La pantalla azulada apenas deja entrever a una mujer en la orilla del mar. El vestido blanco se agita con el viento. ¿O es un camisón con volados? Como absorta, mira a su alrededor hasta divisar a su hijo menor sentado en la arena, junto a dos mujeres tailandesas vestidas de uniforme. “Así es cómo se ve antes de un tsunami”, le advierte Lochlan (Sam Nivola), el más inseguro de su prole, portavoz de ese incierto misterio que parece avecinarse. Las empleadas del exclusivo resort donde se encuentra disfrutando de una semana de vacaciones la envuelven en un cobertor blanco, casi brillante en la tenue oscuridad previa al amanecer. La mujer se introduce en el mar hasta que las olas la cubren y lentamente desaparece. De pronto su rostro seco y apenas agitado asoma entre las sábanas de su acogedora habitación. Ha sido solo sueño. ¿O tal vez una premonición?

La mujer no es otra que Parker Posey, aquella vital habitante del temprano cine independiente de los ‘90, figura ecléctica y llamativa que ahora impregna de un imprevisto acento sureño a su nueva criatura de ficción. Su personaje es Victoria Ratliff, una de las piezas de ese inquieto rompecabezas que diseña Mike White en cada nueva temporada de The White Lotus. En esta tercera entrega el escenario es Tailandia, en un exclusivo resort cercano a un templo budista, dedicado a terapias del bienestar y tratamientos de descanso, al mismo tiempo que ofrece un perfecto refugio para ociosos multimillonarios. Victoria es la esposa de Timothy Ratliff (Jason Isaacs), un empresario exitoso y patriarca tradicional; es madre de tres hijos, cada uno de ellos con su propia agenda en esa improvisada escapada familiar. Su hija Piper (Sarah Catherine Hook) es la organizadora del viaje a ese remoto destino; su hijo mayor, Saxon (Patrick Schwarzenegger), es un financista musculoso y algo pedante que busca tener sexo con cualquiera que pase cerca suyo, y el joven Lochlan dirime sus propias inseguridades, entre el deseo y el destino universitario.

Pero la paz prometida por el centro de espiritualidad tailandés no parece aquietar a la familia Ratliff. Timothy no se despega del celular, atribulado por una investigación sobre evasión impositiva, y la propia Victoria no abandona sus pastillas, caminando entre sueños de tsunamis y un prolongado jet lag que no parece evaporarse. Posey es perfecta para vestir a su personaje de esa encantadora soberbia, con un dejo de displicente crueldad que expele a cuenta gotas. “Las actrices son todas prostitutas”, desliza durante el desayuno luego de un incómodo intercambio con un grupo de turistas, todas amigas, recién llegadas al resort. Una de ellas la reconoce luego de haber pasado juntas un fin de semana en un baby shower hace ya diez años, otra es una estrella de televisión que habilita su airada observación sobre el arte interpretativo y la venta de sexo. Victoria parece más allá del mal gusto y la grosería, envuelta en una nube de psicofármacos y prejuicios sureños que exudan la mejor sátira para ese encantador paraíso a punto de perecer.

La actriz desempeña el papel de una Madre que se embarca con su familia a Tailandia. Foto: Archivo.

Hace ya veinte años Posey era una de las estrellas resplandecientes del cine indie. En los '90 fue parte del mítico elenco de Dazed & Confused (1993), de Richard Linklater, junto a Matthew McConaughey, Ben Affleck y Milla Jovovich; incursionó en el estridente cine de Hal Hartley con Amateur (1994); fue una de las “college girls” de Noah Baumbach en su debut en Kicking and Screaming (1995); y se convirtió en habitué de los elencos delirantes de Christopher Guest, desde Waiting for Gauffman (1996) y Very Important Perros (2000), hasta Un poderoso viento (2003). Tuvo un atisbo de protagonismo en la extravagante comedia The House of Yes (1997), de Mark Waters, en la que interpretaba a una adolescente convencida de ser Jackie Kennedy y dispuesta a emprender una matanza si no conseguía un prometido a su altura. Sin embargo, pasados los 2000 los papeles relevantes escasearon, el cine indie se fusionó con el mainstream impulsado por el Festival de Sundance y el ascenso de Miramax, absorbiendo a esa generación en la lógica de Hollywood (McConaughey, Affleck, incluso Jovovich con la saga Residente Evil) y expulsando a una personalidad atípica como Posey a roles esporádicos en series, pequeñas incursiones en lo que quedaba de la comedia más absurda y corrosiva que había contribuido a cultivar.

The White Lotus parece reparar esa injusticia. Su arquetipo en los ‘90 no era el de la típica adolescente de la Generación X sino una mujer excéntrica, de pequeña estatura, pero de presencia inigualable, con un ingenioso vocabulario que excedía los guiones de sus películas, y que se acomodaba con su atípico humor y sus atuendos siempre llamativos. Habitante asidua de Manhattan, escapó desde entonces al estigma de la estrella californiana, y su rostro de rasgos felinos y mirada alerta la encolumnó con otros nombres del indie como Catherine Keener o Janeane Garofalo. Pero Posey agregaba además un itinerario romántico siempre accidentado, derivas criminales impensadas, una periferia constante en sus aspiraciones. Por ello la beldad sureña a la que da vida en The White Lotus representa la más exquisita jugarreta de su propio destino, una condición privilegiada para una criatura condenada a la incomprensión, una familia tradicional para quien no parecía sentar cabeza, una maternidad asfixiante para quien exudaba desapego y desatención.

Posey junto a Patrick Schwarzenegger (derecha), hijo en la vida real de Arnold. Foto: Archivo. 

La convocatoria del creador estrella de la serie de la ex HBO llegó como una oferta tentadora: convertirse en alguien que nunca había sido. Como señala Amanda Hess en el extenso perfil de la actriz para The New York Times: “Mientras tolera su retiro tailandés con un letargo reptiliano, deambulando del pabellón de masajes al estanque de meditación, Victoria oscila entre el cinismo y la empatía, la satisfacción malsana y el asombro. Es lo opuesto al personaje que Posey ha interpretado durante mucho tiempo: "Es una mujer que no podría existir sin un hombre", señala la actriz. Y, sin embargo, Posey le da vida con un narcisismo tan desequilibrado que amenaza con derribar toda la dinámica familiar de una vez y para siempre. Ese hallazgo la restituye en el centro de la escena, en una serie que se ha convertido en un éxito de público y crítica pero también en un termómetro de una época en la que el revés de las apariencias resulta tan desolador que solo es tolerable vislumbrarlo tras esa luminosa fachada que lo recubre. Detrás de ese velo está Parker Posey, la mejor revelación de esta temporada.