“Si Ray Bradbury viviera,
se dedicaría a la compraventa
de libros usados”.
(Nota del autor).
Querido lector:
No sé si fue el Carnaval, la ausencia de noticias que valiera la pena escuchar, la infructuosa búsqueda de una oposición que tal vez sea un fantasma de lo que supo ser (si murió, no me invitaron al velorio) o que se autopercibe opositora pero si se mira en el espejo… no ve nada (no digo que sea un vampiro, tampoco), o que el cinismo no me deja ver el bosque (al que incendian), o que el escepticismo es lo único que me hace optimista en estos días, pero estoy optando por refugiarme en sitios, personas, sabores y cosas íntimas…, y no me va mal en eso.
Así fue como una tarde feriada vino a mi memoria un hermoso cuento de Ray Bradbury, “La mezcladora de cemento”, incluido en el libro El hombre ilustrado, y que el lector podrá escuchar haciendo “clic” en este vínculo:
Si decide hacerlo, que sea antes de seguir leyendo, porque lo voy a resumir, y a mí me podrán acusar de muchas cosas, pero lo de “espóiler” no me va.
Bueh, si decidió seguir leyendo, se lo cuento:
Resulta que los marcianos se preparaban con bombos, platillos, armas y rimbombancia a invadir la Tierra (¿harán cuentos en Marte donde los terráqueos los invaden a ellos?), y uno de ellos, llamado Ethil, se niega a participar de la invasión.
Cuando lo acusan de feo, sucio, malo, traidor a la patria (bueno, al planeta), populista, socialdemócrata, gorila, cobarde y menochirulo (o sea, “menos” macho que el resto), Ethil refuta las acusaciones diciendo que no se trataba de nada de eso, sino que “no hay literatura que nos apoye; en todas las historias en las que invadimos la Tierra, siempre hay un terráqueo, Tim, Rick, Dick o como se llame, que nos termina derrotando”.
Por supuesto, los marcianos no lo escuchan; hubieran preferido cualquier otra excusa (qué sé yo: que se autopercibiera tomate, por ejemplo), y lo obligan a participar.
Llegados a la Tierra, y cuando se preparaba el ataque, los marcianos son recibidos con bombos y platillos, cánticos e himnos de bienvenida, flores y dulces. El “alcalde del planeta” les entrega las llaves de la ciudad; ¡parecía un acto de los neoliberales recibiendo a una misión del FMI!
Los marcianos no sabían qué hacer. Estaban atónitos y atonitos (no les salía el tonito de la voz). Se habían preparado para una resistencia violenta, no para un vernissage con performances. Estaban como cuando Georgieva escuchó el plan de nuestro Autoritario Electo ofreciendo más ajuste del que ellos pedían. Su condición de extranjeros les impidió preguntar "¿No será mucho, almirante?” y recibir como respuesta “Faltaba más, brigadier” – este cuento, además, es anterior a los '70–.
Así estaban los marcianos, triunfantes y estupefactos. Se dispersaron “para reconocer el terreno”. Cuando los vieron “de a uno”, algunas damas se les fueron acercando para invitarlos al cine; otras, para estimularlos a bautizarse.
A Ethil las damas le parecían robots que solamente movían la mandíbula (mascaban chicle), y pensó que las costumbres terrestres volverían locos a los marcianos.
Cuando logra eludir varias películas y un bautismo, es repentinamente capturado por un hombre adinerado que lo contrata "para asesorar sobre una película donde los marcianos invadirían la Tierra”. Ethil trata de dar contexto y contarle cómo es Marte, pero el hombre le dice: “No, pongámosle luces y colores, lo que usted dice no atrae al público”.
Cuando Ethil le pregunta por qué los terráqueos no se resistían a la invasión marciana, el tipo adinerado –su nombre era R. R. Van Planck– le explica:
–Es mucho mejor recibirlos, venderles nuestros productos y, de hecho, fabricar cosas para el mercado marciano, un nuevo nicho que vale la pena explotar. Nuestra mejor arma de resistencia y posterior ataque es nuestro mercado.
–¿Qué significa la “R” de su nombre? –le pregunta Ethil.
–“Richard”.
O sea, “Rick”. Ethil se va sonriendo por la paradoja, pero no ve “un robot con cuatro ruedas que se le acerca raudamente”. O sí lo ve, pero ya es tarde.
¡Cómo te quiero, Bradbury!
Sugiero al lector acompañar esta columna con el video de Rudy-Sanz “Nos lavan la cabeza”: