Entre la gruesa y variopinta cantidad de cantoras que ha arrojado a la fecha el tango del siglo XXI, Julieta Laso emerge sin dudas como de las más audaces, comprometidas. No son pocas las voces que se alzan para destacar su particular e indómito estilo, de cuya impronta dan cuenta los cinco años que transitó por la Orquesta Típica Fernández Fierro, y los cinco discos que publicó como solista, dos de ellos -La Caldera y Cabeza Negra- con Gardel incluido.
Todos los jueves de marzo a las 20 en el Tasso (Defensa 1575), Laso podrá refrendar sus pergaminos, adobada su voz por las compañías de tres guitarristas (Juan Otero, Leandro Ángeli y Germán Montaldo), y del percusionista Matías Furio. “Los muchachos de las violas son quienes me acompañaron en el principio en todo esto de cantar, y es emocionante reencontrarnos”, destaca Laso, cuya intención de cara al ciclo es recrear piezas de Cabeza negra y el reciente Pata de perra, donde el percusionista Matías Furio –su cuarto acompañante-, asumió un rol central, dada su impronta latinoamericana.
También puede que el Tasso resuene al compás de temas que tal vez formen parte de discos por venir. Uno, el sexto en el haber de Julieta desde la publicación de Tango Rante en 2010, que será producido por Daniel Melingo, y otro compartido con Maxi Prietto, cantante y guitarrista de Los Espíritus. Uno y otro, que la cantante considera muy distintos entre sí, pero con un punto en común: sus improntas rockeras. “Hace dos años acompañé a Melingo en sus conciertos, cantar con él es muy emocionante. Admiro su obra desde chica. Tangos Bajos y Ufa!, son discos que me marcaron, que tuvieron mucho que ver con el camino que elegí”, evoca Laso, posada en el vínculo con Melingo. “Estar trabajando en mi próximo disco solista con él como productor es un aprendizaje, obviamente, y un privilegio ver sus modos de pensar las cosas de cerca”
Por el ex Abuelos justamente vino la conexión con Prietto, quien también estuvo presente en los conciertos antedichos. Y no solo. También pasó que éste terminó componiendo primero un tango para Julieta, y luego varias canciones que derivaron en el otro disco por venir. “Empezamos a ensayar con la banda, y cada vez nos gustaba más lo que escuchábamos. Hoy ya tenemos un disco para masterizar”, informa la además actriz que –retomando el repertorio del Tasso- habla de temas que nunca pueden faltar en sus conciertos. “Canto de Nadie”, de Alfredo Zitarrosa, porque se lo dedica a la lucha del pueblo palestino; “El mago y la publicidad”, del “Mancha” Asenjo, productor de Pata de Perra; “Guitarra, dímelo tú”, de Atahualpa Yupanqui y “Traidor del cielo”, de Lucio Mantel y David Aguilar, por tratarse de una “vidala hermosa”. “Este trabajo de cantar en escenarios donde ves la cara de la gente, donde podés compartir un rato en una mesa antes de irte, es hermoso”.
Laso -porque también es actriz pues- sigue siendo parte de Las lágrimas de los animales marinos, obra del director, payaso y dramaturgo “Toto” Castiñeiras que lleva varias funciones en cartel en el Teatro Cervantes. Y lo fue del mediometraje Terminal Norte, dirigido por Lucrecia Martel, su pareja, y rodado en Salta, donde la cantora anidó durante la pandemia. “Sigo viviendo en Salta, aunque el teatro me tuvo este tiempo mucho más en Buenos Aires por el tema ensayos y funciones. Pero cuando puedo voy para allá. Vivo en el campo, cocino, estoy mucho con mis perros y las plantas. Tengo bastantes amigos y hago con ellos tertulias musicales”.
-Como refugio, tal vez, de esta época violenta y extraña para las grandes urbes.
-Que te hace sentir responsable del futuro, sí. En mi caso, trato de no abrumarme, porque nada se puede hacer sin alegría. La clave es encontrarse con la gente que nunca delega el cuidado de los otros en instituciones, que cree en la fuerza de la calle. Y ojo, porque cuando uno dice "la calle", puede parecer que dice solamente callejear, pero la calle es el lugar donde el círculo se amplía. Sin la calle, la vida sería una eterna pandemia. Es más, voy a las marchas por razones sociales, humanitarias, pero confieso que cada vez más voy para estar con los otros, para estar cerca de mucha gente que le gusta estar con mucha gente. La vida en común no puede delegarse ni en democracia. La vida en común no es posible con la agresión permanente que propone este gobierno.
-¿Qué respuesta da a este contexto tu perspectiva militante?
-Es difícil entender porqué tan rápidamente escala lo que hace sufrir, pero es muy fácil comprobar que estar cerca de la gente devuelve las fuerzas, las ganas de vivir, la fe en un futuro en común. Hay que ejercitar experiencias comunitarias. Estar solos, pensando que una cosa invisible regula nuestros vínculos de manera justa, es una demencia.
-¿Cuál es el rol que debería cumplir el artista, hoy, para contrariar este estado de cosas, además de juntarse, por supuesto?
-Es algo sobre lo que todos, me imagino, hemos estado pensando. Hace muchos años que piso escenarios, y tengo una palabra pública. Es difícil aceptar que cometimos errores, que dejamos pasar cosas que iban generando distancias entre nosotros, los ciudadanos. Creo que la música se inventó para dar fuerzas, y yo trato de hacer eso, incluso en las canciones tristes. Confío en las canciones que elijo, y confío en lo que puedo lograr con mi voz. Seguramente no es suficiente, pero si las canciones quedan en la memoria, y arrastran recuerdos de personas queridas, reuniones, o tararearlas te ayudan a pasar un turbulencia, el esfuerzo habrá valido la pena. Los que estamos en el mundo del arte, sabemos lo que es depender del otro todo el tiempo. No sólo porque necesitamos que alguien pague una entrada, sino porque nos declaramos humano-dependientes. Y ese es nuestro trabajo: contagiar la humano-dependencia.