El fotógrafo cubano-argentino Kenny Lemes, de 39 años, se quitó la vida el pasado miércoles en su casa de Luján, provincia de Buenos Aires. Antes de hacerlo, dejó programados correos electrónicos para que le llegaran a sus amigos. En sus emails, Kenny pedía que no hubiera sepelio, que su cuerpo fuera cremado y que sus cenizas se envíen a Cuba.

Conocido en la escena artística por sus imponentes retratos a subjetividades diversas, Lemes encontró en la fotografía un arma perfecta para combatir a la hegemonía visual y la heteronormatividad. A lo largo de su carrera siempre buscó visibilizar a las trabajadoras sexuales, las personas trans, neurodiversas y todo el espectro disca y disidente.


Lemes nació en La Habana en 1985 y emigró a Argentina a los 11 años, donde se destacó como fotógrafo contemporáneo, docente y retratista en eventos como la fiesta Dengue Dancing. Apasionado por la cámara, siempre desafió las prácticas tradicionales de la fotografía y cuestionó su carácter marginal frente a otras disciplinas más jerarquizadas en las artes visuales. Con un punto de vista combativo y necesario, utilizó sus redes sociales para difundir su trabajo y señalar aquellas dinámicas de la escena artística que le generaban desconfianza, también para promover un espacio de reflexión sobre lo queer y las maneras en que cada une puede aportar a la lucha LGBTIQ+.

Fue premiado con la mención de Honor en el premio a las Artes Visuales del Fondo Nacional de las Artes 2016 y recibió el segundo premio en Fotografía del Salón Nacional de Artes

Visuales 2021. Participó de diversas exposiciones colectivas en espacios como la Fundación Klemm, el Premio UADE, el Salón de Fotografía y la Bienal de Arte Joven. También tuvo muestras individuales, entre ellas Singular fosforescencia en el Centro Cultural España de Córdoba y Venus perversa en el Museo de Arte Contemporáneo de La Boca (MARCO).


En 2024 presentó Mariposas que vuelan de noche, su primer libro de fotografías publicado por Tres Olas Ediciones. En esta publicación, el artista advertía: “En un mundo apocalíptico como éste, es de saber que de las sombras saldrán los monstruos, los marginados, los desplazados, los silenciados; y que suavemente, con indetenible delicadeza, ocuparán los espacios que les fueron negados durante el mandato de los capaces y los instruidos y los fértiles y los merecedores”. Las imágenes del libro construyen la geografía corporal del sufrimiento y la ternura. Sin golpes bajos, Lemes prioriza los primeros planos, una luz delicada que cae como un manto sobre los cuerpos y una atención extrema en las miradas.

Lemes entendía la fotografía como un medio para evidenciar otros modelos de belleza, asociadas a existencias que fueron olvidadas o retratadas con un lente condescendiente y moralista. Su trabajo hizo un gran zoom sobre los cuerpos dañados, marchitos y dueños de pieles sobrecargadas con historias y dolor. Cada retrato evoca el fragmento visual de una memoria colectiva de la disidencia y todo aquello que el patriarcado quiere esconder bajo sus alfombras.

Sus fotografías fueron publicadas en diversos medios especializados, tanto locales como internacionales. En 2020, en la revista Balam, Lemes expresaba: “Si algo me ha dado la fotografía en todo este tiempo -bueno, entre otras cosas importantes- ha sido el encuentro. El encuentro sin romantización. El encuentro con humanos imperfectos, en contextos asfixiantes, atravesados por las dificultades de cualquier otra existencia. El encuentro con otra persona siempre te enfrenta a algún prejuicio, a alguna opinión personal sobre algún tema que se siente interpelada ante el desacuerdo del otro. Estos encuentros significan, básicamente, salir a vivir. Atestiguar otras maneras de existir, entrar a otras casas, oler los olores de otras intimidades, estar en contacto con otros cuerpos, otras identidades, otras genitalidades”.


En conversación con Soy, Luis Juárez, fundador de la revista Balam ofrece unas palabras sobre Kenny Lemes: “Conocí a Kenny en 2010, una noche en la fiesta Dengue Dancing. Él estaba ahí tomando fotos, y en uno de esos disparos me retrató. Yo tenía 19 años y él, 25. Recuerdo que pensé: '¿Quién es ese moreno rapado que se parece un poco a mí?'. Claro, era caribeño, igual que yo. Nos volvimos a encontrar años después, en 2020. Esta vez tuve la oportunidad de mostrar su trabajo por primera vez en Balam N°6: Mestizx. En ese momento, él me decía que su trabajo no valía la pena. Yo le decía lo contrario, porque veía en sus fotos algo que iba mucho más allá de lo que él pensaba. Su obra, me hizo reafirmar algo fundamental: lo que nos empuja a dedicarnos a la fotografía es ese momento en que algo te toca tan profundamente que no puedes dejar de mirarlo, de cuestionarlo, de buscarle una nueva forma".

"Lo que más me fascinaba de su mirada era su capacidad de encontrar belleza en lo aparentemente insignificante. Su trabajo me hacía pensar que todo puede ser reconfigurado, incluso desde la descomposición. A través de su lente pasaron muchas personas con las que, en primer lugar, tenía que encontrar una conexión. En sus fotos, Kenny no solo capturaba lo que estaba frente a él, reconstruía el mundo a partir de esos fragmentos olvidados". 

"Su trabajo no sólo desafiaba la convención fotográfica, sino que también nos desafiaba a nosotros como espectadores, a repensar nuestra percepción del mundo que nos rodea. Nos recordaba que, en cualquier momento, podemos romper con lo establecido, desordenar lo que creemos conocer, y crear algo completamente nuevo. Nada es trivial, nada es irrelevante. Lo que la sociedad o la cultura tiende a ignorar, lo que nos parece inútil, en realidad tiene un peso inmenso, y esa fue la gran lección de Kenny: todo tiene un valor único, incluso lo que otros consideran invisibles”.

Las heridas, la soledad y el caos son los tres elementos centrales que consolidan la obra de Kenny Lemes como un aparato político desgarrador. En sus trabajos, el cuerpo es celebrado por su carácter monstruoso, por su disconformidad para con los estándares estéticos y por su potencia transformadora. Crítico con su profesión, Lemes insistía en que una fotografía no retrata la esencia ni la verdad de una persona. La foto no revela, más bien, propone una relación de complicidad con el retratado. Lo que se exhibe es la potencia del artificio, las múltiples capas de sentido que aparecen en las huellas de la piel, las señales de adversidad y padecimiento. 

Su legado fotográfico ofrece una relectura del concepto de superficie, entendido como un portal que se abre y deja ver un espacio íntimo, el lugar para encontrarse al mismo tiempo con el terror y la belleza.