En 2023, Sarah Polley recibió un Oscar por la adaptación del guion de la película que también dirigió, Women Talking. Cuando subió a recibir el premio, mencionó que, en la última línea del film, una madre le dice a su hija “tu historia será distinta que la nuestra”. Pero para cambiar la historia, paradójicamente, estas mujeres menonitas deben sobreponerse a su pasado común, a los deseos divergentes y las contradicciones que surgen en sus reuniones secretas. En cierto aspecto, las posibilidades de nutrir la historia a través de nuevos relatos que podamos contarnos es el desafío que Polley asume en los seis ensayos que componen Correr hacia el peligro, su primer libro publicado. Para eso, sin embargo, debió exhumar ciertos traumas ya que su vida personal estuvo lejos de ser tan perfecta como la niña prodigio que en los ochenta brillaba en la televisión canadiense con su sonrisa incombustible y su aura angelical.

A los nueve años, atravesó escenas minadas de explosivos para lograr la toma perfecta que buscaba Terry Gilliam cuando ella protagonizó Las aventuras del barón Munchausen. A los 11, su madre -también actriz- se enfermó de cáncer y murió. A los 15, por debajo de la ropa usaba un doloroso corsé de plástico para tratar la escoliosis mientras hacía obras de teatro durante jornadas laborales extenuantes (de esa época conserva la cicatriz de la operación posterior). Un poco más tarde, podría haberse convertido en la nueva sensación adolescente de Disney, que la invitó a un mega evento en Washington, donde ella denunció las atrocidades de la guerra del Golfo para horror de los organizadores. Entre bambalinas, desde chica, padeció diversos acosos en una época donde de eso no se hablaba. Cuando fue adulta, paradójicamente la acusaron por no haber mencionado el asunto.

Sin embargo, fue un accidente doméstico el que la hizo repensar su vida pública. En 2015, a Sarah se le cayó un matafuegos en la cabeza y estuvo tres años padeciendo mareos, intolerancia a la luz y otros problemas que no la dejaban seguir con su rutina. Por ejemplo, criar a sus tres hijas pequeñas (ahora tienen 12, 10 y seis años) o completar el guion con la adaptación de Mujercitas que estaba escribiendo para la película de Greta Gerwig. El encuentro con un médico especialista en contusiones en Pittsburgh fue el comienzo de su sanación, que significó un cambio de paradigma no sólo en términos de salud: “Para que mi cerebro se recuperara de un golpe traumático tenía que volver a entrenarlo, fortalecerlo lanzándome a esas actividades que desencadenaban mis síntomas. Es decir, darle la bienvenida a lo que quería evitar”, escribe Polley en este libro que acaba de editar Fiordo con traducción de Renata Pratti.

Correr hacia el peligro implicaba para Polley no sólo ir hacia adelante sino volver sobre sus pasos y revisar una vida que la tuvo en el centro de filmaciones y festivales de prestigio desde muy chica, mientras su vida personal era un vendaval. El libro revisa varios momentos de aquella época. Por ejemplo, las idas y vueltas de su vínculo con Gilliam (al que admiraba desde la época de los Monty Python, que veía junto a un padre, que también le mostró La naranja mecánica a los siete años, convencido de que la infancia de su hija era un detalle). Durante el rodaje de Munchausen, que se estrenó en 1988, Sarah debió enfrentar peligros reales porque Terry, según le dijo mucho después, confiaba más en ella que en sus dobles. Pero lo que recuerda, además, es que podía encontrarse con situaciones incómodas como una jovencísima Uma Thurman llorando detrás del decorado tras el hostigamiento del ya consagrado Oliver Reed, (“si eso era el sentido de humor de los adultos, no quería tener nada que ver”, opinó Sarah entonces con lógico candor infantil). También se detiene en el hundimiento emocional de su padre (quien, por cierto, era un actor reconocido en la escena canadiense) y en el modo en que Sarah se fue de casa llevándose lo mejor que él le ha legado: el amor por la actuación, por la escritura y por los libros, además de un sentido del humor cáustico.

Por eso, reducir el libro a un catálogo de atrocidades sería erróneo: estos ensayos indagan de qué manera se pueden ajustar las cuentas con el pasado y ejercer una liberadora independencia artística sabiendo que aquello que nos da terror, nos define más de lo que pensamos. La sensibilidad de Polley y su capacidad distintiva para dialogar con estas contradicciones se advierten en los papeles que eligió para su carrera como actriz cuando pasó de sus actuaciones infantiles en la tele a protagonizar roles dramáticos cuando a mediados de los noventa comenzó a actuar junto al director Atom Egoyan, Su consagración internacional llegaría a través de dos actuaciones memorables en Mi vida sin mí y La vida secreta de las palabras, dirigida por Isabel Coixet en los tempranos 2000. En una interpretaba a una joven madre que sabía que moriría pronto y en otra, a una sobreviviente de la guerra de los Balcanes. Sin embargo, decidió dejar la actuación a un costado en 2010 para convertirse en directora. Y también brilló dirigiendo a actrices como Julie Christie, Frances McDormad o Rooney Mara, entre otras. “En algún momento, decidí que no será fácil encontrarme en un mundo como el que proponen Hollywood y la industria del cine. Así que me aseguré de que hubiera cierta distancia entre mí y esa vida pública que estaba un poco fuera de mi control. Además, no me criaron para preocuparme mucho por la fama y esas cosas”, dice Polley al otro lado de la pantalla, durante una conversación vía zoom.

AMABLES Y PELIGROSOS

Está en la parte trasera de su casa en Toronto, donde tiene un pequeño estudio -lleno de libros, luz de la tarde y post it pegados a una pizarra-, que le permite escribir. Ha terminado una nueva novela que quizás publique en un tiempo (Correr hacia el peligro se publicó originalmente en 2022) y dispone de un buen rato para conversar antes de ir a buscar al médico a una de sus hijas. Su pelo atado, sus lentes y su amabilidad canadiense, crean una sensación de cercanía. Este rasgo, la amabilidad por sobre todas las cosas, es propio de la sociedad en la que vive y es esencial para entender su escritura y las películas que ha dirigido: además de Women Talking, su carrera incluye Away From Her (2006), Take This Waltz (2011) y el documental autobiográfico Stories We Tell, de 2012, en el que se pueden adivinar algunas líneas argumentales vinculadas a Correr hacia el peligro.

En ese documental, ella explora la vida de su madre (Diane Polley era una suerte de fuerza de la naturaleza, adelantada a su época en materia de feminismo, con un deseo que se encontraba en problemas aún dentro de su matrimonio progresista) y el modo en que emerge un secreto: Sarah es hija biológica del actor Harry Gulkin y no de Michael Polley, su padre de crianza. “Odio las historias en que las personas no logran llegar donde están yendo”, escribe en este libro. Y en esa frase se cifra parte de la particularidad de su cine, que a pesar del dolor siempre termina confiando en la esperanza. De esa misma materia están hechos estos ensayos, cuyo tono introspectivo contrasta con el cinismo que se expande puertas afuera.

El libro se abre con “Alicia al colapsar”, donde trazás un paralelismo con tu infancia y adolescencia como actriz y el hecho de sentirte aprisionada al otro lado del espejo. La narrativa es muy distinta a la de tu película Stories We Tell, donde trazás un relato muy amable sobre tu padre de crianza, que acá se oscurece. De alguna manera, todos los ensayos del libro tienen ese matiz. ¿Cómo lo ves vos?

-Muchos de los ensayos del libro los empecé hace tiempo, cuando era muy joven, diez o quince años atrás. Por entonces, eran intentos a medias de escribir cosas. Creo que la memoria no es infalible. A medida que crecemos, se ocupa de modificar los hechos pero también, la percepción de los cambios que esos hechos pueden traer en tu vida. Así que, en cierto sentido, modifica nuestra propia historia. Creo que una de las cosas que aprendí, algo que probablemente ocurre cuando te hacés más grande, es que los relatos que construimos sobre las personas que conocemos mejor o a las que más amamos, no son estáticas. Y es ese movimiento lo que me interesó al momento de escribir.

¿Cómo sería eso?

-Mi padre era el magnífico personaje de Stories We Tell con su sentido del humor, su erudición y su ternura y también era el padre terrible del que hablo en este libro. De todos modos, no creo que “terrible” sea la palabra exacta. Es, más bien, una imagen muy compleja, pero sin duda hay más cosas negativas en el libro que en la película. Y hay un montón de razones para eso: creo que una es que mi padre falleció en 2018, entonces hay cosas que sí puedo escribir sin culpa para entender lo que pasó. Nunca me sirvió sentir que las personas son monstruos. No creo que esa lógica ayude a entender lo que pasó o por qué. Creo que, por fuera de cualquier prejuicio, me interesa profundamente indagar el daño que hace la gente, por qué lo hace y de dónde viene.

¿Esa sería una de las claves de lectura de Correr hacia el peligro?

-Sí. En algún momento tomé todas estas escrituras en las que había estado trabajando y comencé a pensar cómo se comunicaban entre sí y cómo podían formar una especie de pieza que estuviera construida por diversas conversaciones o ensayos. Para mí, el tejido conectivo entre todas ellas era esta idea de cómo enfrentar aquello que te da temor. No quería hacer un gran volcado de traumas, eso no era interesante ni necesario. Lo que quise es ver cómo el pasado y el presente se comunican entre sí. Es decir, contar ciertas historias en las que hubo algún movimiento, en las que ha sucedido algo en el presente, quizás reparador, que cambió mi relación con esa vivencia. Creo que a menudo nos apegamos mucho a nuestras historias o a nuestra imagen de una persona que amamos porque sentimos que, si permitimos que cualquier contradicción entre en la imagen, borraremos la otra versión. Estoy profundamente interesada en la complejidad de las personas y creo que siempre hay una razón para ciertos comportamientos. En el libro no disimulo ni mi enojo, ni mis perplejidades ni ese punto ciego donde las cosas son de una manera y a la vez, de otra.

EL DIABLO EN EL CUERPO

Hace unos años, haciendo una búsqueda en Twitter, encontró este tuit: “Me pregunto por qué Sarah Polley nunca habló sobre haber sido abusada por Jian Ghomeshi”. En 2014, Ghomeshi era uno de los locutores más famosos del espectáculo en Canadá, presentador de la Canadian Broadcasting Corporation, acusado por varias mujeres de acoso y agresión sexual. Sarah lo conocía desde hacía tiempo y había tenido algún encuentro sexual donde él le había aclarado que le gustaban “las cosas raras”. Ella misma, recuerda, contó en rondas de amigos cómo él se había hecho pasar por el diablo en una propuesta sadomasoquista que Sarah consideró más hilarante que sensual. Aunque omitió detalles: cuando eso ocurrió, ella tenía 16 y él, 28. Y si bien nunca se negó abiertamente a la propuesta para no quedar como una chica débil o poco sofisticada, lo cierto es que la terminó pasando mal. Aun así, no interrumpió su amistad con él. Solo con el tiempo, entendió que la historia graciosa había tenido su lado b. Este ensayo, llamado “La mujer que se quedó callada”, resulta uno de los más perturbadores del libro.

FOTO DE LUC MONTPELLIER

“Muchas mujeres no se presentan ante la policía ni denuncian una agresión sexual porque saben que se enfrentan a situaciones muy complejas; entre ellas, demostrar que son ‘buenas víctimas’ como si el acoso y la agresión fueran asuntos claros y evidentes cuando se cometen. La verdad es que son parte de una trama mucho más compleja. Por eso, aunque me resultara muy incómodo, quise arrojar luz sobre todas las razones por las que no me sentía capaz de ser una testigo creíble ante un tribunal”, explica Sarah al otro lado de la pantalla. Y su tono amable incorpora una nota de gravedad que oscurece un poco su voz: “A lo largo del tiempo hablé con abogadas, con otras víctimas, con amigas. Lo cierto es que no le exigís a alguien, después de haber tenido un accidente automovilístico importante, que te diga qué color de camisa vestía el otro conductor y qué temperatura hacía afuera y qué había comido antes del accidente. En las situaciones de trauma, el recuerdo a veces se borra porque necesitás que eso sea así para seguir viviendo. Cuando se trata de una vulneración sexual, te exigen tener recuerdos y claridad que te eximan de cualquier sospecha. Y eso es intolerable”.

¿Por eso también indagás con mucha profundidad las múltiples capas de sentido de las que está construido el olvido?

-Es posible. Creo que lo que me resultó importante al escribir ese ensayo fue ser realmente abierta e incómodamente honesta acerca de cuán errática puede ser tu conducta después de haber tenido un trauma. Y eso no es algo que la moral y las buenas costumbres admitan con facilidad. Me refiero a las conductas que no encajan con lo que se supone que una debe sentir y recordar. No permitimos que haya recuerdos perdidos, erróneos, borrados. Eso fue parte del problema para mí. Y luego también hice algo que, creo, muchos hacen, que es tomar el problema a la ligera. Traté de normalizar la relación con Ghomeshi siendo amigable. Todo esto es un comportamiento completamente común después de una agresión sexual. Pero a menudo, para alguien que no está realmente informado sobre estas cosas, parece una prueba de que el abuso no sucedió. Y eso pone a la mujer en la necesidad de mostrar que es lo suficientemente buena y que se ha portado lo suficientemente bien en tanto víctima como para que su testimonio sea válido.

Sarah está muy al tanto de los movimientos feministas en Argentina y la lucha por el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género o el aborto legal. Cuestiones que, bajo el horror imperante ahora, parecen logros lejanos que están en peligro; algo que le alarma a nivel global porque, aclara, el límite de su entendimiento sobre la condición humana es Donald Trump “y su crueldad, que tornan muy difícil humanizarlo”. Ella ha devenido activista por los derechos de las mujeres, la no violencia y la ampliación democrática desde aquel episodio en torno a la guerra del Golfo que le cerró las puertas de Disney (en 2023 hubo alguna posibilidad de que adaptara el guion de Bambi pero el acuerdo no prosperó). Y ese compromiso, asegura, no cambiará ni siquiera con el viraje a la derecha del mundo. “Es difícil entender o aceptar este estado de cosas. Tengo tres hijas y me resulta todo un desafío criarlas sin pasarme de protectora y sin exponerlas a problemas reales antes de tiempo, que fue lo que me sucedió a mí en mi infancia. Estoy empezando a darme cuenta de que realmente se trata de una visión a largo plazo. Se trata de plantar una semilla que florece muchos años después. En todo momento, el activismo sigue siendo necesario”.

Women Talking surgió de una novela de Miriam Towes. Away From Her también fue nominada al Oscar como mejor guion adaptado a partir de una historia de Alice Munro. Además hiciste una adaptación de Alias Grace, de Margaret Atwood. ¿Hay alguna escritora que admires profundamente y que quisieras adaptar?

-Marylinne Robinson tiene una obra muy vasta que va desde un libro como Housekeeping, de 1980 a Gilead, que me interesaría mucho como adaptación, aunque te respondo más desde el deseo que desde algo que sea un proyecto concreto. Pero lo cierto es que estoy obsesionada con ella.

¿Qué otros y otras artistas te obsesionan?

-Mi cine, por ejemplo, tiene mucha influencia de Terrence Malick. Y por supuesto, adoro a Ingmar Bergman. En cuanto a escritoras, quisiera agregar a Anne Michaels: su libro Fugitive Pieces es muy recomendable. Y si hablamos de mujeres de veras inspiradoras no puedo dejar de mencionar a Joni Mitchell. Ella también es muy importante para mí.