“El concepto económico de valor es tan perverso que producir armas que matan niñxs es considerado productivo, una contribución a la riqueza social, mientras que ayudar a crecer a lxs niñxs no lo es”. Marilyn Waring

¿Qué sucedería si un día amaneciera y la tarea productiva que desarrollamos cotidianamente no produjera riqueza y, por ende, no justificara remuneración? Ni los servicios tecnológicos, ni la producción de alimentos o la comunicación. Seguramente dirían que estoy loca, ya que todas estas acciones producen riqueza y deberían ser remuneradas.

Profundicemos. Supongamos que la industria es la única actividad económica que produce riqueza, pero para funcionar y producir beneficios, se decide que las materias primas necesarias y los trabajos para extraerlas, son gratuitos. Es obvio que los beneficios obtenidos por la industria crecerían exponencialmente, ya que se “aprovecharía” de “eso gratis”.

Según Nancy Fraser, el capitalismo como sistema económico basado en la producción privada, mercado, trabajo asalariado y lucro “es una visión estrecha y engañosa”. Para ella, el capitalismo “es algo más vasto que una economía”, remite a una entidad mayor donde la obtención de beneficios es el motor del orden social.

Expone también que dichos beneficios se sostienen en al menos cuatro esferas a las que denomina las “moradas ocultas detrás de la morada oculta” que no reciben remuneración. Estas cuatro moradas ocultas son la naturaleza no humana, las tareas de cuidado, la racialización y la democracia.

Tareas ocultas

En los inicios del capitalismo, la producción industrial sólo fue posible mediante la desposesión. Presentada como una revolución, en realidad el capitalismo dispuso de recursos naturales sin pagar el costo de su uso, reposición y contaminación producida. Recurrió a la expropiación y la explotación de poblaciones racializadas en gran parte del mundo. Diseñó una democracia corta, funcional a la necesidad del capital. Decidió que los trabajos de cuidados del ser humano, incluyendo la crianza de niñeces, la atención a las vejeces y de los no aptos para el propio sistema, no merecían remuneración.

Sobre lo último, cuando las feministas decimos que el capitalismo descansa sobre nuestras espaldas, lo que decimos es taxativo. Si una sociedad requiere una población en edad de producir (de 16 a 65 años) ¿cómo hace el capitalismo para que esa población llegue a los 16 años?

En general, presupone que hay una obligación social de entregarle esos adolescentes, limpios, educados, sanos y formateados para vender su fuerza de trabajo, pero de pagar ese servicio, ni hablemos. Más compleja aún es la situación de las vejeces. Lejos de considerarlas como fuentes de saber, experiencia y transmisoras de historias y cultura, el capitalismo se desentiende de sus obligaciones. También lo hace con quienes no cumplen con las capacidades esperadas para el mundo productivo. Para la lógica capitalista, vejeces y discapacidades no forman parte de sus asuntos.

Hoy asistimos a un tiempo complejo, que construye su poder a través de un mensaje meritocrático, individualista, violento, racista, misógino, decadente, antidemocrático, negacionista, bélico y mentiroso.

El experimento

Las corporaciones, mientras juegan a la timba financiera se van apropiando de los principales recursos naturales: tierras, agua y energía. La ultraderecha en Argentina, impulsada y envalentonada por esas corporaciones, está llevando adelante un experimento llamado liberal, libertario, pero no es más que una versión rancia, libidinosa y obscena de un conservadurismo recalcitrante capitalista y patriarcal, sostenido por un inusitado dispositivo de violencia.

La política y la sociedad demoran en articular una resistencia efectiva. La doctrina shock de la que nos habló Naomi Klein hace varios años, finalmente llegó a la Argentina luego de algunos años de decepciones. Sin embargo, no nos engañemos, esto que está sucediendo en Argentina y a nivel mundial no es otra cosa que el capitalismo y el patriarcado en su cara más genuina.

La economía capitalista es interpelada por los feminismos, cuestionando sus principales categorías, metodologías y valores estructurales. Marilyn Waring, política neozelandesa, y fundadora de la economía feminista, hizo una crítica sobre la medición del crecimiento económico: deja afuera la naturaleza no humana y el trabajo de cuidados.

Medición

Según la Unidad de Género del Ministerio de Economía de la Provincia de Buenos Aires, en los hogares del Gran Buenos Aires sin hijes menores a 18 años, las mujeres dedican diariamente 5 horas 19 minutos a tareas de cuidados no remuneradas (TCNR), mientras que en hogares con hijes menores de 18 años, dedican 10 horas 22 minutos. Asimismo, los varones ocupan 3 horas 33 minutos en el primer caso, mientras que en el segundo, les dedican 4 horas 20 minutos.

¿Entonces el problema es una mala distribución de las TCNR entre hombres y mujeres? Seguramente habrá que distribuir mejor las cargas dentro del hogar, por los menos en el cortísimo plazo, porque una mujer ocupando 10hs con 22 minutos de su día en TCNR, no tiene la posibilidad fáctica de aspirar a un trabajo en el mundo productivo. Sin embargo, el problema estructural es capitalista y patriarcal.

La OIT ya advertía en el 2018 que “los datos de 64 países, que representan 2/3 partes de la población activa del mundo, muestran que en el mundo se emplean 16.400 millones de horas (anuales) en el trabajo de cuidado no remunerado, lo cual equivale a 2.000 millones de personas trabajando ocho horas diarias sin recibir remuneración alguna. Si estos servicios fueran valorados sobre la base del salario mínimo por hora, representarían 9 por ciento del PIB mundial, es decir 11 billones (mil millones) de dólares (paridad del poder adquisitivo en 2011)”.

En medio de una coyuntura con un nivel de letalidad importante, con crisis de cuidados, ambiental, democrática, laboral, el desafío actual es muy profundo: construir un proyecto de futuro sólido. El desarrollo productivo debe incorporar las tareas de cuidado como parte intrínseca del mismo. La Economía del Cuidado puede aportar herramientas.

Hoy más que nunca debemos entender que la agenda feminista no está pensando (solo) en las mujeres sino que propone pensar un mundo más equitativo, con justicia social, ambiental y de género, profundamente democrático y diverso.

(*) Arquitecta y militante feminista. Asesora en Ministerio de Mujeres y Diversidad y Ex Directora Provincial de Género y Diversidad en Ministerio de Infraestructura y Servicios Públicos, PBA. [email protected]