Caminaba por un lugar que pronto daba paso a alguna interioridad. Habitaciones, espacios bellos, en madera, diseños estéticos, puertas que conducían hacia otras habitaciones. En un momento me doy cuenta de que ese ingreso ya no estaba conduciendo hacia una salida. Decido volver. Saliendo de una habitación tras otra, con el miedo de dar con algún habitante que pudiera estar allí durmiendo, finalmente llego hasta la salida. Y entonces veo una vidriera donde se encuentra un político de un alto cargo. Es uno de los nefastos. En ese mismo momento, como de un garaje ubicado al lado de la vidiera, pero más abajo, sale caminando el mismísimo presidente. En otra escena se da un diálogo con él. Tiene un aprendiz o ayudante, muy joven, que cree y profesa todo aquello que sostiene el presidente. Este último expresa con orgullo que es imbatible precisamente por lo que piensa este joven. Cómo si fuera infalible, invulnerable, en virtud de la obra de educación que hizo sobre el joven, al tiempo que este era exhibido como la prueba de su éxito. Le digo: "sí, pero él sí cree en eso que le transmitís, mientras que vos sabés que lo que le decís es un engaño".

Esto fue lo que soñé la noche del 15 de Diciembre de 2023. Un año y dos meses después muchos de estos jóvenes despertarían de su sueño a partir de la estafa de las criptomonedas.

¿Por qué soñamos?

Freud abrió las puertas de un reino antes inaccesible -que aún no sabemos si era el cielo o el infierno, o incluso el lugar donde ambos conviven- cuando allá por 1899 nos entregaba su llave: La interpretación de los sueños. 

Para Freud los sueños representaban una codificación cuya trama simbólica, por más que la técnica de la interpretación fuera igual para todos, tenía una clave absolutamente singular. Podríamos decir que Freud nos legó un oficio paradojal: somos cerrajeros que no hacemos llaves, sólo enseñamos a cada uno cómo hacer la suya, porque sólo uno mismo tendrá acceso a las puertas del propio laberinto.

No somos los únicos animales que sueñan, desde que sabemos que existe la fase REM (movimientos oculares rápidos) que supone la actividad neuronal propia de los sueños, pero sabemos que al menos nosotros lo hacemos mediante nuestras codificaciones propias del lenguaje simbólico.

Freud creyó que los sueños daban cuenta de deseos infantiles reprimidos, los cuales se expresaban en el mundo onírico de modo disfrazado y a partir de disparadores de la cotidianeidad adulta. Soñamos para dar satisfacción a deseos inconfesables y soñamos para mantener el dormir y descansar (porque si el dormir es la condición del soñar, el soñar es la condición del descansar).

¿Pero será sólo por esto que soñamos?

El Tercer Reich de los sueños

Entre 1933 y 1939, durante la consolidación del nazismo, la periodista Charlotte Beradt hizo el trabajo monumental e inédito de recopilar unos cuantos cientos de sueños, pudiendo dar cuenta así del impacto subjetivo que tuvieron sobre la población alemana, las diferentes etapas del nazismo.

Aclara Beradt que “nuestros soñantes no se enfrentan a conflictos de su ámbito privado y mucho menos a los de un pasado lejano que habría provocado una enfermedad de su personalidad, sino que se ven sumergidos en conflictos propios del espacio público, con su estimulación amontonada de hechos, rumores y conjeturas, de conocimientos y presentimientos a medias”, constituyendo así “una alianza entre los sueños y la vigilia”.

Esto significa que no sólo soñamos con deseos infantiles reprimidos de nuestras relaciones familiares tempranas, sino que el Inconciente es una máquina de amasar realidades temporales y espaciales, y ofrecer una trama exótica, extraña a veces, donde se plantea un acertijo que podría resolver el enigma de esas múltiples realidades entrelazadas. De modo que un deseo infantil puede ser la clave para entender un presente político, así como un presente político puede guardar la clave para desentrañar un enigma infantil.

Sueños políticos

Un médico alemán sueña en 1934 que está en su casa pero esta ya no tiene paredes, ni las viviendas a su alrededor, de modo que todo es visible. Tiene que serlo en el nazismo, algo propio de los regímenes fascistas, como bien ficciona 1984 de Orwell. “Luego escucho el rugir de un altavoz: ‘conforme al decreto sobre la eliminación de las paredes del diecisiete de este mes’”. Termina el relato escrito de este y otro sueño, diciendo: “todos los contenidos y observaciones de mi sueño son políticos, mientras que yo no soy un ser político”.

El médico no entendía entonces cómo, si no se involucraba en la política, tenía sueños políticos. Sucede que aquí tenemos una tensión entre el individuo y la sociedad, conflicto que inventó el Liberalismo cuando se presentó como filosofía económica que situaba al individuo como “libre” a priori sobre cualquier tipo de sobredeterminación. Él creía que podía no involucrarse en la política y eso bastaría para permanecer al margen de la misma. Su inconciente, por el contrario, le muestra cómo todo su ser está íntimamente afectado por las condiciones de existencia.

Porque la política, al fin y al cabo, son los modos de relación, de imagen de sí y del semejante, de deseo, de moral, que se pautan desde los centros de poder –político partidarios, como sucede ahora con el actual gobierno y su mitología de “fuerzas del cielo”, motosierra, odio a la diversidad sexual, a los trabajadores, a los jubilados, etc., o también desde centros de poder no oficiales como las redes antisociales y su propuesta de “conexión” sin vinculación, exposición de la vida íntima, de los datos personales, etc.-.

Política de los sueños

Alguien que, como nuestro médico alemán, creería ser apolítico, podría creer también que el sueño de quien escribe así como este último citado por Beradt, son premonitorios. Dado que plasman algo que luego sucedió: el presidente acompañó y, desde allí, permitió gestar una estafa hacia la propia juventud ávida de ganar dinero sin tener que trabajar; tanto como el sueño del médico anticipó lo que sucedería en cuanto a la progresiva despertenencia respecto de su privacidad, materialidad e identidad. Sin embargo, sólo aquel que rechaza la pertenencia a su tiempo o que prefiere creer en las ilusiones que este le ofrece, podría creer que previeron algo que sucedería. Simplemente mostraron de modo claro algo que de hecho sucedía en el momento y que movilizaba una angustia que motivó el sueño.

Y esto, en el plano del psicoanálisis, constituye lo más cercano a esa palabra hoy enturbiada que es la libertad. Cualquier persona que haya transitado un psicoanálisis hace la experiencia de que la libertad no es algo que se tiene y se da, ni tampoco es a priori, sino que se trata un proceso de lucha que se basa en atravesar junto a otro, el analista, por las propias oscuridades de nuestras pasiones, realidades y tiempos, para no quedar sometidos a ellas. 

La libertad es simplemente conocerse a uno mismo para poder desujetarnos, reinventarnos y también aceptar lo que no se puede cambiar. Como aquel médico alemán, que pudo recibir el mensaje que su inconciente le estaba ofreciendo y permitirse el desconcierto de no considerarse político y, sin embargo, tomar noticia de lo que estaba pasando social y políticamente. Fue un mensaje sobre qué estaba sucediendo, qué le estaba sucediendo y quién estaba siendo él en ese momento. Pudo recibir el mensaje y allí radicó el margen, discreto, de libertad que pudo inventarse a través del sueño.

Soñamos porque necesitamos entender, porque necesitamos saber de las realidades que nos tocan y que nos tocaron. Soñamos porque estamos vivos.

Entonces ¿con qué han estado soñando en estos tiempos que nos tocan vivir?