¿Por qué la opinión pública se indigna más con quienes roban (o reciben acusaciones de robo), que con la crueldad contra indigentes o el maltrato a las ancianidades o los despidos masivos o el abandono de quienes sufren enfermedades graves? 

El ajuste desproporcionado que sigue arrastrando gente a la ignominia también es más tolerado que el robo (en la singular moral colectiva actual). Toda estafa es un robo, pero no todo robo es una estafa. En el robo se apropian bienes ajenos y las víctimas son desconocidas o personas sin relaciones políticas o afectivas con quienes les roban. Por el contrario, la estafa es más sofisticada y, según las circunstancias, más dolorosa porque engatusa a quien había depositado su confianza en alguien que, de pronto, le defrauda. Robar y traicionar la confianza -en el mismo acto- eso es estafa. En el robo hay dolo, pero no trampa. Se despoja, pero no se traiciona. No se es infiel, se es culpable a secas. En cambio, en la estafa, además de robar, se decepciona. 

“Había confiado en Milei, por eso lo voté”, se escucha frecuentemente después de la criptoestafa que, ahora -de modo más desubicado que cómico- es un simple “chismorreo de peluquería de despechadas”, como dice el “estadista” machista. Es evidente que no frecuenta esos salones, ¿será porque cree que son “cosas de mujeres”? Mujeres, a quienes odia y teme como vampiro al crucifijo. “No necesito operar sobre la Corte Suprema porque tengo el culo limpio”, decía ante sus periodistas obsecuentes. Pero a posteriori sufrió una diarrea internacional. ¿Cómo se limpia el estropicio? Nombrando jueces por decreto. 

Ahora más que nunca el oficialismo necesita de una Corte títere para que le cambien los calzoncillos. Y lo hacen sin chistar, no porque la simbolización de la justicia tiene los ojos vendados, sino porque nuestra Corte misma tiene sucia su ropa interior. Sobre la propuesta del poder ejecutivo de investigarse a sí mismo, mejor no hablar. Es tan obtusa que provoca vergüenza ajena, cuando no llanto o carcajadas. Por eso, aunque la justicia de cabotaje no va a condenar este hecho -a todas luces delictivo- ya lo calificó la opinión pública y no por capricho, sino por acumulación de pruebas, provenientes de personas estafadas. 

Testigos confiables relatan los pedidos de coimas de la hermana presidencial. Sus propios socios estadunidenses lo señalan. Además de la numerosa cantidad de juicios contra el presidente en varios Estados de su querido EE.UU. Lo acusan así mismo los editoriales de los periódicos más importantes de Occidente, en cuyas portadas se proclama la estafa presidencial y, como si fuera poco, España lo judicializó. También Europa querella el engaño piramidal. 

La vida te da sorpresas, ya que la justicia -en este caso- se está haciendo desde el país que se ríe de sus payasadas mientras le regala nuestras riquezas naturales y, tan pronto como lo expriman (nos expriman) hasta la última gota, le darán una patada como hicieron -a la vista de todos y todas- con su hasta ayer amado presidente de Ucrania. ¿Ya hay síntomas de la decadencia de su credibilidad? Claro que sí, ni golpear gente jubilada a la vista de las cámaras, ni abandonar a niñeces carenciadas, ni dejar arbitrariamente sin trabajo a miles de personas, ni mentir respecto de la inflación rebajaron el amperímetro triunfalista, pero se derrumbó ostensiblemente la credibilidad del presidente cosplayer tan pronto como estafó, no huyó y lo pescaron.

Pero que no se ilusione por tener una jueza que no quiere hacer justicia. Ni siquiera imputó a Karina Milei acusada de corrupción por compatriotas y de gente de otras nacionalidades. La jueza no exigió teléfonos, ni registro de visitantes a la Rosada ni a Olivos, en fin, pareciera cómplice. Y el fiscal es también sospechoso de ser funcional al gobierno, curiosamente es familiar de un funcionario libertario. No es prudente festejar por tener compatriotas judiciales adictos. La máquina del Norte avanza. La justicia se está cocinando en el corazón del imperio. Ese al que se le regala nuestro país, al que viajan, en aviones privados, Milei y su pandilla, gastando plata (que no hay para el país) en hoteles exclusivos del Primer Mundo. Se rodea de matones misóginos, guapos en patota y pusilánimes en solitario. Atildados, cuidadosamente despeinados, pálidos y virginales aprendices de Don Corleone. Los reyes solían tener preferidas, el presidente escoge preferidos, ¿cómo se justifica, si no, que un rubio con ojos de claridad infinita -sin rol oficial alguno- lo interrumpa públicamente, le sople lo que debe decir y -días después- amenace a un legislador nacional en nombre del Estado? Y el supuesto león no diga ni miau. Sí, nos estafó, nos estafa.

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Retomemos: ¿por qué provoca más rechazo una estafa que el maltrato a los sectores más débiles, el desprecio por las mujeres y minorías sexuales o el ajuste brutal? Las personas o instituciones a las que se estafa, además del daño material que sufren, son defraudadas justamente por quienes les generaban confianza. Desde otro punto de vista, al negar apasionadamente la estafa, se pretende tomar distancia de cualquier salpicadura corrupta, como si la falsa indignación tapara lo indignante. Sin embargo, la cosa no es tan simple. Cuando se indaga estos temas, gran porcentaje de la población consultada asume que, si el monto ofrecido fuera voluminoso, aceptarían corromperse. Un número menor considera que lo haría si tuviese seguridad de que no trascendiese (¡teléfono para radicales et al!) y una cantidad intermedia declara, desde el anonimato, que no se dejaría corromper. Pero no hay estadísticas que expliquen el hecho de que recién cuando el libertario estafó con dinero, el imaginario social cayó en la cuenta que estaba estafando por otros medios. La destrucción de la soberanía y la justicia social. Estafó desde el principio a jubilades, mujeres goleadas, subjetividades no binarias, pacientes oncológicos, trabajadoras/es e instituciones varias. Aunque, así como el uróboro se devora a sí mismo, la serpiente libertaria ha acelerado su autodestrucción desde el día delos enamorados (14/2/25). Incluso sus colegas en la política pronostican la debacle. No pasó desapercibido el exagerado rosetón negro que portaba en su pecho la vicepresidenta.