Lo ocurrido en la Oficina Oval de la Casa Blanca el pasado viernes 28 de febrero (foto) carece por completo de precedentes en la historia de Estados Unidos y en la de la mayoría de los países. La acalorada discusión entre los anfitriones, el presidente Donald Trump y su vice, James David Vance y el invitado especial, el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski ante varias decenas de periodistas y camarógrafos que habían sido invitados a los efectos de registrar lo que se esperaba fuese una amable conversación que se salió de madre y a punto estuvo de terminar como una riña callejera.
Trump había citado al presidente ucraniano para firmar un acuerdo mediante el cual Ucrania cedía a Estados Unidos el control -no total sino parcial, en todo caso- sobre los yacimientos de “tierras raras” y otros minerales existentes en el territorio del país europeo como contraprestación por el apoyo que Washington le dio a Kiev desde el inicio de la guerra en febrero del 2022. Apoyo, hay que anotar, que Trump dice que fue del orden de los 500.000 millones de dólares (en otros momentos dijo 350.000) cuando en realidad lo comprobado es una suma del orden de los 140.000 millones de dólares, no muy diferente a la que aportaron los países de la Unión Europea. Antes de viajar a Washington Zelenski había dicho que ignoraba los términos específicos de ese acuerdo, la “letra chica”, digamos, pero que conocía sus líneas generales con las cuales había manifestado su conformidad.
Sin embargo, cuando cayó en la cuenta de que ese instrumento jurídico no contenía una cláusula de seguridad de los Estados Unidos en el posible acuerdo de paz que se está urdiendo entre el Kremlin y la Casa Blanca a espaldas del presidente ucraniano y sus mentores europeos Zelenski se negó a firmar el acuerdo. Esto motivó un áspero diálogo en donde Trump y Vance vapulearon a Zelenski acusándolo de apostar al estallido de una Tercer Guerra Mundial y poner en peligro la vida de millones de personas; también de faltarle el respeto a Estados Unidos pese a la ayuda que le había brindado para resistir la agresión rusa y de su ingratitud porque no había agradecido por esa ayuda. El muy reaccionario Vance le preguntó en un par de ocasiones si alguna vez le había dicho gracias a Estados Unidos y le reiteró que debía dar muestras de gratitud hacia quien tanto le había ayudado a salvar a su propio país. Ambos la recriminaron a Zelenski diciéndole asimismo que, sin las armas estadounidenses, la guerra con Rusia no habría durado más de dos semanas. Este intercambio, que se puede encontrar fácilmente en Internet, concluyó abruptamente cuando el Secretario de Estado, Marco Rubio, y el consejero de Seguridad Nacional, Mike Waltz, le pidieron a Zelenski que abandonara la Casa Blanca.
Este gravísimo incidente conmovió profundamente a los líderes europeos, serviles peones de Washington en la disputa geopolítica global. La brusca salida de Zelenski lo depositó el día siguiente en Londres, donde fue recibido por el primer ministro británico, Keir Starmer, quien saludó calurosamente a Zelenski afuera del 10 de Downing Street. El domingo, Starmer fue anfitrión de una reunión de emergencia de once Estados miembros de la Unión Europea (Alemania, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Italia, Países Bajos, Polonia, Rumanía, Suecia y República Checa) amén de Canadá y Noruega, así como el ministro de Asuntos Exteriores de Turquía. En ese marco Starmer urgió que se constituya una coalición de los dispuestos a apoyar a Ucrania si se llega a un acuerdo de paz. Cunde la sensación de que, como oportunísticamente lo dijera Friedrich Merz, el candidato triunfante de la reciente elección alemana, Europa debe buscar la forma de ser independiente de Estados Unidos en materia de seguridad y política exterior. El tiempo dirá si esta opción podrá ser sostenida por una Europa obsesionada, gracias a décadas de presiones y propaganda estadounidense, con la idea de que Rusia pretende invadir uno tras otro a los países europeos. Esto fue una estratagema muy conveniente para potenciar las multimillonarias ventas del complejo militar-industrial estadounidense, pero ahora las cosas están cambiando porque Washington tiene otras prioridades, y el enemigo a vencer es China, no Rusia.
Y para esa pelea la Casa Blanca considera que Europa, y la guerra en Ucrania, son un estorbo. De ahí el incidente con Zelenski. El Occidente Colectivo, como lo califica la literatura militar en Rusia, cruje por grietas difíciles de reparar dado los potentes y contradictorios intereses que colisionan en el tablero geopolítico mundial. En los años setentas del siglo pasado Henry Kissinger propuso que Estados Unidos se acercara a China para así aislar al gran rival de la época, la Unión Soviética. Lo que vemos hoy es una especie de inversión de aquella fórmula y por eso la política exterior de Trump pretende romper la estrecha alianza entre Rusia y China procurando seducir a Moscú para aislar a Beijing y luego poder lanzar todo su poderío militar, diplomático y económico para someter al gigante asiático.
Esa es la lógica que preside la inquietante (para el Occidente Colectivo) “amistad” entre Trump y Putin, que no es tal sino coincidencia puntual y transitoria de intereses estratégicos. Es una opción desesperada ante la irreversible declinación del imperio estadounidense. Tanto Vladimir Putin como Xi Jinping saben que, como lo dijera el Che Guevara, “al imperialismo norteamericano no se le puede creer ni un tantico así, ¡nada!” Putin podrá acordar con Trump el fin de las hostilidades en Ucrania pero no es un suicida, y jamás rompería su alianza estratégica con Beijing. Y Xi Jinping sabe muy bien que para disuadir a los belicosos estadounidenses -así calificados nada menos que por Jimmy Carter- de cualquier aventura militar nada mejor que contar con la colaboración de la tecnología misilística rusa, sin rivales en el mundo.