Donald Trump jugó a fondo hoy en el conflicto de Medio Oriente con una decisión que abre un escenario imprevisible y amenaza con alterar el débil equilibrio de la región: reconoció a Jerusalén como capital indivisa de Israel y anunció que la embajada de los Estados Unidos se mudará allí desde Tel Aviv. "He decido que es el momento de reconocer oficialmente Jerusalén como capital de Israel", manifestó hoy el magnate en lo que es un salto al vacío: ningún país del mundo ha reconocido hasta hoy el status de Jerusalén como capital del Estado de Israel.
La medida había sido anunciada ayer a Mahmoud Abbas, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, así como al rey Abdullah II de Jordania y el presidente egipcio Abdel Fatah al Sisi. Por supuesto, Trump adelantó la noticia también al premier israelí Benjamín Netanyahu, el gran ganador de la movida.
Según Trump, "estamos haciendo lo correcto, lo que hay que hacer",y remarcó que "todos los presidentes anteriores se negaron a hacerlo”. Se justificó alegando que “Israel es una nación soberana y Jerusalén es la sede de su Gobierno, Parlamento y Corte Suprema. Estamos aceptando lo obvio”; y manifestó que “es el corazón de las más exitosas democracias del mundo, un lugar donde judíos, musulmanes y cristianos pueden vivir según sus creencias”. Con todo, la mudanza de la embajada no será inmediata. Es algo que llevará años por cuestiones burocráticas y de seguridad.
Las críticas no tardaron en llegar. “Esto es un disparate de dimensiones históricas que amenaza a toda la región”, advirtió John Brennan, director de la CIA entre 2013 y 2017. Desde el Vaticano, el papa Francisco hizo un llamamiento “para que todos respeten el statu quo de la ciudad, de conformidad con las resoluciones pertinentes de la ONU” y reclamó "prudencia para evitar nuevos elementos de tensión a un panorama mundial ya convulsionado". Hamas, que controla la Franja de Gaza, ya anunció que la medida “abre las puertas del infierno” y amenazó con una nueva intifada
Ahora se abre el riesgo de una escalada de violencia por las implicancias no sólo políticas, sino también religiosas y simbólicas de Jerusalén. Los palestinos reclaman la parte este de la ciudad como capital de su demorado estado. Un portavoz de Abbas remarcó antes del anuncio oficial que “no puede haber un Estado palestino sin Jerusalén este como su capital” y que esto puede alterar “la seguridad y estabilidad de la región y el mundo”.
En su momento, los Acuerdos de Oslo de 1993 habían planteado que el status de la ciudad, reclamada tanto por Israel como por los palestinos como capital, sería discutido en etapas más avanzadas. Esto fue antes del magnicidio del premier Yitzhak Rabin, que estancó el proceso de paz. El tema se retomó en Camp David en 2000, pero el entonces primer ministro Ehud Barak y el líder palestino Yasser Arafat no llegaron a un acuerdo. El año pasado, en una de sus últimas intervenciones como secretario general de la ONU, Ban Ki-moon afirmó que "el status de esa ciudad sigue estando en el corazón de cualquier solución negociada sobre el conflicto israelí-palestino."