Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, supo afirmar Fredric Jameson, pero porqué. Tal vez porque el capitalismo ha dejado de ser un problema, quiero decir, algo que debe ser identificado, delimitado, estudiando, jaqueado, criticado y, eventualmente, destruido. En el momento que el capitalismo deja de ser un problema, será la democracia quien ocupe ese lugar

La democracia para Hayek siempre tuvo muy poco valor, para Milei también. En Camino de servidumbre decía: “La democracia es esencialmente un medio, un expediente utilitario para salvaguardar la paz interna y la libertad individual”, ello hace que no sea infalible, cuando deje de ser el medio más apto para lograr aquellos objetivos, se desecha.

Pero no podemos hablar de democracia sin hacerlo, al mismo tiempo y de forma irrenunciable, del capitalismo. La crisis de la democracia fue el nombre que adopta el documento de la Comisión Trilateral de 1975 impulsado por el presidente del Chase Manhattan Bank, David Rockefeller. En ese entonces la democracia era un problema, pero lo era por su escasa capacidad de mantener a raya las expresiones populares, las movilizaciones sociales y las impugnaciones al capitalismo mismo, es decir, por ser muy democrática. 

El espíritu del documento transmite sobre el peligro en las múltiples formas de resistencia popular, radicalización de la lucha política y movimientos de independencia nacional presentes en las últimas décadas. Frente a esta multiplicación de los puntos de resistencia se evidencia una franca debilidad de la autoridad sobre los sectores subalternos debido al exceso de democracia que gesta falta de gobernabilidad. La crisis de la democracia, en aquel entonces, se manifestaba en el exceso de democracia.

Este era el diagnóstico de la Trilateral, bregando por un funcionamiento “equilibrado” de la democracia: “Un sistema de valores que normalmente es bueno en sí mismo no se vuelve necesariamente óptimo al ser maximizado”. De este modo, la democracia requiere de límites para ser óptima y los límites impuestos a nuestra democracia provinieron de la dictadura y su brutal genocidio. 

Juan Villarreal en Los hilos sociales del poder de comienzo de los ‘80, manifiesta que la dictadura del ‘76 es un proceso autoritario, disciplinario y represivo, capaz de transformar radicalmente la estructura social. De una sociedad homogénea por lo bajo y heterogénea por arriba a una sociedad fragmentada y heterogénea por abajo y homogénea por arriba. Individuo, apatía y despolitización fueron los pilares del proyecto civilizatorio del capitalismo encarnado en la dictadura y que continúa en la post-dictadura, como muy bien señala Silvia Schwarzböck en su extraordinario Los espantos.

Por ello, en los ’80 con el retorno de la democracia, también parece estar más presente la pretensión de marcar los límites a la misma, que en potenciar los excesos. Guillermo O´Donnell, en la segunda mitad de aquella década, llegará a enunciar límites a la crítica sobre la democracia, al afirmar que, de la necesidad de hacer una crítica, esta debe ser una crítica democrática a la democracia. Podemos afirmar que de la dictadura para acá se fue produciendo una sociedad compuesta por individuos despolitizados funcionales a la docilidad requerida por el capitalismo y a una democracia abierta en los ’80 que, sobre todo después de las pascuas del ’87, produce apatía y descompromiso, más que participación y debate.

El resultado de todo este proceso es que hoy la crisis de la democracia se manifiesta, no por exceso, sino por defecto. La idea de ruptura del pacto democrático, deterioro de la calidad institucional de la democracia, mediocridad de los representantes, expresan ese defecto. No hay exceso, hay déficit, no hay pulsión de participación sino apatía política.

Esa apatía política, que no es total, ni siquiera generalizada, pero sí es el texto que se escribe y que se impone, invisibilizando las expresiones políticas, de descontento, las movilizaciones masivas, etc. esa apatía política ofrece las condiciones para que sucedan hechos de dudosa legalidad algunos y de escasa legitimidad política otros.

La criptoestafa, Karina Milei y la coimas como modo de facilitar el acceso al presidente. El nombramiento por decreto de dos dos jueces para ocupar lugares en la CSJN. El horroroso episodio del asesinato de una niña de 7 años y la utilización mezquina para sacar rédito político. 

Milei le exige a Kicillof que renuncie, diciendo: “…córrase del camino (esto es, renuncie) y déjenos intervenir la provincia”, pedido de renuncia que vuelve a expresarlo en el discurso ante el Congreso, exigiéndole que dé un paso al costado. Frente a esto, nos encontramos con gobernadores e intendentes que obturan la investigación al presidente Milei amparándose en la supuesta importancia de no erosionar la figura del presidente.

Volvamos a nombrar aquello que estuvo durante tanto tiempo ausente de los análisis y de la academia: el capitalismo. En 1977 Alan Wolfe escribía un texto maravilloso e imprescindible. En Los límites de la legitimidad el autor afirmaba: "…la democracia está bajo fuego porque el capitalismo no está funcionando [se nos dice], cuando presuntamente, tendría que ser el capitalismo el que estuviera bajo fuego porque la democracia sí está funcionando". 

La primera parte de la oración refiere al relato del orden que se nos quiere imponer, recomponer el capitalismo aún a costa de la democracia si ello fuese necesario. La encuesta que se filtró a mediados de enero, salida de la casa Rosada y, supuestamente, encomendada por Santiago Caputo, refiere a ello. Una de las preguntas era: "¿En qué país prefiere vivir?" y las dos opciones posibles eran 1) "En un país con un gobierno democrático que respete los derechos individuales de las personas" o 2) "En un país con un gobierno autoritario que logre buenos resultados económicos". Así, la economía se erige como la única vara posible para mensurar los fenómenos, las personas y sus comportamientos, las familias y sus decisiones, los países y sus políticas. En aras de lograr ese ansiado número positivo, la economía se lleva todo puesto, las vidas, las familias y las instituciones políticas democráticas.

Garantizar la capacidad de reproducción del capitalismo neoliberal requiere de la erosión constante de las instituciones, principios y valores democráticos. El observable de esa erosión lo encontramos en el pobre desempeño del Congreso de la Nación, en los permanentes desafíos de Milei a las instituciones democráticas, en la desvergonzada posición del gobernador de la provincia de Santa Fe enunciando un bobo discurso del consenso apelando a esa totalidad abstracta del “estar todos juntos en Argentina” o el “hacerle bien al país”, en el fomento de la competencia como principio rector del comportamiento de los individuos en todas las relaciones sociales que establezcan, en enaltecer la desigualdad como modo de reconocerse en el mundo.

Por todo ello es que la segunda parte de la oración de Wolfe resulta central para advertir la tensión que anida en el término “democracia liberal”. 

Si la democracia funciona, el capitalismo será siempre interrogado, impugnado, desnaturalizado, todas condiciones necesarias para combatirlo. Entonces, frente a la exigencia de límites a la democracia, frente a la demanda de una crítica mesurada, frente al pedido de retornar a nuestros espacios privados abandonando la plaza y desarticulando ese colectivo que se forma en acto cuando se produce el encuentro en el ágora, frente a todo ello, es importante volver a armarse intelectualmente, a producir conocimiento crítico, regresar a la literatura anticapitalista con ánimo de recomponer un campo político y conceptual donde el capitalismo no sea el punto de partida incuestionable a partir del cual comenzamos a discutir otras cosas, sino que sea el problema de discusión propiamente dicho. Recuperemos la determinación por desobedecer todo orden político y social inhumano.

*CIGE - UNR - CONICET.