La apertura de las sesiones legislativas el día sábado 1 de marzo en Argentina por el presidente Javier Milei ponen de manifiesto de qué manera el discurso capitalista le habla a los pocos. No se trata solamente de la estética represiva que vuelve a generar los ecos de las épocas más oscuras de la Argentina ni tampoco el modo en que se soterraron los cacerolazos, al paso de un automóvil presidencial que en vez de estar rodeado de afecto estaba rodeado de acusaciones, gritos ensortijados y dispersos. Hace recordar a la propia asunción del presidente Macri cuando se lamentaba que ese día había poca gente porque era un día lluvioso. Una semana antes, Cristina Kirchner, en un acto espontáneo a las puertas de Comodoro Py había reunido en medio de un diluvio a una multitud. La estética libertaria vuelve a imponer una mirada única, como lo fue la televisación del Mundial 78, una mirada oficial. Esas son también maneras de tergiversar y de dominar el discurso en una dirección, una dimensión aplastante en la que se trata siempre de una visión. La visión por supuesto no es mirada y es por ello que la visión, el visionado es afín al discurso capitalista. Por otra parte, en medio de su discurso de apertura con una Cámara Legislativa semivacía, la cámara televisiva solamente hace retumbar los aplausos, los vítores y el espacio rellenado de los obsecuentes de turno. Me hizo recordar aquella extraordinaria ocurrencia de John Lennon en Inglaterra cuando en una presentación del año 64 en Londres, a sabiendas de que en los palcos se hallaba la familia real, dijo, ustedes pueden aplaudir y lo de los palcos pueden agitar sus joyas. Más allá de la imperfección encubridora de mi recuerdo, el concepto estaba claro. Pues aquí, lejos de que haya un portavoz de aquello que hace falta decir por obsceno y bizarro, el propio orador sostiene la posición obscena, bizarra, al modo en que el propio Elon Musk yergue el saludo nazi en los alrededores de la asunción de Trump en la presidencia de los Estados Unidos. Es allí donde este orador aplastante y aplastado entra en una dimensión en la cual se terminan confundiendo el objeto y la imagen del objeto, en la cual por otra parte se termina confundiendo el lugar del sujeto con la encarnadura y la encarnación del gran Otro del lenguaje. Según Milei allí nada falta, y él está aquí para educarnos y completarnos.

Sin embargo, comete un fallido maravilloso. Después de un discurso de detracción interminable sobre la obra pública, refrendando que era una falacia que la obra pública en cualquier Estado produjera trabajo legítimo y genuino, remata la larga fundamentación diciendo: no es verdad que la obra pública no dé trabajo genuino. Maravilloso. El rey desnudo una vez más. Y allí seguramente habrá alguna niña, algún niño, algún hablante, algún oyente, algún televidente, algún ciudadano que diga el rey está desnudo. Por otra parte, el ataque furibundo contra el Estado, hasta su exterminio, hasta su extenuación, no hace más que confirmar la paradoja sistemática en la que cae --esa especie de hoyo de sí mismo en el que cae el discurso capitalista--, quien es precisamente el que representa, como Poder Ejecutivo, uno de los poderes del Estado.

Como dice mi colega y compañera Belén Rico García, se puede tolerar que al mundo le falte un tornillo, porque sería un mundo loco, un mundo errático, un mundo errante, un mundo plagado de tropiezos; lo que no podemos sostener es un mundo perverso y cínico. Si bien utilizamos muchas veces como sinonimias las expresiones perverso y cínico, es muy cierto que corresponden a colecciones significantes diferentes, a cadenas significantes que se entrecruzan ocasionalmente, pero que tienen su propia autonomía. La escena sádica fue señalada ya por Lacan respecto de la Filosofía en el tocador de Sade, y de alguna manera enarbola esta idea de un tornillo que anda suelto. Y que tarde o temprano, en esa mostración, podemos intervenir nosotros, los psicoanalistas, y podemos intervenir fundamentalmente como sujetos del discurso. Es allí donde el psicoanálisis es una política, es una apuesta, y es también la apuesta en juego de un deseo singular. En el analista posiblemente el deseo de analizar --pero para no objetivarlo, el deseo de producir allí vida y transformación, que no es otra cosa que lo que sostiene al sujeto del discurso-- es un profundo deseo por llevar un poco más lejos ese movimiento imperfecto del mundo sin su tornillo. Un poco más bello, tal vez pretendamos volverlo, un poco más dinámico, como en esas viñetas casi perfectas de los melodramas de Chaplin en Tiempos Modernos, donde una noche de amor, a pesar de los despojamientos de la vida contemporánea, puede resarcir del horror.

No habría ese movimiento sin el tornillo, si no fuera porque lo que mueve incluso al autor del tango --Al mundo le falta un tornillo--, a Cadícamo, es un profundo amor, un amor valiente, casi envalentonado, que le permite decir estrofas brillantes, precisas, únicas y también herejes, de las herejías de las que están construidas las ensoñaciones, los sueños diurnos, y también los sueños como realización de deseo y como auténtica apuesta de lo inconsciente. Así Freud descubre, siguiendo la línea y la traza de los románticos alemanes y del romanticismo alemán, que el deseo queda directamente ligado al amor y solo en un lance último roza las alboradas, los albores y los albures también de sexualidad y muerte. Es lo que trasunta permanentemente la Psicopatología de la vida cotidiana, por ejemplo en el olvido del nombre propio, donde Signor, Err --Signorelli es el nombre olvidado-- señala ni más ni menos que aquello que le compete a él, a él como analista, a él como inventor del psicoanálisis, a él como sujeto del discurso, su propia relación con la muerte y con la muerte de su padre. Allí hay poesía, hay una poética que se sostiene una vez más en una extraña apuesta que requiere de al menos dos, que se vuelve nosotros hecho de un al menos dos que inician y sostienen en la transferencia, y en el amor de transferencia, una apuesta que no es otra que la del amor y sus transformaciones.

Los efectos de esas transformaciones no pueden ser de otro modo que efectos en las posiciones de los sujetos respecto de la red de significaciones en sus vidas. Por una parte, esa es la intervención y la construcción del psicoanálisis respecto de las novelas familiares, pero por otra parte es esa dialéctica propia, la de los movimientos que hace el discurso psicoanalítico respecto de las posiciones relativas entre discurso amo, discurso universitario, discurso de la histeria y discurso analítico, desplazamientos y movimientos en una dialéctica en la cual se trata de los reposicionamientos del sujeto respecto de la palabra, de la puesta en juego de esa palabra, de su testimonio en la vida y de las marcas duraderas que allí acontecen.

Hoy se vive de prepo y se duerme apurao, y la chiva hasta Cristo se la han afeitao, hoy se lleva a empeñar al amigo más fiel, nadie invita a morfar todo el mundo en el riel.

El rey siempre estará desnudo a la espera de que alguien tome la palabra.

Cristian Rodríguez es psicoanalista.