Desde París
A través de una ráfaga de órdenes ejecutivas, el presidente norteamericano, Donald Trump, ha pasado sus primeras semanas en el cargo tratando de desmantelar el orden internacional que Estados Unidos ayudó a crear después de la Segunda Guerra Mundial.
Bajo la bandera de “Estados Unidos primero”, su administración se ha retirado del acuerdo climático de París, de la Organización Mundial de la Salud y del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Y ahora se dispone a ir más lejos. Se está llevando a cabo una revisión exhaustiva de todas las organizaciones multilaterales para determinar si Estados Unidos debe quedarse o irse.
Trump también está decidido a poner patas para arriba el sistema de comercio internacional. Menos de dos semanas después de su asunción, anunció fuertes aranceles: un 25% sobre las importaciones de Canadá y México, y un 10% sobre las importaciones de China (además de los gravámenes ya en vigencia).
Desde que concedió a Canadá y a México una prórroga de un mes a principios de febrero, ha señalado que los aranceles “seguirán su curso”, aunque aparentemente con otro mes de postergación. También ha anunciado un arancel del 25% sobre todas las importaciones de acero y aluminio, y ha insinuado gravámenes adicionales sobre automóviles, productos farmacéuticos y chips informáticos. Europa también podría verse pronto en el punto de mira.
Impacto
Las consecuencias de la guerra comercial que Trump parece decidido a avivar podrían ser graves, y no solo por el volumen de comercio que está en juego. Hoy en día, las cadenas de suministro están profundamente integradas a través de las fronteras, y representan alrededor del 50% del comercio intrarregional. En muchos casos, los componentes cruzan las fronteras varias veces antes del montaje final, por lo que pagar un arancel del 25% cada vez que un insumo cruza una frontera incrementaría rápidamente los costos.
Pensemos en México, que ha superado incluso a China como mayor socio comercial de bienes de Estados Unidos. Más allá de la interrupción del suministro de paltas mexicanas (un ejemplo bien conocido), los aranceles tendrían graves repercusiones en un sector agrícola, que suministra el 63% de las importaciones estadounidenses de verduras y el 47% de sus importaciones de frutas y frutos secos.
La industria del automóvil -uno de los sectores económicos clave de México, que da empleo a más de un millón de personas y aporta alrededor del 5% del PIB- también sufriría un duro golpe. Según un informe reciente de S&P Global, México es actualmente la principal fuente de importaciones estadounidenses de vehículos ligeros, por delante de Japón, Corea del Sur y Europa. Nissan, por ejemplo, obtiene de México el 27% de sus ventas en Estados Unidos, Honda casi el 13% y Volkswagen el 43%.
¿Qué debería hacer México? Cuando Trump impuso aranceles a los vecinos de Estados Unidos en 2018, las autoridades mexicanas respondieron estratégicamente apuntando a productos de estados políticamente relevantes de Estados Unidos, implementando aranceles sobre las manzanas, el bourbon, el queso, los arándanos, la carne de cerdo y las papas. Pero este enfoque tiene limitaciones, especialmente si se considera el enorme tamaño de la economía estadounidense en relación con sus vecinos.
Los oligarcas
Aun así, México, Canadá y Europa tienen influencia. El talón de Aquiles de Estados Unidos es su oligarquía altamente internacionalizada: un pequeño grupo de individuos ultrarricos cuyas fortunas dependen del acceso a los mercados mundiales. Esta vulnerabilidad otorga influencia a los gobiernos extranjeros.
La contramedida más eficaz es sencilla: aranceles para los oligarcas. Los países deberían vincular el acceso al mercado para las multinacionales extranjeras y los multimillonarios a una fiscalidad justa.
En la medida que Trump siga adelante con los aranceles a Canadá y México, esos países deberían tomar represalias gravando a los oligarcas estadounidenses. En otras palabras, si Tesla quiere vender autos en Canadá y México, Elon Musk -el principal accionista de Tesla- debería estar obligado a pagar impuestos en esas jurisdicciones.
Por supuesto, esta estrategia es explícitamente extraterritorial, ya que aplica obligaciones fiscales a actores extranjeros a cambio de acceso a los mercados locales. Pero en lugar de tenerle miedo a la extraterritorialidad, los países deberían adoptarla como una herramienta para hacer cumplir unas normas mínimas, frenar la desigualdad, evitar la evasión fiscal y promover la sostenibilidad.
A diferencia de los aranceles tradicionales, un impuesto a los oligarcas apunta a quienes más se benefician de la globalización: los multimillonarios y las empresas que controlan. Desplaza el conflicto económico de una batalla entre países -que alimenta las tensiones nacionalistas y las represalias económicas- a otra entre consumidores y oligarcas.
Asimismo, este planteamiento podría desencadenar un círculo virtuoso. Los países con grandes mercados de consumo podrían recaudar impuestos que las multinacionales han eludido en otros lugares, erosionando gradualmente el atractivo de la competencia fiscal. Sería inútil que las empresas o los particulares se trasladaran a países de baja fiscalidad, porque el ahorro se vería compensado por los mayores impuestos adeudados en los países con grandes mercados de consumo. La carrera hacia abajo pronto sería sustituida por una carrera hacia arriba.
Alarma y oportunidad
El regreso de Trump a la Casa Blanca conlleva implicancias alarmantes. Pero también presenta una oportunidad. Es el momento de replantearse las relaciones económicas internacionales, con calma, pero de manera radical.
La mejor respuesta es un nuevo marco económico mundial que neutralice la competencia fiscal, luche contra la desigualdad y proteja nuestro planeta. En ese marco, los países importadores aplicarían la justicia fiscal más allá de sus fronteras, garantizando que las empresas multinacionales y sus dueños multimillonarios paguen lo que les corresponde.
Si lo que Trump quiere es una guerra comercial, los consumidores de México, Canadá, Europa y otros países deberían unirse para asegurarse de que Musk y sus camaradas oligarcas sientan el costo.
*Profesor de Economía en la Escuela de Economía y en la Escuela Normal Superior de París, profesor de Investigación de Verano de Economía en la Universidad de California, Berkeley y director del Observatorio Fiscal de la UE.
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