Cuando falleció el Ministro de Guerra Adolfo Alsina por causas no del todo esclarecidas, su sucesor, Julio Argentino Roca, comenzó a preparar su avance al Río Negro. Mientras tanto, el coronel Lorenzo Vintter, en una carta del 8 de agosto de 1878 dirigida a Namuncurá aseguraba a este que estaba contento de que el cacique “esté dispuesto a firmar la paz”. Por culpa de su ausencia en la frontera [la de Vintter] no pudo evitar que Nicolás Levalle ocupara Carhué: “Ud sabe que cuando uno está ausente no falta el malintencionado que quiera hacer el mal”. Vintter le reitera su “amistad de corazón” y su “palabra de honor”.
Un año después de esta carta, coincidente con la Conquista del Desierto, el teniente coronel Barbará sostenía que: “Los indios son desconfiados por excelencia y maliciosos: son felones y pedigüeños. Usan de toda su astucia y doblez para sacar ventajas en sustratos y contratos con las gentes ó con los gefes de Frontera. Son capaces de hacer un tratado mientras están preparando un malón.”
Un 28 de julio de 1896, Eduardo Ladislao Holmberg, director del Zoológico de Buenos Aires, es invitado por la Sociedad Científica Argentina a dar una conferencia:
“…he elegido […] un tema que me es relativamente familiar –nos dice– porque me lo ha inspirado la patria mía cuyos ríos y llanuras y bosques y montañas, y una parte de sus mares, he contemplado con entusiasmo y confianza”. El entusiasmo de Holmberg se debe a la belleza incomparable del país, la confianza nace de la enorme expectativa en el futuro. La característica del país de poseer “todos los clímas”, hace prefigurar al científico la formación de una raza especial a expensas de la desaparición del habitante originario. De tal modo Holmberg auspicia una nación que será la envidia de todas las demás, con los habitantes del mundo exclamando que “si uno no era argentino, iba a querer serlo.” Holmberg pasa a describir primero el lejano sur de la patria: “allá, en las fronteras, en los confines de la vida, cerca del Erebo y del Terror, [...] allí marca su límite el mundo americano y allí comienza la soberanía del pabellón azul y blanco.” Y allí, con alma darwinista, Holmberg asegura que vive “un pueblo miserable y condenado a extinguirse”. Ante la descripción da la impresión que los onas van a desaparecer porque hace mucho frío y no porque los nuevos estancieros hayan puesto precio a sus cabezas. El conferencista añade que es un pueblo miserable “porque vive sin ley y sin gobierno”. Con “una vida sin inteligencia y sin costumbres”. La preocupación del científico es, en este aspecto, que “muchos sabios europeos piensan que ese pueblo [el ona] es el pueblo argentino — y como las ficciones de la vida política universal consideran colectividad nacional a todo lo que cobija una misma bandera”.
Abandonando la región austral, el orador nos lleva ahora al Chaco, donde “habitan tribus de salvajes que no han recibido aún los beneficios del progreso y que, en muy frecuentes ocasiones, cuando han visto desplegarse la enseña bicolor, han pensado que era un símbolo de opresión, de esclavitud y de crueldad”. Allí “vive el salvaje en perpetuo banquete, sin preocuparse de una civilización de la que sólo conoce la faz adversa y pocas ó ninguna de las facetas atractivas y tentadoras.” Los salvajes entonces “responden, con la flecha […] al esfuerzo de civilización con que los llama al adelanto nacional.”
Ante la variedad de climas entonces tenemos: un pueblo que vive en la miseria del frío, el cual está destinado a desaparecer; y otro que vive en la abundancia tropical, pero que va también por el mismo camino porque son unos brutos.
Holmberg vislumbra la indiferencia con que en el futuro tratará a estos pueblos: “no habrá sauces suficientes en las orillas de nuestros ríos babilónicos para suspender en ellos [las] lágrimas de arrepentimiento, por haber olvidado […] la extinción de una raza de granito, matriz olvidada en el tumulto de un progreso sin dirección y sin ojos. No obstante, nuestro poeta y científico, cierra su conferencia con la descripción de una miríada de pájaros que en la naturaleza entonan “melodías perladas ó rugientes que la siguen, guturalizadas ó sibilantes, roncas ó atipladas” y que nos hacen sentir que estamos escuchando “un himno de amor […] incomparable, ardiente e indescriptible.”
Con la publicación de las teorías de Darwin se instaló la idea de que el tamaño del cráneo era correlativo al de la inteligencia. La capacidad craneal de los europeos era convenientemente más grande que la de los americanos, los africanos y los asiáticos, al menos en ese momento es lo que se quería observar. A partir de aquí se organizó un sistema de mediciones llamado craneometría, el cual determinaba las cabezas dolicocéfalas, largas y alargadas, de las braquicéfalas, cortas y anchas. Los científicos franceses aprovecharon la ocasión para discutir con sus pares alemanes sobre los aspectos de la supremacía de la raza. Mientras los pangermanistas defendían a sus antecesores, los francófilos reivindicaban el carácter civilizatorio de los celtas braquicéfalos. Los «dolicocéfalos rubios» —léase los alemanes— no eran los padres de la civilización europea como les gustaba pensar. Los cráneos más grandes estaban en el sur de Francia y en Grecia, cuna de la civilización.
La llegada a Francia de cráneos tehuelches enviados por el Francisco P. Moreno, aunque no se podía decir que fueran «dolicocéfalos rubios», fueron aceptados por la Academia Francesa con entusiasmo, como para asegurar que sus vecinos germanos no eran más que unos salvajes parecidos a los patagónicos. El hallazgo, con conclusiones apresuradas, llevó a Estanislao Zeballos, a Moreno y a Hermann Burmeister, alemán radicado en el Plata, a acercarse a la idea que en el territorio nacional había existido un ancestro, un «patagón antiguo» equiparable en antigüedad al Neanderthal. La aseveración científica servía también para acusar a las tribus “provenientes de Chile” de haber sido las responsables de la desaparición de aquel original patagón argentino. Por justicia, y en pos del progreso, estas tribus, a su vez, estaban siendo diezmadas por un ejército nacional cuyos miembros poseían una capacidad craneal más amplia.
Moreno le aseguraba a la Sociedad Científica Argentina que aquella raza dolicocéfala autóctona (es decir el Neanderthal americano): “…vivió en lejanas épocas en la provincia de Buenos Aires y Río Negro, [y había] dejado rastros de su pasada existencia, […] habiendo sido probablemente exterminada en esos parajes, por indios de raza araucana que, bajo el nombre de Pehuelches, Huilliches, Moluches y Pehuenches, habitan ahora ese mismo suelo.
Luego de medir cien cráneos la conclusión de Francisco P. Moreno fue que los indios actuales, los que aún estaban vivos, habían emigrado de “más al norte, de un territorio habitado antiguamente por «otras razas mucho más antiguas [...] de las más dolicocéfalas que han existido en la tierra». Tanto Burmeister como Moreno sostuvieron que los tehuelches y los guaraníes pertenecían a una misma rama “autóctona y pacífica para los argentinos”, con un “carácter psicoafectivo correspondiente al tipo de cráneo, es decir, «dulce» y de hábitos agricultores muy de las tierras rioplatenses; mientras que los desaparecidos querandíes y los araucanos mal llevados eran del tipo «temible» y de hábitos cazadores.
Moreno, con orgullo patrio, llegó a conjeturar el origen austral del hombre. En América —decía— «tenemos todas las etapas del desarrollo humano físico y moral, lo que atestigua una remotísima evolución, haciéndonos pensar que bien puede suceder que lleguemos a descubrir que lo mismo que el hombre primitivo fue austral, la civilización primitiva de la Tierra lo fuera también».
Luego, aventurando la existencia de un continente parcialmente perdido, algo parecido a un puente hacia París, ubicaba el nacimiento de la humanidad, más o menos en la puerta del Museo de Ciencias Naturales de La Plata: "en el territorio argentino han vivido los hombres más antiguos que se conocen, iguales, físicamente, a los europeos cuaternarios y a los australianos actuales. Este país es un resto del Continente Austral sumergido, donde se inició el desarrollo humano y de donde partió para extenderse sobre el globo”.
“El hombre que levantó las pirámides de Egipto, aquel que civilizara la Caldea, que creara más tarde la poderosa civilización de Occidente, partió de las regiones australes [es decir, Argentina]. La onda vuelve y fertiliza con sus nuevos componentes a América, convirtiendo así su humilde cuna en la tierra privilegiada”. Entonces, para cerrar el círculo, aquella humanidad nacida en el país y extendida al orbe europeo, regresaba de nuevo con la inmigración a fin de regenerar la simiente del porvenir.
No obstante, los tamaños de los cráneos de los italianos del sur, sumados a los de España y Portugal son de los más pequeños de Europa, casi tanto como los de Noruega, Finlandia, Suecia, Dinamarca, Escocia y el norte de Alemania, un detalle mínimo en comparación con el tamaño del deseo.