“Carlos, voy a ir a Filadelfia, a (los estudios) Sigma Sound. Sé que acabás de terminar de trabajar allí y me encantaría que vinieses”. Esa llamada de teléfono dio inicio a una de las etapas más fascinantes en la obra de David Bowie, en la que el soul encantador se mezcló con las drogas duras. El 7 de marzo, pero de hace 50 años, apareció Young Americans: álbum en el que el artista inglés transicionó del glam rock hacia una música que parecía exclusiva de la comunidad afrodescendiente de los Estados Unidos. De hecho, se trata de su disco más norteamericano. Ese Carlos de la cita, tomada de la biografía Starman, de Paul Trynka, es Carlos Alomar, quien a partir de ese instante y hasta el álbum Never Let Me Down (1987), puso su guitarra y talento al servicio del icono pop de manera ininterrumpida.
Aunque tras su publicación no sólo provocó impacto sino que también gustó, en retrospectiva el noveno disco de estudio del cantante y compositor carece de la misma trascendencia de la que disfrutan discos del temperamento de The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972), Low (1977) o Let’s Dance (1983). Sin embargo, fue la primera vez que Bowie probó su capacidad de reinvención, lo que decantó en la etiqueta “blue-eyed soul” (él llamaba a su música “plastic soul”). Si bien al principio descartó cualquier tipo de acercamiento a la música negra, terminó flirteando con ella, y así se convirtió en uno de los primeros artistas blancos del mainstream en atreverse. De eso dan fe los temas “Rock and Roll with Me” y “1984”, de su disco previo, Diamond Dogs (1974), donde se metía con el funk y el soul.
Esto también quedó en evidencia durante la gira de ese material, en la que incluyó los covers “Knock on Wood”, de Eddie Floyd, y “Here Today and Gone Tomorrow”, de Ohio Players, ambos figuras del R&B, el soul y el blues. Estas apropiaciones forman parte del disco en vivo David Live (1974). Alomar (en 1988 fue el productor del disco más Young Americans, de Soda Stereo: Doble vida) y su futuro socio creativo y empleador se habían conodico en 1974, durante las grabaciones que la cantante Lulu hizo de “Can You Hear Me?”, de autoría del británico. El guitarrista, de origen boricua pero criado en Nueva York, había tocado en el Teatro Apollo, bastión de la música negra, con James Brown, Chuck Berry y Wilson Pickett. Y esto le fascinaba a Bowie, que tenía entre sus discos favoritos Live at the Apollo (1963), del “Padrino del Soul”.
En medio de la escala estadounidense de Diamond Dogs, Bowie trabajó en Sigma Sound, en Filadelfia, con la música Ava Cherry, a la que había conocido en Nueva York en 1972. Esos estudios eran el hogar de un movimiento bautizado “Sonido de Filadelfia”, que fue predecesor de la música disco y del que fueron parte artistas como The Jacksons (más tarde The Jackson 5), Patti LaBelle, The Intruders o Low Rawls. Una vez que la idea del disco empezó a tomar forma, el nativo de Londres volvió a fichar al productor Tony Visconti, quien estaba encantado con esa “tormenta creativa”, e intentó tener en calidad de banda de acompañamiento a MFSB (Babasónicos sampleó un tema suyo para “Patinador sagrado”). El problema fue que no coincidían los horarios de sus 30 integrantes.
Aparte de Alomar, el grupo estable que participó en la grabación lo armaron Mike Garson (piano), David Sanborn (saxo e inminente estrella del jazz), Andy Newmark (batería y ex Sly and the Family Stone), y Willie Weeks (bajo y miembro de Isley Brothers). En torno a ellos rotaron los percusionistas Pablo Rosario y Larry Washington, así como otros músicos y varios coristas, de los que despuntó un ignoto Luther Vandross (futura estrella del R&B y el pop), por sugerencia de la esposa de Alomar, que también era cantante. El invitado estelar del álbum fue John Lennon, al que Bowie había conocido en 1974 en una fiesta de Elizabeth Taylor. Las sesiones se repartieron entre Filadelfia y Nueva York, donde el ex The Beatles ayudó a coescribir el funk “Fame” y se prestó para una reinvención de “Across The Universe”, de los Fab Four.
Las sesiones arrancaron el 11 de agosto de 1974 y tardaron dos semanas en completarse. Era la primera vez que Bowie pasaba tanto tiempo en Estados Unidos, por lo que chocó con las diferencias entre el método de grabación local y el inglés. Como se decidió que el disco fuera registrado en vivo, con todos los músicos y coristas interviniendo, casi todo el repertorio se construyó de manera improvisada. En el video promocional del álbum, a cargo del soul aletargado “Right”, y que circula en Internet, se puede observar la dinámica laboral, en la que todos participaron en la composición de letras y melodías. Ese sonido crooner de la voz del artista británico, acariciando lo áspero, no era porque quisiera emular a nadie, sino que se debía a su adicción a la cocaína, que iba empeorando. Por eso su semblante era esquelético y su piel se veía gris.
“Él hubiera creado esa música con drogas o sin ellas”, dijo Mike Garson años más tarde. Y Alomar añadió: “En el momento de Young Americans, la teatralidad no era necesaria. Creo que Bowie pensó: ‘Estoy buscando mi alma, no necesito una máscara. Puedo decir lo que quiera y ser quien soy'”. Una de las principales fuentes de inspiración al escribir el álbum fue Aretha Franklin, pese a que se trata de un cancionero de buen humor, con ideas animadas y en conflicto. De los ocho temas que lo componen, el que le da título abre el disco. “Young Americans”, cuya letra recrea a una pareja de jóvenes que no sabe si se quiere, esbozando a adolescentes estadounidenses típicos, es fruto de la observación, es un reportaje musical que tiene diálogos: “Pararon justo detrás del puente. Él la tumba y frunce las orejas. Vaya, mi vida es extraña”.
Amén de “Young Americans”, “Fame” fue el otro corte promocional del disco. Luego de su lanzamiento, las reacciones para con el álbum fueron más favorables en los Estados Unidos que en el Reino Unido (apareció primero en su país que en Norteamérica). Para promocionarlo, se presentó televisión en Soul Train (programa dedicado a la comunidad afrodescendiente estadounidense, tornándose así en uno de los primeros artistas blancos en hacerlo) y en el espacio de variedades de Cher, con la que cantó “Fame" y “Can You Hear Me?”. La tapa del álbum, al igual que la cubierta, fueron diseñadas en Nueva York por Craig DeCamps, sobre la base de una sesión de fotos realizada por Eric Stephen Jacobs en Los Ángeles, en agosto de 1974, en la que se lo puede ver con su cabello por entonces naranja.
Bowie, tras fijar residencia en Estados Unidos en 1974, se mudó más tarde a la capital californiana para ahondar en el mundo de la música y del cine. Fue por esa época en la que rodó The Man Who Fell To Earth, de Nicolas Roeg, donde encarnaba a un extraterrestre que venía a la Tierra en busca de agua para su planeta y cedía ante los vicios de la raza humana. En California, la dieta del cantante consistía en cocaína, leche y pimientos rojos. Estaba obsesionado con la Alemania de Weimer y el nazismo, con mitos como el de El Santo Grial y con el ocultismo de Aleister Crowley. Los que lo visitaban decían que las paredes estaban llenas de símbolos místicos que lo protegían, y hacía rituales de limpieza por miedo a que le hicieran brujería. En 1976 saldría su siguiente disco, Station to Station, que amparó el nacimiento de su próximo álter ego: “El Duque Blanco”.