Algunas fuentes sostienen que fue en marzo; otras, en junio; en lo que todas coinciden es que se trata del año 1955 cuando salió la primera edición, por el Fondo de Cultura Económica, de Pedro Páramo, la novela quizás mayor del siglo XX en América latina.

Muchas de las ideas y de los mitos fundamentales, así como las secretas lecturas y las admitidas o negadas influencias han sido oportuna y abundantemente señaladas en esta novela, narrada en la inestable frontera entre la vida y la muerte. Pedro Páramo: la búsqueda del padre, la visita al país de los muertos, el incesto, Edipo y La Divina Comedia, Shakespeare y Dostoievski. Y además (tal vez, principalmente) los escritores nórdicos: Knut Hamsun, Selma Lagerlöff, Halldor Laxness... Y también, inevitablemente, Yoknapatawpha y William Faulkner.

Pero no hay que engañarse: con todo eso, y con mucho más, se pueden alzar interesantes construcciones verbales, pero no un texto ficticio que, apretado en su tensión dramática, dé resonancia a esos mundos, a la par que, nacionalizando o regionalizando las historias, universalice sus propios modelos. Y eso es fundamentalmente lo que ha hecho Rulfo: apretar, recortar, sacar, ir dejando cada vez más desnudo el texto, el hueso pelado, la despojada materia. Porque su trabajo ha sido el de reducir hasta que quedara sólo lo mínimo, la esencia poética de una frase, de un pensamiento, de un diálogo. A esa verdadera pasión reductora, aludía al declarar de su ya corta novela: "Por cierto que eliminé muchas páginas, debí haber sacado unas cien páginas. Por ejemplo, había muchos diálogos: el abogado aparecía varias veces en la novela, intervenía en largos diálogos con Pedro Páramo. Y lo mismo el cura Rentería. Pues yo eliminé todos esos diálogos”. Y: “Creo que si ahora lo leo otra vez van a tentarme las ganas de quitarle algunas páginas".

Opina, con acierto, uno de los principales estudiosos de su obra, el mexicano Sergio López Mena: "Uno piensa al leer El Llano en llamas y Pedro Páramo, que Rulfo debió escribir esos textos poseído por un demonio desesperado. Cada página tiene extraña animación, como si fuese hija de estados febriles. Y, sin embargo, cuán cierto es que para alcanzar esa perfección literaria fueron necesarias largas horas de vigilia. El genio de la lengua se hacía presente ya en las primeras cláusulas que redactaba, pero el cuidado porque la voz siguiera dócil el mandato de la conciencia fue una preocupación obsesiva en Rulfo. Después de la escritura inicial venía siempre el castigo de la forma: la supresión de pasajes y el cambio de palabras o de construcciones, que son los aspectos más notorios al confrontar los manuscritos con las diversas ediciones autorizadas y éstas entre sí".

Es más, pues, que una impresión o que una intuición de lector avisado: la huella de esas modificaciones existe, y éstas son importantes, a veces de gran significación: sintácticas y lexicales, sustitución o eliminación de palabras, de oraciones enteras, de pasajes completos (como en el caso del relato "El Llano en llamas", por ejemplo). Y, sobre todo, los cambios son permanentes. Al punto de haber incidido nada menos que en el título de su única y famosa novela, la cual, en una primera versión, se llamó Una estrella junto a la luna, y todavía en una segunda, Los murmullos, antes de titularse definitivamente Pedro Páramo. El propio pueblo, además, que quedó inmortalizado en ella, era en un principio Tuxcacuexco, hasta que la idea de la exactitud geográfica fue desplazada por la sugerencia simbólica, la de un pueblo (¿la de un país?) para poner (o que está) sobre las brasas, Comala.

NOS HAN DADO LA TIERRA

Naturalmente, el mundo campesino y las consecuencias que sobre el mismo han tenido los resultados y las frustraciones de la Revolución mexicana están presentes en cada una de las líneas que Rulfo escribió. En Pedro Páramo, puntualmente, los primeros años de la Revolución y la rebelión de los “Cristeros”, entre 1926 y 1929, están bien presentes, y muchos han visto en el texto una visión desencantada de todos estos sucesos. Más aún: su literatura es inexplicable e incomprensible sin ese acontecimiento que, bueno es recordarlo, representó la primera revolución social del siglo XX. Ella infunde cada uno de los temas, desde la crítica al cardenismo en "Nos han dado la tierra" (título que, con el correr del relato, se advierte en toda su ironía) hasta el cruento paso de la rebelión “cristera” en Pedro Páramo; desde la presencia del caciquismo en "La cuesta de las comadres" hasta la del maestro que no se sabe a qué fantasmas irá a alfabetizar en "Luvina". No hay texto donde el marco político y social no pueda reconocerse, pero, como en todo gran escritor, ese ámbito está insinuado, dibujado, latente, preso más de los significantes que de la expresión didáctica y ruidosa.

No tenía Rulfo la mirada del político, la del sociólogo o la del antropólogo que, como trabajo diario, tuvo que cumplir en sus últimos años, sino una mirada subjetiva, poética, y no por ello menos "real". Muchas de sus opiniones de entonces sobre la sociedad mexicana, se revelan por eso de gran utilidad y actualidad. En 1974, en un diálogo que mantuvo con estudiantes de Venezuela acerca de su obra, expresó entre otras cosas: "Le platicaba a una amiga venezolana el otro día, precisamente, que me había tocado presenciar el Día de Muertos en un pueblo que se llama Tenexapa, en Chiapas, un pueblo indígena. La mentalidad indígena es muy compleja y solamente siendo antropólogo se pueden explicar ciertas cosas que hacen. Viéndolo bajo el punto de vista antropológico ellos lo encuentran muy sencillo, pero tratándole de adivinar o de encontrar sus motivaciones es muy difícil, porque es otro mundo, sobre todo debido al sincretismo religioso en que viven. A ellos la conquista, la violencia de la conquista, les destruyó su religión y sus dioses, pero la imposición de otros dioses, de otra religión, nunca alcanzó a ser completa. Entonces ese sincretismo se da, se hace una revoltura y creen estar adorando a la Virgen de Guadalupe y en realidad es a la diosa Texcatlipoca o a yo no sé quién. Y están adorando a Cristo y resulta que es Huitzilopochtli, porque le ven que le sale sangre del costado, ¿no?". Y agregaba, como enseñando que el lugar del trabajo poético no es solamente el del testimonio o el del documento avalado por la presencia: "No, yo no tengo ningún personaje indígena ni he escrito sobre los indios jamás. Por eso los conozco mucho...".

Y en otra oportunidad, en una entrevista con Fernando Benítez, en una perfecta y muy pedagógica refutación de la representación realista, señalaba que “antes de escribir Pedro Páramo tenía la idea, la forma, el estilo, pero me faltaba la ubicación y quizás inconscientemente retenía el habla de esos lugares. Mi lenguaje no es un lenguaje exacto, la gente es hermética, no habla. He llegado a mi pueblo y la gente platica en las banquetas pero, si tú te acercas, se callan. Para ellos eres un extraño y hablan de las lluvias, de que ha durado mucho la sequía y no puedes participar en la conversación. Es imposible. Tal vez oí su lenguaje cuando era chico, pero después lo olvidé y tuve que imaginar cómo era por intuición. Di con un realismo que no existe, con un hecho que nunca ocurrió y con gentes que nunca existieron”.

LOS PERSONAJES NO HABLAN

Hacia 1980, organizamos una mesa redonda en la Universidad de Toulouse en torno de Juan Rulfo. En la ocasión, el escritor habló reticentemente de su propia obra. Cuando un colega se permitió elogiarle, entusiasmado, el acento exacto de los campesinos de Jalisco que habría reconocido en sus textos, él negó tímidamente y, por lo muy bajo, acotó: "Pero, si los campesinos de Jalisco no hablan..."

Si se observa bien, tampoco en sus libros suelen, precisamente, hablar. Es decir, comunicarse más o menos denotativamente, o establecer un contacto instrumental con la palabra de otro, dialogar. Creemos, sí, oír una vaga primera persona, que comenta, como en voz baja o para sus adentros, hechos diversos; una voz extraña que parece monologar, y que a ratos es, o semeja ser, la de un tonto; un extraviado que se entretiene en decir muchas veces lo mismo, con ligerísimas variantes: "Ahorita son algo así como las cuatro de la tarde. Alguien se asoma al cielo, estira los ojos hacia donde está colgado el sol y dice: -Son como las cuatro de la tarde. Ese alguien es Melitón. Junto con él, vamos Faustino, Esteban y yo. Somos cuatro. Yo los cuento: dos adelante, otros dos atrás. Miro más atrás y no veo a nadie. Entonces me digo: Somos cuatro" ("Nos han dado la tierra"). Igual, el hermano asesino de "Talpa": "Lo que queríamos era que se muriera. No está por demás decir que eso era lo que queríamos desde antes de salir de Zenzontla y en cada uno de las noches que pasamos en el camino de Talpa. Es algo que no podemos entender ahora; pero entonces era lo que queríamos. Me acuerdo muy bien".

También el protagonista de "¡Diles que no me maten!", y el de "El Llano en llamas", se repiten de modo insistente o, como Macario en el cuento homónimo, dicen cosas completamente inconexas, temerosas, supersticiosas, fantasmales. Y, sin embargo, todos ellos producen, es cierto, el efecto de estar hablándonos, en un lenguaje directo, llano, sin circunloquios.

Para que una obra narrativa pueda ofrecer esa impresión, que alcanza a crear en nuestra conciencia un reflejo supuestamente tan fiel de los procesos del habla, parecen necesarias numerosas operaciones de traducción. En primer lugar (y por poco que se hable), de la voz a la escritura, y luego, en lo escrito, de aquello que se cree que es, o se presume que debe de ser el habla cotidiana, a lo que verosímilmente se acepta como tal. Por último (si es verdad que cada escritor crea su propio lenguaje), Rulfo traduciría desde esa generalidad aceptada a una generalidad urdida, compuesta, elaborada por el narrador, de acuerdo no solo con sus modos de captar o de percibir una lengua sino también con su modo particular de textualizarla, con las necesidades de su ritmo, con los motivos y con los objetivos conscientes e inconscientes de su obra.

Nada o casi nada quedará en el texto, al fin, de aquello que "es como se habla", o del pretendido hacer hablar a los personajes "como ellos lo hacen en su vida". Pero lo que sí queda (y quizás sea lo que más permanece, entre otros enormes logros de Rulfo) es esa creación de voces literarias que se nos imponen como una realidad.

Porque al igual que en el tratamiento, lo que más llama la atención en el campo temático no es la referencia sino la reserva. Llevado al extremo, ese laconismo (que debió sobrevivir durante mucho tiempo a una obra gigantesca, "póstuma", publicada cuando apenas tenía 37 años), se transformó en un definitivo silencio literario.