Hace una semana se llevaron preso a Pericles. Yo creía que hoy lo pondrían en libertad, tal como sucedió en ocasiones anteriores, cuando luego de una semana de encierro volvía a casa. Pero ahora la situación es distinta. El coronel Monterrosa me lo confirmó este mediodía, en su despacho, con expresión compungida, porque él le tiene respeto a Pericles: “Doña Haydée, lo siento, pero la orden del general es terminante: don Pericles permanecerá detenido hasta nuevo aviso”. Yo intuí que el general padecía otro enojo, otro miedo, desde que supe que a mi marido no lo encerraron en la habitación cercana al despacho del coronel Monterrosa, que es el jefe de la policía, sino que se lo llevaron a una de las celdas ubicadas en el sótano.

Entonces, en ese primer día, el coronel me dijo que lo lamentaba, que la decisión de tratar con mayor rigor a Pericles procedía expresamente de arriba. En los encierros anteriores mi marido podía ser visitado por algunos amigos, a quienes el coronel autorizaba, y siempre almorzábamos y cenábamos juntos en esa habitación, adonde yo llevaba la comida que preparábamos con María Elena. Ahora Pericles permanece completamente aislado en la celda y únicamente le permiten subir a la habitación una vez al día, a la hora del almuerzo, para que se encuentre conmigo. Pero yo no debería quejarme: la situación de don Jorge y de otros presos políticos es mucho peor.

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Sábado, 25 de marzo

Escribo este diario para paliar mi soledad. Desde que nos casamos, esta es la primera vez que he permanecido separada de Pericles por más de una semana. Cuando era adolescente, escribí diarios, una docena de los cuales yacen apilados en mi baúl de los recuerdos, era la época en que me pasaba los días en mi habitación, leyendo novela tras novela, en un mundo de fantasía, luego vinieron el matrimonio, los hijos, las responsabilidades.

Esta mañana, antes de que mi padre partiera hacia la finca, conversamos largamente. Le pregunté si se le ocurre una manera de presionar al general para conseguir la libertad de Pericles. Me dijo que en unos días habrá reunión de la Asociación de Cafetaleros con el embajador americano, que él pondrá sobre la mesa el caso de Pericles como una muestra más de las violaciones a la libertad de prensa, que el dictador no se conforma con mantener preso a don Jorge, el dueño del Diario Latino donde publica mi marido, y con haber cerrado el Club de Prensa desde enero, sino que ahora también arremete contra los columnistas. Pero me advirtió que el brujo nazi ya está enloquecido y no escucha a nadie, “ni siquiera a tu suegro”, me dijo. Mi papá respeta a mi suegro, aunque a veces lo llama “el coronel cascarrabias” y no le gusta su absoluta sumisión al general.

Al mediodía le llevé libros y tabaco a mi marido. Comimos en silencio. Luego le conté asuntos de familia; él me dijo que está harto de la falta de luz natural, de la humedad. No me gusta su palidez ni esa tos que se le está haciendo crónica. Me repitió que “el hombre” se siente cercado, desconfía de todos, de otra manera no lo hubiera mandado a esa celda del sótano, no lo mantuviera arrestado.

A mediodía pasó por la casa Clemen, mi hijo mayor. Está indignado porque su padre aún permanece en la cárcel. Le conté que su abuelo me ha recomendado esperar, que nada se puede hacer. Clemen es explosivo, poco prudente; estuvo lanzando insultos contra el general, llamándolo “dictadorzuelo de mierda”, diciendo que ya nadie lo quiere en este país, que debe dejar el poder y largarse. Le recomendé que moderara su lengua. Me prometió que mañana domingo vendrá a almorzar con su mujer y los niños.

Hacia el final de la tarde llegó Carmela para que tomáramos un cafecito en la terraza; es mi mejor amiga desde la época del colegio. Trajo un delicioso pie de limón. Lamentó que Pericles aún no haya salido en libertad y me adviritió que otra vez circulan rumores sobre un golpe de Estado.

Estos fragmentos pertenecen al comienzo de la novela Tirana memoria del escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya. Random House acaba de publicar La saga de los Aragón, volumen que incluye Tirana memoria, Desmoronamiento y La sirvienta y el luchador, las tres obras fundacionales de los Aragón, prodigiosa epopeya familiar que ha servido a Castellanos Moya para ilustrar las tensiones vividas en El Salvador durante el siglo XX.