Hace exactamente doce años Steven Soderbergh, el otrora enfant terrible del cine independiente estadounidense que en 1989 tomó por asalto el Festival de Sundance con Sexo, mentiras y video, anunció que se retiraba. La declaración resultó tan efímera como el aire y la promesa se rompió un par de años más tarde: entre 2015 y la actualidad el realizador nacido en Atlanta en 1963 dirigió nueve largometrajes y varios capítulos de diversas series, transformándolo en uno de los cineastas contemporáneos más prolíficos de su país. Navegando entre los relatos populares -La estafa de los Logan, las secuelas de Magic Mike- y la experimentación formal que, sin embargo, no abandona los géneros cinematográficos -Perturbada, Kimi: alguien está escuchando-, Soderbergh sigue siendo un creador de historias y mundos difícil de encasillar. Un cineasta inquieto, a veces sorprendente. Sin descanso, el director que alguna vez dijo que las películas ya no importaban tiene un largometraje estrenado en casi todo el mundo, pero que recién llegará a las salas de Argentina este jueves -el extraño, formalmente juguetón y súper indie relato de fantasmas Presencia- y la producción de presupuesto relativamente holgado Código negro, una historia de espías protagonizada por Cate Blanchett y Michael Fassbender cuyo lanzamiento local se anuncia para el 27 de marzo. Un mes a puro Soderbergh, que probablemente haga confluir en la cartelera ambas películas. Un caso sino único al menos poco usual.
Rodada en una única locación, una enorme casa tradicional de tres pisos de Nueva Jersey, y con apenas un puñado de actores y actrices, Presencia lleva adelante un experimento formal que utiliza la cámara subjetiva como único vehículo de la narración. Pero no se trata, como ocurre en la reciente Los chicos de la Nickel, de la mirada de un personaje común y corriente, de esos que andan en las películas vivitos y coleando: en la penúltima película de Soderbergh el punto de vista es el de una entidad, un ser invisible a los ojos humanos que merodea en esa misma casa, sin salir nunca de ella. Así lo encuentra el comienzo de la película, flotando por las distintas habitaciones y pasillos sin nada demasiado concreto que hacer; la casa deshabitada y completamente vacía de muebles es apenas un esqueleto habitacional, un lugar sin alma. ¡Aunque no tanto en este caso! Hasta que un día llega una mujer, la encargada de mostrarles la vivienda a los posibles compradores, y poco tiempo después se muda un matrimonio junto a sus dos hijos adolescentes. Escrita nada menos que por David Koepp (Jurassic Park, Carlito's Way, Misión: Imposible) y protagonizada por la gran Lucy Liu, Chris Sullivan y los jóvenes Callina Liang y Eddy Maday, Presencia es una particularísima aproximación al cine fantástico en la cual conviven algunos de los códigos y volteretas del terror con las herramientas de la puesta en escena como punto de partida para el juego formal.
FANTASMAS EN LA CASA
El origen de Presencia es realmente peculiar, por no decir extraordinario, y Steven Soderbergh se lo contó en detalle a la revista especializada Filmmaker. “Lo cierto es que está inspirada en el hecho de que la casa que compartimos con mi esposa, Jules, posee aparentemente una suerte de presencia. Cuando la compramos y nos mudamos nos dijeron que la ex dueña había muerto allí. Un vecino nos contó que la mujer había sido asesinada por su hija. Las circunstancias alrededor del hecho eran turbias, y todo el mundo en la cuadra estaba convencido de que no se había suicidado, como había determinado la policía, sino que la hija, con la cual era bien sabido que tenía una relación conflictiva, la había matado. Como hijo de una parapsicóloga eso me pareció fascinante. Con mi mujer teníamos la esperanza de tener alguna clase de ‘experiencia’, pero nunca ocurrió nada excepto algún comentario del tipo ‘¿Dejamos esa luz encendida o no?’. Sin embargo, una noche, la señora que cuida la casa estaba mirando la televisión en el living y, por el rabillo del ojo, sintió que había alguien en el hall, en el otro extremo del hogar. Al girar la vista vio a una mujer caminando desde el baño hacia la habitación. Instintivamente pronunció el nombre de Jules, aunque sabía que ella no estaba en casa. El nombre de la mujer muerta era Mimi y, de inmediato, comencé a imaginar cómo sería ser Mimi, como habitaría la casa, cómo se sentiría”.
No hay ninguna placa que anticipe que los hechos narrados en Presencia estén basados en situaciones reales, pero el relato de Soderbergh deja abierta esa posibilidad, potenciada incluso por haber sido criado por una madre parapsicóloga (su padre, en cambio, era un académico de fuste). Alguna vez el cineasta declaró que, mientras que su padre era un hombre absolutamente pragmático y disciplinado, su madre era “de otro planeta. Yo tengo un poco de los dos. Mi madre era una persona difícil y me tomó mucho tiempo comprenderla y reconocer que era una muy buena con el pensamiento abstracto. Mi padre era todo lo contrario”. En Presencia el personaje de la madre, Rebekah (Liu), parece invertir la ecuación. Enfocada en lo laboral al punto de la adicción, ordenada y práctica, es en varios sentidos lo opuesto de su marido Chris, mucho más cercano afectivamente a los hijos. Quizás por esa razón es el primero que comienza a escuchar con atención a Chloe, quien antes de mudarse perdió a una amiga muy cercana por una sobredosis, sin saber si se trató de un accidente o un suicidio. Es la adolescente quien nota por primera vez que algo raro está ocurriendo en su nuevo hogar. Un libro que dejó apoyado sobre la cama aparece prolijamente acomodado en el estante correspondiente, por ejemplo. ¿Y acaso es un sexto sentido lo que la hace sentir que alguien o algo está escondido en el placar de la habitación?
Presencia describe todos los hechos, desde el comienzo hasta el plano de cierre, a través del punto de vista de ese algo que habita la morada. Utilizando lentes de gran angular, planos-secuencia de duración variable casi siempre acompañados de movimientos en el espacio, y el viejo truco del corte a negro para coser las elipsis temporales, el film ofrece así a un narrador omnisciente, presente en todos los momentos importantes del drama. De hecho, al margen de los elementos fantásticos de la historia, la película es en gran medida un drama familiar en el cual las disfuncionalidades típicas en cualquier grupo de padres, madres e hijos afloran en las conversaciones cotidianas, con sus roces y recelos. Los hermanos no son del todo unidos, el matrimonio no parece estar pasando por el mejor de los momentos. Nada fuera de lo común, excepto “eso” que los observa. Chloe comienza a pensar que quien la ha seguido hasta allí es su amiga fallecida, algo que pone en alerta a Chris y, en menor medida, a Rebekah. Ella piensa que su hija sólo necesita tiempo para reponerse al tiempo que el esposo reflexiona y cree que es necesario un nuevo psiquiatra. Tal vez un cambio de medicación. Vaya uno a saber qué piensa la presencia, que comienza a participar cada vez más del mundo físico, moviendo objetos o el aire mismo que lo rodea. Todo cambia cuando los cuatro habitantes ven, escuchan y sienten exactamente lo mismo.
LA CÁMARA COMO PERSONAJE
La cámara y, por lo tanto, el espectador como voyeurs: un clásico del análisis cinematográfico. En Presencia esa idea se hace carne en cada escena. Soderbergh admitió en la entrevista ya mencionada que no es un aficionado al cine de terror. “Hay muchas películas que se sienten como plástico de un solo uso; realmente no pensás en verlas otra vez. Sin embargo, las películas de terror que me parecen buenas resuenan tiempo después de verlas”. El director de Traffic y The Girlfriend Experience también piensa que, más allá del fantasma, lo que le interesaba era mostrar a esa familia mientras se viene abajo. “Y lo más placentero era el concepto de la presencia misma del director. Sobre eso se construyó todo. Algo muy orgánico. La pregunta que hay que hacerse 10.000 veces por minuto cuando estás haciendo una película es la siguiente: ‘¿Así es mejor?’. Si esta historia se hubiera filmado de manera convencional, no sería interesante”. El hecho de que Sodebergh suele encargarse de la dirección de fotografía y manipular la cámara, usualmente bajo el pseudónimo Peter Andrews, le suma una capa más de literalidad a la idea del aparato cinematográfico como extensión del cineasta. ¿Quién observa, quién narra, quién aporta el punto de vista? Una discusión teórica que aquí se pone en práctica, sin que la teoría ahogue la historia.
A la casa entra más gente, una supuesta médium que apenas cruza el zaguán da un flor de respingo. Se sienta, bebe un vaso de agua, observa el antiguo espejo que decora un mueble de época y declara un par de cosas. Que las almas a veces se quedan dando vueltas, pero no saben muy bien por qué ni son demasiados conscientes de nada. También que para esas presencias el tiempo no corre de la misma manera que para los vivos: el pasado y el presente pueden ser la misma cosa. El pedido de dinero como contraparte por el servicio ayuda a convencer a Rebekah y a su hijo Tyler de que todo es un fiasco, pero los otros dos habitantes ya han dejado el escepticismo de lado. De allí en más la cosa se acelera, y el tercer acto descorre el cortinado hasta el desenlace. Hay otro personaje, un amigo de Tyler que comienza a coquetear con Chloe, y a quien ella, aún traumada por la muerte de la amiga y necesitada de afecto, le da cabida.
Soderbergh decidió desde temprano filmar la historia en orden cronológico. Usualmente eso ocurre en las películas que transcurren en algunas pocas escenografías y/o cuando el realizador opta por ofrecerles a sus actores la posibilidad de que los personajes sientan la transformación progresiva de sus personajes. En Presencia la situación fue un poco diferente: quien tenía que aprender en el camino como observar las cosas era la presencia del título. “Es diferente a todo lo que había intentado hacer antes y las restricciones fueron, paradójicamente, liberadoras, porque iban eliminando otras posibilidades. A veces, al mirar una escena, tenías dos o tres maneras de filmarla, pero finalmente sólo quedaba una, la correcta”. El resto, mucho ensayo, ya que el operador-director debía seguir a los personajes, muchas veces de un piso a otro, y excepto un único caso los planos-secuencia fueron rodados sin trucos de posproducción. Y aquí sí que no conviene revelar demasiado más, ya que el desenlace introduce, en una escena que logra poner los pelos de punta, un nuevo punto de vista a lo visto (las discusiones en redes sociales y blogs están a la orden del día, como puede comprobarse fácilmente). Con Presencia Steven Soderbergh vuelve a demostrar que sus ideas y experimentos sobre el cine siguen frescos, en una película de presupuesto bajo que, como en sus orígenes, está llena de ideas narrativas y visuales. Una historia de fantasmas diferente, sin lugar a duda.