Volvió a la gran pantalla la dama del misterio. ¡Nada menos que con una nueva adaptación de la novela Crimen en el expreso de Oriente! Y si el solo hecho de nombrar al elenco de la versión ya clásica de Sydmet Lumet de 1974 produce un orgasmo gay -Sean Connery, Albert Finney, Lauren Bacall, Jacqueline Bisset, John Gielgud, Anthony Perkins, Vanesa Redgrave, Richard Widmark, Michael York, Ingrid Bergman-, el reparto de Kenneth Brannagh constituye un honroso remake lgbt acorde a los tiempos que corren: Johnny Depp, Penélope Cruz, Judi Dench y Derek Jacobi, Daisy Ridley, Willem Dafoe, Michelle Pfeiffer y el sensualísimo bailarín Sergei Poluni.

En las redes sociales amigos gays están eufóricos con este retorno, pasados treinta años desde la última adaptación cinematográfica. En la sala de cine, que está absolutamente a tope, hay ruidosos grupos de gays y lesbianas.

Se puede encontrar una asociación lgbt con Christie en las adaptaciones de pantalla grande de los años setenta y ochenta. Cada uno de ellos eran producciones suntuosas que se deleitaban en la fiesta de la época, algunos con personajes explícitamente homosexuales y con actores icónicos como Bette Davis, Angela Lansbury y Roddy McDowall. Desde la versión de Crimen en el expreso de Oriente de Ludmet se hizo habitual convocar a grandes estrellas para las películas basadas en obras de Agatha Christie. Una de las cumbres es El espejo roto con Elizabeth Taylor, Rock Hudson, Kim Novak, Tony Curtis, Geraldine Chaplin y Pierce Brosnan.

Pero eso no alcanza para que explicar por qué amamos tanto a Agatha Christie. En sus obras escritas en su mayoría en una Inglaterra donde la homosexualidad estaba penada hay nulas referencias al menos explícitas a personajes de sexualidades diversas. Uno de los pocos es Ale en Las ratas al que se describe como un “tipo maricón, divertido, inclinado al rencor” y enamorado del marido de una mujer. Mr. Pye de El caso de los anónimos es un anticuario chismoso, sospechoso de mariconería. La señorita Hinchliffe y la señorita Murgatroyd (Se anuncia un homicidio) son quizás amantes.

Los personajes paradigmáticos de Christie, Hercules Poirot y Miss Marple son el prototipo de la rareza y la excentricidad. Tanto Marple como Poirot son asexuados, se sabe poco de pasado de ambos ¿qué secretos esconden? Por eso, es un error que en la versión de Brannagh, en un intento por darle humanidad al personajes ese secreto se haya explicitado y se le haya asignado un amor heterosexual perdido de juventud (las artificiosas escenas en donde suspira ante la foto de una tal Katherine). ¿Será para enmascarar la naturaleza de la amistad de Poirot con Hastings sobre la cual se ha hecho correr ríos de tinta? El encanto de Poirot -como el de Miss Marple- es justamente el de los secretos no develados.

Christie creó centenares de personajes irremediablemente queer: solteronxs, viejas chismosas, divas en decadencia, religiosos fanáticos amargados por la culpa, hombres y mujeres feas, criaturas rechazadas por la sociedad. El subtexto homosexual alcanza su clímax en Eran cinco cerditos donde la muerte de Sócrates tiene una  evocación homoerótica: Amyas Crayle, un artista envenenado 16 años antes, se convierte en Sócrates; su amigo Phillip Blake se convierte en Platón. Y en  Némesis donde el amor frustrado de una mujer por su joven pupila es el motivo del crimen. “El amor es algo terrible y mata”, dice una de las mujeres parafraseando a Oscar Wilde.

La propia Christie se mostró siempre como una mujer fría, ordenada y equilibrada y con un sereno dominio sobre la existencia cuando en realidad era una mujer llena de fuego, voluptuosidad y terrores. Eso queda evidenciado en dos hechos, uno feliz y uno traumático. En las fotos del gran tour alrededor del mundo que emprendió en 1922 con su marido, el chonguísimo Archie Christie donde no se priva de sacar eróticas fotos a bellos hombres, sobre todo surfers. Y en la desaparición y amnesia que sufriera por el espacio de una semana tras ser abandonada por Archie. Lo que ocurrió esa semana es un secreto que Agatha se llevó a la tumba. 

En Crimen en el expreso de Oriente, el secreto asociado a la culpa y al crimen alcanza su máxima expresión. “Alrededor de nosotros se sientan personas de todas clases, nacionalidades y edades. Durante tres días, estas personas, extrañas entre sí son reunidas por el destino. Duermen y comen bajo el mismo techo, no pueden separarse. Al cabo de tres días, cada una sigue su camino, para no volver a encontrarse nunca”, dice Bouc, el amigo de Poirot y ese punto de partida del argumento bien podría ser el de una novela gay de la época. Como dice Poirot: “algo podría unir sus vidas para siempre: un crimen”.