La ocasión no podía ser más propicia. La celebración por la asunción presidencial de Yamandú Orsi, el pasado 1° de marzo en Uruguay, congregó a buena parte de los mandatarios sudamericanos. En una cena organizada por la embajada brasileña en Montevideo, Lula da Silva anunció su interés por poner nuevamente en marcha a la Unasur. Aprobaron la iniciativa los mandatarios de Colombia, Gustavo Petro, y de Chile, Gabriel Boric, junto con el nuevo gobernante de Uruguay.
Por su parte, Petro reveló que le solicitará al próximo presidente de Ecuador que reabra el edificio de la Secretaría General de la Unasur, ubicado en la Mitad del Mundo, cerca de Quito, para reactivar el que, junto con la CELAC, es considerado como el principal organismo regional.
La Unasur se estableció en 2008 cuando varios países sudamericanos atravesaban un período expansivo en sus economías, que se traducía en políticas de redistribución del ingreso, y en distintas medidas sociales que tenían como prioridad el combate a la pobreza y la reducción de las desigualdades. La apertura comercial hacia China, Rusia y otras naciones de todo el mundo marcaba también un creciente alejamiento a los dictados neoliberales provenientes de Estados Unidos y favorecía la ejecución de programas alternativos y desafiantes al orden vigente.
Bajo la Unasur, el predominio económico de Brasil, con el gobierno de Lula da Silva, se convirtió en el eje estructurante de un multifacético y extenso plan de vinculación regional que tuvo como principales apoyos a Venezuela, bajo Hugo Chávez, y a Argentina, liderada por Néstor Kirchner. Pronto se sumaron los gobiernos de Bolivia, Ecuador, Uruguay, Chile, Perú, Colombia, Paraguay, Guyana y Surinam, todos ellos, en general, con un mismo interés en la integración entre sus países.
Pero el giro conservador que arreció en la región en los últimos años de la década pasada, no sólo combatió encarnizadamente toda huella progresista o directamente de izquierda en los gobiernos sudamericanos, sino que también encaró una dura ofensiva para desestructurar la que era una promisoria organización regional. En su lugar, mandatarios neoliberales y conservadores como Mauricio Macri, Jair Bolsonaro e Iván Duque desplegaron el Prosur, de corta e infructuosa vida.
Pese a todo, la Unasur continuó con vida, aunque reducida a una mínima expresión, entre Bolivia, Surinam, Guyana, Venezuela y Perú, en una pertenencia todavía indefinida.
La llegada de un dirigente de izquierda al poder en Colombia el 7 agosto de 2022, y más aún, el retorno de Lula da Silva al Palacio de Planalto el 1° de enero de 2023 fueron los alicientes que se necesitaban para poder imaginar el regreso del organismo regional. Sin embargo, las crecientes diferencias internas, sobre todo, frente al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, impidieron cualquier avance en la discusión sobre la reformulación de la unidad sudamericana. Ahora, la vuelta del Frente Amplio al gobierno uruguayo posibilita volver a imaginar a la Unasur,
Hoy el peligro lo constituye la doble amenaza provocada por el gobierno de Donald Trump en los Estados Unidos, pero también por el de Javier Milei en Argentina, quien no solo ha forjado lazos con referentes de la ultraderecha para favorecer su llegada a los distintos gobiernos, sino que también irradia una agenda retrógrada en toda la región, rechazando los avances logrados en estos últimos años, y encarando una política fragmentaria y disolvente para cualquier política regional.
El escenario desestabilizador encarado por las vertientes políticas más reaccionarias exige apertura, diálogo y búsqueda de nuevos consensos. En este sentido, si la Unasur busca renacer, será preciso reinventarla para que contenga sólo a aquellos gobiernos que realmente estén interesados en formar parte de ella, respetando las diferencias entre sus propios miembros, pero rechazando de manera frontal a quienes atenten contra toda expresión democrática y popular.
Por otro lado, y frente a la realidad actual, es difícil pensar que un nuevo modelo de Unasur, únicamente anclado en el territorio sudamericano, pueda tener éxito, si en su entramado no incorpora a México en alguna fórmula de asociación. Su presidenta, Claudia Sheinbaum, enfrenta no sólo las medidas económicas impulsadas por Estados Unidos sino también la política antimigrantes que afecta por igual a México, a Centroamérica y a varios países sudamericanos.
Quizás uno de los ejes para reinventar a la Unasur consista en establecer la articulación de tres ejes fundamentales: la defensa de la integración, la democracia y las conquistas sociales. Se trataría de una base fundamental para, de ahí en más, proyectar la utopía de una integración regional orientada a las grandes mayorías, que respete las diferencias, en defensa de la democracia y de los derechos humanos, y en una perspectiva global que favorezca la construcción de un mundo multipolar.
El triunfo de la izquierda en la segunda vuelta electoral en Ecuador el próximo 13 de abril podría resultar clave para terminar de delinear este proyecto y para comenzar a darle vida, teniendo en cuenta que, si bien las circunstancias generales y prevalecientes en su origen han cambiado, los ejes centrales y prioritarios se mantienen hoy más vigentes que nunca.