¡Caigan las rosas blancas! - 6 puntos 

Argentina/Brasil/España, 2025 

Dirección: Albertina Carri 

Guion: Carolina Alamino, Agustín Godoy y Albertina Carri 

Duración: 122 minutos 

Intérpretes: Carolina Alamino, Mijal Katzowicz, Rocío Zuviría, María Eugenia Marcet, Luisa Gavasa, Renata Carvallo, Laura Paredes, Valeria Correa 

Estreno en Malba Cine, Av. Figueroa Alcorta 3415.

A siete años de su trabajo anterior, Albertina Carri regresa con ¡Caigan las rosas blancas!, película que en dos horas logra destilar la esencia de su cine tanto en términos éticos y estéticos como formales. Rabiosamente mestiza, su nueva obra es un aleph en el que la ficción se funde con el documental, el cine de género con el panfleto político, la comedia con el erotismo y lo digital con lo analógico. Además, Carri propone un juego de continuidad directa entre esta película y su predecesora, Las hijas del fuego (2018), algo inédito en su filmografía.

Las protagonistas son las mismas: cuatro amigas vinculadas al mundo del cine. Una de ellas, Violeta, es cineasta y un alter ego posible de la propia directora. Carri aprovecha el díptico para filmar su versión de De Ushuaia a La Quiaca, cambiando el paisaje árido del noroeste por los de Misiones. Es que si Las hijas del fuego proponía un road trip salvaje por Tierra del Fuego, utilizando la pornografía como lenguaje político, ahora las chicas parten de Buenos Aires rumbo a la húmeda selva misionera. El objetivo esta vez no es tan claro y eso se traduce en cierta dificultad para mantener la cohesión entre las distintas partes del relato, que no son pocas.

En cambio, es evidente que el impulso repentino de viajar obedece a una suerte de vacío que Violeta manifiesta en el desinterés por la película que se encuentra filmando. Conociendo el perfil autobiográfico de la obra de Carri, es inevitable conjeturar que ese vacío quizás sea un reflejo del septenio que separa a ambas películas. A partir de eso, también es posible suponer que el rodaje de una obra de espíritu esencialmente lúdico, como esta, representa de forma explícita una fuga hacia adelante que rompe esa inmovilidad de siete años. La puesta en escena de un deseo cuyo origen se encuentra mucho antes y más allá de la pantalla.

¡Caigan las rosas blancas! vuelve a funcionar como manifiesto lésbico, construyendo un mundo en el que lo masculino es desplazado fuera de campo, desde donde se manifiesta como una presencia de la cual temer o, por lo menos, desconfiar. La escena en que las chicas deben esperar el auxilio mecánico en medio de la selva es elocuente. Por otra parte, la película no puede evitar que esa mirada tenga además un sesgo de clase ("el cine es un arte pequeño burgués", dijo alguna vez Lucrecia Martel). El mismo aparece en escena cuando las chicas, encerradas en una casa como personajes de una película de Carpenter, huyen de una horda de motociclistas que las acosan desde un afuera platónico, del que solo se perciben sus sombras. Con inteligencia y humor, Carri aprovecha el segmento documental para dejar clara su conciencia de clase, jugando con el concepto de aporofobia, el miedo a los pobres.