, también protagonista de absurdas publicidades de perfumes) haciendo del absolutamente reconocido en cuestión (y Rodríguez se pregunta sino debería existir, a la hora de este género, un Oscar no al Mejor Actor sino al Mejor Imitador). Dylan por los días en los que era cuestionado por electrizarse hacia lo visionario y particular y así electrocutar a sus fans acústico-protestones-sociales con esa controversial Sunburst Fender Stratocaster que sacó chispas en el Newport Festival '65 y que se subastó en 2013 por más de un millón de dólares. A Rodríguez Chalamet no le cae muy bien: esos peinados, esas ropitas, esa sonrisa entre cínica y bobalicona y eso que le hizo a Woody Allen. Pero siempre le gusta ver la reconstrucción '60s del Greenwich Village. Y está dirigida por el "hábil artesano" James Mangold (aunque difícilmente supere a la Inside Llewyn Davis de los Coen). Pero le gustó mucho eso que Mangold contó en cuanto a que --antes de encarar la película-- pidió audiencia con Dylan para tener su permiso y bendición para contar y cantar su vida. Y que entonces Dylan enarcó ceja, sonrió sonrisa dylanesca, y preguntó: "¿Y de qué va a tratar?" Y --la respuesta, my friend, está y estuvo y seguirá estando blowin' in the wind-- de eso se trata, se dice Rodríguez con el fantasma de la electricidad aullando en los huesos de su rostro.