En la sociedad contemporánea, el trabajo ha pasado de ser una actividad necesaria para la supervivencia y una forma de realización personal, a una modalidad muchas veces generadora de ansiedad, frustración y agobio.
Para Marx, el trabajo es esencialmente una actividad que permite a los individuos expresar su creatividad y desarrollar sus habilidades. Sin embargo, en la sociedad capitalista, el trabajo se convierte en una forma de alienación. Los trabajadores son separados de sus medios de producción, de su trabajo y en muchos casos de sus compañeros, lo que los convierte en meros objetos de explotación.
Con el pasaje del feudalismo a la sociedad capitalista, progresivamente, inmensas masas de seres humanos fueron separadas de los medios de vida con los cuales producían para la satisfacción de sus propias necesidades y las de la sociedad en su conjunto. Bajo la forma del vínculo mercantil, devenida como la única relación social general en el sistema capitalista, los trabajadores, amputados de sus medios de producción, sólo conservan su fuerza de trabajo. Es lo único que les pertenece.
A su vez, esta fuerza de trabajo se convierte en una mercancía más, se vende y se compra; aparece así el trabajo asalariado. Mientras tanto, quienes han logrado hacerse del control de los medios de producción se convierten en capitalistas y se conforman en una clase antagónica. Es decir, el sistema de producción capitalista, caracterizado por sus defensores por una supuesta capacidad para resolver los problemas de manera armoniosa, se distingue contrariamente por la contradicción y el conflicto permanente.
Alienación
Estas nuevas clases sociales que surgen con el capitalismo nacen en ese momento histórico particular. Esto genera la necesidad de explicarse a sí mismas su origen, su fundamento, su razón y hacerlo de una manera renovada, sin apelar a la divinidad o la división estamental de la sociedad anterior. No es casual que el lema de la Revolución francesa sea “Liberté, Égalité, Fraternité”; estas consignas representan el punto de partida de la nueva conciencia de sí mismo para el individuo moderno.
Marx identificaba este momento como el comienzo de la alienación. Cuando los trabajadores perdían la conexión con lo que producían y comenzaban a vivir únicamente para sostener el sistema. La alienación es un concepto fundamental en la filosofía de Karl Marx. Se refiere a la condición en la que los seres humanos se sienten separados y desconectados de su propia humanidad, de sus semejantes y de la sociedad en general.
Para Marx, la alienación es un resultado directo del capitalismo y de la forma en que se organiza la producción y el trabajo en ese modo de producción. En la sociedad capitalista, los trabajadores se ven obligados a vender su fuerza de trabajo a los capitalistas a cambio de un salario. De este modo, los trabajadores no tienen control sobre el producto de su trabajo. El capitalista se apropia del producto y lo vende en el mercado, mientras que el trabajador se queda con un salario que no refleja el valor real de su trabajo.
Al mismo tiempo, en la sociedad capitalista tradicional, los trabajadores no tienen control sobre el proceso de trabajo. En ese contexto, es el capitalista quien establece las condiciones de trabajo, la velocidad y la calidad del producto, lo que lleva a una sensación de desposesión y falta de autonomía.
Los trabajadores se ven así obligados a competir entre sí por los puestos de trabajo y los salarios, lo que lleva a una sensación de aislamiento y desconfianza hacia los demás. Lo que los obliga a renunciar a sus propias necesidades y deseos para adaptarse a las exigencias del capitalista, lo que lleva a una sensación de pérdida de identidad y propósito. No importa lo que seas o lo que quieras ser, bajo el capitalismo solo eres valorado por cuanto eres capaz de producir.
"Emprendedorismo"
En la sociedad actual, esa alienación identificada por Marx se manifiesta de una manera evolucionada y aún más perversa. Los trabajadores ya no solo son explotados por la clase capitalista, sino que también se ven obligados a participar en la reproducción de su propia explotación. La ideología del “emprendedorismo” y la “cultura del trabajo” les hace creer que su éxito depende de su capacidad para trabajar más y mejor, sin importar las condiciones sociales de reproducción.
El filósofo surcoreano, Byung-Chul Han, ha profundizado esta perspectiva señalando que la sociedad contemporánea se caracteriza por una cultura del cansancio y el agotamiento. Los individuos se ven obligados a trabajar cada vez más, no solo para sobrevivir, sino para mantener su estatus social y su identidad.
Han argumenta que esta cultura del cansancio es el resultado de una sociedad que valora la productividad y el rendimiento por encima de todo. Los individuos se convierten en máquinas de trabajo, sin tiempo para descansar, reflexionar o disfrutar de la vida. La sociedad del cansancio es una sociedad que se menoscaba, ya que los individuos se ven obligados a sacrificar su salud, su felicidad y su creatividad en el altar de la productividad, de la mano de un culto al esfuerzo personal que oculta la realidad de la explotación y la alienación.
La expansión de las economías de plataformas y las redes sociales ha desempeñado un papel fundamental en este sentido, ya que en ellas se promueve enfáticamente esta ideología del emprendedorismo, que enfatiza la responsabilidad individual y la iniciativa empresarial, ocultando la realidad de la explotación y la desigualdad en el mercado laboral. Lo cual empuja a los trabajadores a sentirse culpables por no ser lo suficientemente exitosos o productivos.
Además, las plataformas de redes sociales recopilan datos personales y profesionales, lo que permite a los empleadores y a las empresas monitorear y evaluar a los trabajadores de manera constante, incluso en los ámbitos propios de la vida privada. Esto crea un entorno en el que el trabajador es constantemente observado y juzgado.
Es decir que las redes sociales potencian y perpetúan la alienación y la explotación de los trabajadores, reforzando su objetivación en tanto mercancías que pueden ser compradas y vendidas en el mercado laboral, reforzando la idea de que el valor de una persona se mide por su utilidad en el mercado de trabajo.
El trabajo no tiene por qué ser una prisión, puede, por el contrario, conectar a las personas, crear sentido y dar la posibilidad de formar parte de algo más grande, desarrollando todo el potencial del ser humano. Esencialmente el trabajo puede resultar un soporte a la comunidad en su conjunto, permitiendo construir algo tangible y superador. Sin embargo, ese camino se ha obturado, bajo el modo de producción vigente. El trabajo dejó de ser una expresión de humanidad y se volvió un engranaje de una gigantesca maquinaria, el sistema capitalista.
Productividad
El trabajo se ha vuelto un commodity y el trabajador un recurso descartable. Y lo más preocupante es que esta dinámica está empeorando. Byung Chan argumenta que en la sociedad contemporánea los propios trabajadores han internalizado esta lógica del mercado. Ya no es necesario un jefe que evalúe todo el tiempo al trabajador. Sino que el trabajador por sí solo se siente culpable cuando descansa y se avergüenza cuando falla.
La obsesión con la productividad es un reflejo de cómo el trabajador se ha transformado en una mercancía, convencido de que su valor depende exclusivamente de su desempeño. Esta es la esencia del problema. Mientras que el sistema trata al proletario como un objeto desechable espera que actúe como si su fuerza de trabajo fuera infinita. En la época de Marx, los trabajadores eran explotados por fuerzas externas, jefes, fábricas, horarios rígidos. Hoy, esta explotación ha tomado una forma aún más perversa, el trabajador es en parte explotado por sí mismo. El trabajador ya no necesita alguien que le imponga sus metas, sino que las mismas permanecen latentes dentro de sus propios objetivos.
Byung Chan señala que hoy en día que la alienación ha llegado a un punto máximo, donde el trabajador ya no solo está desconectado de su trabajo sino también de sus propios límites. El sistema presenta la idea de un trabajador libre, pero la realidad es muy diferente, la diferencia es que las cadenas son ahora invisibles. El agotamiento es la consecuencia inevitable de esta dinámica. No es un fracaso personal sino un resultado inevitable de un sistema que exige más de lo que cualquier ser humano puede dar. Pero lo que hace tan efectiva a la prisión es que el trabajador cree tener el control.
La idea de la libertad en el capitalismo es una ilusión cuidadosamente diseñada para disfrazar la explotación. Aunque parezca una elección, el trabajador no tiene control alguno sobre su vida. Puede llegar a cambiar de empleo pero nunca puede escapar a su sometimiento a la lógica del mercado. Hoy en día esa ilusión se ha vuelto más sofisticada.
El trabajo remoto o a distancia se presenta como autonomía, el proletario puede decidir dónde y cuándo trabajar, pero en la práctica esto sólo significa que la frontera entre trabajo y vida personal ha desaparecido. El hogar se vuelve oficina, el tiempo libre se convierte en tiempo productivo y la sensación de estar siempre disponible se torna persecutoria.
El trabajador cree tener el control, pero en realidad se encuentra esclavizado por métricas cuidadosamente establecidas. La presión para entregar resultados, alcanzar metas y superarse a sí mismo a diario lo mantiene en un ciclo interminable de autosabotaje. La libertad prometida es en realidad una forma cruel de explotación. El trabajador se exige por encima de sus posibilidades creyendo que es su propia elección.
Recuperar el terreno perdido
En primera instancia, es vital entender que el descanso no es un fracaso. El capitalismo glorifica la productividad porque es lo que lo mantiene en funcionamiento, sin embargo, el tiempo de ocio es fundamental para la salud del ser humano.
Momentos de ocio creativo, espacios de reflexión, el arte, la actividad física, la lectura y el tiempo compartido con seres queridos es una forma de reclamar y recuperar el control sobre nuestro tiempo. Es fundamental preguntarse para quién y para qué estamos trabajando. ¿Está ese esfuerzo alineado con la persona que quieres ser?
Si la respuesta es negativa, puede ser el momento de redefinir tus prioridades. Esto no significa renunciar a todo, sino aprender a rechazar los aspectos más perjudiciales. En esta dirección la cooperación y la solidaridad también es recomponedora y una forma de desafiar la desconexión que el sistema nos impone.
En esta nueva sociedad, en la que cada individuo queda “aparentemente” librado a su propia voluntad y cree no estar regido por más autoridad que la de él mismo, surge la necesidad de conocer la verdadera naturaleza del ser humano y su relación con el entorno que lo rodea. De ello depende, en efecto, no sólo la expansión del dominio humano, sino también, en definitiva, la capacidad de procurar su eficiente continuidad.
*Economista UBA. @caramelo_pablo