1978 - 5 puntos
Argentina, 2024
Dirección: Luciano y Nicolás Onetti
Guion: Camilo Zaffora, Luciano y Nicolás Onetti
Duración: 80 minutos
Intérpretes: Carlos Portaluppi, Agustín Pardella, Mario Alarcón, Santiago Ríos, Agustín Olcese, Paula SIlva, Gustavo Bonfigli.
Estreno en salas.
El molde del cine de terror es generoso. En él caben desde las fantasías más alucinadas hasta las peores aberraciones de la realidad, aquellas que describen situaciones que el espectador conoce por experiencia propia. Dentro de esta categoría, algunos directores se atreven a usar al horror cinematográfico como espejo de la historia, de esas atrocidades concretas de las que la humanidad ha dado numerosas muestras. Eso hacen los hermanos Luciano y Nicolás Onetti en su última película, 1978. El número es familiar para cualquier argentino.
Se trata del año en el que la Selección de fútbol ganó su primer Mundial, que se jugó en la Argentina durante uno de los períodos más sangrientos de la última dictadura militar. Esta historia se desarrolla durante la noche del partido final y está protagonizada por los integrantes de un grupo de tareas en lo que, para ellos, es apenas otra jornada de trabajo. Torturar, humillar y secuestrar personas es a lo que se dedican y lo hacen con auténtico rigor, en todos los sentidos del término. El trabajo de casting es el primer gran acierto de 1978. Carlos Portaluppi, Mario Alarcón y Santiago Ríos realizan una estupenda labor, dándole vida a tres represores tan intimidantes como despreciables.
La primera secuencia podría haber sido perfecta. Los muchachos juegan a las cartas en una habitación pringosa, mientras la tele muestra la previa del partido. Los represores se ríen y recitan los versitos clásicos del truco, en una atmósfera que termina de mostrar su caracter siniestro cuando se revela que uno de los jugadores es un detenido con evidentes signos de tortura. Los actores convierten la situación en una ventana al infierno, que por desgracia se cierra cuando uno de ellos empieza a recitar un parlamento innecesariamente didáctico, que resume los objetivos y motivaciones de la represión. Ese detalle quiebra la potencia dramática de lo que hasta ahí era estremecedor, anticipando el ida y vuelta entre éxitos y excesos que componen la película.
Entre los primeros se cuentan la composición de ciertos planos, algunos tiros y puestas de cámara, y la elección y aprovechamiento de las locaciones. Haber utilizado para los exteriores del centro clandestino el matadero de Azul, obra del arquitecto Francisco Salamone, resulta especialmente significativo tanto desde lo estético como desde lo simbólico. En contra de eso, los Onetti deciden hacer caso omiso de la existencia del fuera de campo y se permiten exponer en la pantalla ciertas representaciones que encajan en la definición de lo abyecto, expresada hace mucho por el francés Serge Daney. Sobre el final, 1978 desemboca definitivamente en una forma de relato genérico de terror, inclinado la balanza hacia lo convencional y dejando abierta la ilusión de una película posible, pero que finalmente no fue.