Desde que surgió como solista a mediados de los ‘90 en la escena porteña, muchos han confundido a Beto Caletti con un brasileño. A través de su canto y su expresivo toque de guitarras en el amplio campo de la MPB, forjó un cancionero distintivo con temas propios y ajenos. A través de quince discos grabados –en los que conviven la canción latinoamericana y una apertura a lenguajes del folklore nacional, rioplatense, afro y músicas diversas del mundo–, como autor e intérprete se apoyó en diversos referentes. Es el caso de Iván Lins –con el que cumplió su sueño de grabar con sus músicos, y cuyo concepto armónico y manera de armar las melodías tal vez sean sus principales faros creativos–, y también el bajista mexicano Aarón Cruz y el pianista cubano Pucho López. Además, en sus discos y shows se codeó con invitados como Guido Martínez, Diego Alejandro, Agustín Pereyra Lucena, Dori Caymmi, Celso Viáfora, Hugo Fattoruso y Juan Quintero.
Hace ocho años, la vida de Beto cambió radicalmente. Conoció en Londres a Mishka Adams, cantante filipina radicada en Inglaterra. Se cruzaron tocando músicas de raíz brasilera, y a partir de ahí se expandieron a otros sonidos folklóricos. Hoy son los papás de Mayumi. Juntos grabaron, además, tres discos: Puentes invisibles (2019), Mabuhay (2020) y Mishka Adams & Beto Caletti en vivo (2022). Trabajaron con músicos de Europa, Asia y América y en el presente están cada uno con un disco solista, además de preparar una gira por Senegal e Inglaterra y un recital a mediados de abril en Bebop.
“El primer disco de Chico Buarque que me llegó fue revelador, ahí es que dije: ‘yo quiero hacer canciones’”, ha dicho. Algo parecido le ocurrió con Tom Jobim: “Si te gusta él, al mismo tiempo te están gustando Ravel, Debussy, Stravinski, Miles Davis”, comentó alguna vez. Como músico se formó en la escucha de Genesis, Jaime Roos, Beatles, Cuchi Leguizamón, Charly García y sus filiaciones con el folklore moderno llegaron a través de Raúl Carnota, Negro Aguirre y Jorge Fandermole. “No me siento ni cantante ni guitarrista sino ambas cosas como un todo, la guitarra y la voz van tejiendo la textura juntas. Ese es el modo de interpretación que más disfruto. Me tomo mucho tiempo para armar el acompañamiento de una canción, desde lo armónico y desde lo rítmico, trato de que cada momento sea artesanal, me encanta hacer eso, que cada pieza encaje con lo que hace la voz y que la guitarra que acompaña cuente su propia historia”, explica el músico argentino, mientras que Mishka Adams dice que su punto de inicio fue con su familia en Filipinas, cantando alrededor de la mesa de su tío y en dúo con su mamá. Luego integró y formó coros.
“A pesar de eso, tardé un tiempo hasta darme cuenta que quería cantar. Probé todo tipo de instrumentos hasta la secundaria en Inglaterra, cuando me sumé a la banda de jazz como cantante. La primera vez que salí al escenario me saqué los zapatos porque me temblaban demasiado las rodillas. Quería ir a estudiar artes plásticas, hasta que empecé a tocar en los bares de Manila a los 18 años con un guitarrista y me encontré trabajando como cantante de jazz. En ese momento de mi vida tuve la fortuna de recibir una oferta de contrato para grabar cuatro discos y ahí arrancó mi vida como música”, sintetiza su derrotero la artista filipina, que desde que se instaló en Buenos Aires maneja tanto la zamba como el samba y tocó con Georgina Hassan, Florencia Dávalos, Juan Tapia, Cecilia Zabala y Teresa Usandivaras.
Tras viajes y mudanzas, Mishka siente que encontró raíces en Argentina. Con una fuerte conexión con artistas locales y animándose a sus propios talleres de canto, se descubrió en la música latinoamericana y en el gesto de sacar a la luz sus propias canciones. “Empecé en un lado del mundo y terminé en el otro”, bromea. “Cuando canto, es el único momento en que mi cabeza no está andando. Es un momento en que otra cosa, algo intangible pasa por nosotros para expresarse”, dice, y recuerda a maestros de la vida como John Oakley y a otros que enseñaron eso de que ser cantante es también ser músico, como Pete Churchill. En sus aprendizajes, sin embargo, rescata una escena reciente en Brasil. Vio en una roda de samba a un chico muy joven sentado enfrente del guitarrista, copiando todo lo que hacía, mirando fijo sus manos. “Me pareció tan bello volver a ver una escena antigua, mirar, escuchar, copiar, con muchas ganas y paciencia. Había una energía hermosa entre los dos y cuando terminaron se quedaron hablando, el chico preguntándole mil cosas. Se me quedó grabado en la memoria”.
Desde sus redes sociales, Caletti comparte videos como un profesor amable y didáctico: editó libros dedicados a la enseñanza e interpretación de la música brasileña explicando ritmos y estilos (el samba, el choro y la bossa nova son sus especialidades). Además, alienta a sus alumnos con cosas como “no existe una samba, sino muchas posibilidades. Nos encanta Joao Bosco pero lo interesante es conocer las fuentes de las que bebió, indagar en sus pliegues”. El arduo trabajo de buscar un lenguaje propio supone sensibilidad, estudio y comunicación. “Poco importa si es argentino, brasilero o si es jazz –dice Beto–. Las fronteras son difusas y somos aquello que fuimos absorbiendo, aquello de lo que nos fuimos apropiando y luego lo traducimos en una melodía, una progresión de acordes, un groove. No creo que la gente esté muy preocupada por ponerle una etiqueta. Todos los cruces valen, todas las influencias sirven si logramos emocionar”.
Puentes invisibles entre ciudades, culturas, músicas y lenguajes distintos. Un dúo capaz de embellecer a “Doña Ubenza”, del Chacho Echenique o “Debajo de la morera”, de Virgilio Carmona, así como también a “Beatriz”, de Edu Lobo y Chico Buarque; temas propios como “Coplas que trae la noche” y “Paalam” y una canción de cuna tradicional de Filipinas como “Sa Ugoy ng Duyan”. Trashumancia y raíz, movimiento y despliegue de idiomas y voces; lo ancestral, lo continental y lo contemporáneo en un dúo ecléctico y seductor, por el que orillan standards de jazz y canciones de Stevie Wonder, Jaime Roos y el venezolano Aldemaro Romero. Un convite que en el “vivo” alcanza la cúspide. “Hacer música, para nosotros, es natural. Como respirar, parte esencial de la vida “, sintetiza Beto Caletti. “Siempre buscamos las canciones que mejor nos quedan, y solemos dejar un espacio para que el público pida canciones. Es fresco y divertido, y obliga a tener la oreja muy atenta”.
Beto Caletti y Mishka Adams presentarán su espectáculo Canciones de Brasil el domingo 20 de abril en Bebop, Uriarte 1658. A las 21.30.