“La sombra de mi padre llega hasta mí y me acomodo a ella, a sus contornos tan precisos”, dice el narrador de En El Pensamiento, una extraordinaria evocación de la infancia y de la figura paterna con la que César Aira ganó el Premio Finestres de narrativa en castellano, dotado de 25.000 euros, que concede la Fundación Finestres de Barcelona. El jurado integrado por el crítico Jordi Costa, la scout literaria Camila Enrich y los escritores Mathias Enard (Francia), Mariana Enriquez (Argentina) y Carlos Zanón (España) destacó “el lúdico placer de fabular del autor, la profunda ligereza, y la aparente sencillez de una prosa y una estructura de una novela que viene a sumarse a un proyecto literario monumental”.
El prolífico escritor premiado que en 2020 superó los cien libros publicados, el único argentino que podría ganar el Premio Nobel de Literatura, hace tiempo que decidió volverse invisible a la vista de todos y no hace entrevistas con los medios argentinos. Acepta algunas, muy pocas, con la prensa extranjera. “Ahora escribo menos y ya avizoro el día en que no voy a escribir nada. Así que no me molestaría seguir recibiendo premios, como para llenar los tristes días de un exescritor”, le dijo Aira a la periodista Lara Gómez Ruiz, en una entrevista para el diario español La Vanguardia.
Como su nombre lo anticipa, En El Pensamiento (Literatura Random House) transcurre en ese pequeño pueblo pampeano, que tiene apenas un par de calles y un puñado de casas construidas alrededor de una estación ferroviaria homónima, cercana a Coronel Pringles. “El teatro de mis descubrimientos e invenciones, tan importante en la creación de lo que fui”, asegura el escritor sobre el pueblo donde nació hace 76 años, el 23 de febrero de 1949. El narrador evoca el último año que vivió en ese pequeño pueblo, con 7 años, justo antes de mudarse a Pringles con su familia. Ese ambiente rural, entre sirvientas, una madre tierna y un patriarca que, poco a poco, fue comprando el pueblo entero, se vio alterado por dos sucesos: la llegada de un preceptor que se haría cargo de la educación del narrador y la misteriosa desaparición de una locomotora. “Siempre preferí el campo para mis ficciones, como prefiero la ciudad para vivir. La ciudad es demasiado realista para mi gusto literario. El campo, por estar lejos y fuera de mi vista, me permite inventar”, reconoció Aira, que por motivos personales no pudo viajar a Barcelona para recibir el premio.
El autor de Cómo me hice monja, Varamo y El cerebro musical -libro elogiado por Patti Smith en una reseña que escribió para The New York Times- agradeció “de corazón” el Premio Finestres por “esta memoria de los años legendarios de El Pensamiento”, en referencia a la novela que publicó en 2024 y que compitió con Tarántula (Libros del Asteroide), del guatemalteco Eduardo Halfon y Minimosca (Candaya), del peruano Gustavo Faverón. “Lo agradezco como premio y me congratulo de que provenga del mundo de los libros. Quizá por haberme criado en un pueblo en el que no había librerías, la existencia de estos establecimientos y toparme con uno de ellos al dar vuelta una esquina siempre me pareció, me sigue pareciendo, un golpe de suerte, un lujo del azar. En una vida de viajes por el mundo, no creo haberme ido de una de las muchas ciudades que visité sin haber entrado al menos en una de sus librerías. Y ahora que la suerte ha querido dejarme varado, lo ha hecho en Buenos Aires, la ciudad de las mil librerías”, explicó el ganador en un video en el que leyó su discurso de agradecimiento.
En abril, Aira publicará un nuevo libro, titulado Actos de presencia. “Junté todo lo que había conservado de ponencias y conferencias, y lo ordené por fechas”, anticipó en la entrevista con La Vanguardia y admitió que “es un poco triste comprobar que se ha llegado a la edad de las recopilaciones y los refritos”. El escritor que se ha ganado la vida como traductor del inglés, francés y portugués, y que fue editor de la obra póstuma de Osvaldo Lamborghini, ganó el Premio Roger Callois (2014), el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas (2016) y el Premio Formentor (2021). Sólo le falta el Nobel de Literatura; de un tiempo a esta parte su nombre siempre suena entre los “candidatos” en los días previos al anuncio del ganador o ganadora. “Ya me han dado el título de Eterno Candidato -respondió en la entrevista con el diario español-. Entonces no sé por qué siguen creyendo que lo voy a ganar. La eternidad es una sola y no se termina nunca”.
En el discurso de agradecimiento por el Premio Finestres, Aira destacó la importancia que tuvo la pasión por la lectura, y recordó que a un escritor que conoció y admiró le preguntaron en su vejez por qué había escrito tan poco. “Preferí leer”, respondió. “Yo también preferí leer. Y tanto me gratificó esa preferencia que podría no haber escrito nada, de no ser que en un momento de mi juventud hice, maravillado, el descubrimiento de la escritura manuscrita”, planteó. Aira enfatizó que al mantener separados estos “dos campos”, el de la lectura y el de la escritura, pudo leer y al mismo tiempo escribir mucho. “Parece una paradoja, pero se explica a partir del soporte visual que reina en cada campo. En el de la lectura es la tipografía y aunque con el tiempo proliferaron las tipografías domésticas, desde la máquina de escribir a los procesadores de texto, yo me mantuve fiel a la escritura manuscrita. No dejé que la lectura invadiera el campo de la escritura, lo que me permitió componer mis libros como un pintor compone las historias de sus cuadros. Y ya se sabe que a diferencia de lo que les pasa a los lentos y trabajosos escritores, los pintores, dotados de la milagrosa agilidad de la imagen, pueden pintar un cuadro por semana, o uno por día si se les antoja”.
De la obra voluminosa del escritor, que vive en el barrio de Flores, en la ciudad de Buenos Aires, desde 1967, se destacan La luz argentina, La liebre, La guerra de los gimnasios, Fragmentos de un diario en Los Alpes, El congreso de literatura, El juego de los mundos, La villa, Yo era una chica moderna y El gran misterio, por mencionar un puñado de títulos entre los más de cien que ha editado en distintas editoriales como Blatt & Ríos, Mansalva, Beatriz Viterbo y Literatura Random House. Cuando recibió el Premio Formentor, admitió que algunos libros los olvida y luego se sorprende al verlos. “Me gusta la idea de que mis libros queden en ese abrigado capullo del olvido que los mantiene vivos, como en el momento antes de nacer. No podrían estar en un lugar mejor”, aseguró Aira. “Cuando miro atrás, desde el cansancio de la edad, me maravilla todo lo que pude hacer. Como no creo ser un superdotado, tengo que concluir que escribir debe de ser muy fácil”.