En el Bajo Flores se vio un clásico eléctrico de a ratos, jugado con intensidad, mucha pierna fuerte y con varias situaciones de gol. Lo ganó Independiente 2-1, pero bien pudo ser empate o, incluso, victoria de San Lorenzo.

En el Bajo Flores, en una cancha repleta, en un clima ideal, se vieron tres goles (Millán, de media distancia; Vombergar, de penal; y Loyola, al recoger un rebote); se vio que Independiente fue un poquito más en la primera mitad porque elaboraba más para buscar distintas vías de ataque ante un rival que limitaba su ofensiva a pelotazos largos; se vio que San Lorenzo era claramente superior en la segunda etapa hasta el gol de Loyola y no supo reaccionar de ese baldazo helado; se vio mucho de Loyola, el mejor de la cancha; de Braida, el mejor de su equipo; y también se vieron buenas actuaciones de Romaña, de Reali, de Ávalos, de Cedrés y un par de lujitos de esa joya que es el pibe Cabral y nos quedamos con las ganas de ver a Munian, que sólo jugó los diez minutos finales.

Lo de los dos tres penales merece una mirada aparte. En el de San Lorenzo, en primera instancia, nadie vio nada, ni siquiera el árbitro Nazareno Arasa que estaba cerca. Pero cuando llamaron desde Ezeiza y se empezaron a ver las repeticiones desde distintos ángulos, se observó con claridad que Lomónaco había tocado con la punta del botín a Cuello en el momento en que metía la palomita. No fue patadón, pero claramente la falta existió. Arasa fue a ver la pantallita y enmendó el error.

En el primero de Independiente el que vio lo que no había visto nadie fue Arasa. De frente a la jugada marcó penal cuando Romaña rechazó en el borde del área al lado de Lomónaco. Otra vez llamó el VAR. Otra vez Arasa fue a ver la pantallita y otra vez corrigió.

Sobre la hora, otro penal para Independiente, mano de Romaña, la pelota le dio en el brazo extendido en un forcejeo. Sin intención, pero penal de estos tiempos al fin. Arasa no vio nada. Lo llamaron del VAR, otra vez la pantallita y en esta ocasión el juez principal siguió sin ver nada.

Pero más allá de los penales y de la gran bronca por el último, los rojos quedaron envueltos en la enorme felicidad de haber sacado adelante un partido muy chivo en una cancha muy difícil. A San Lorenzo le quedó la frustración de haber visto como lo primereaban en su mejor momento.

En definitiva, todo lo que se vio en el Bajo Flores terminó pintado de rojo por la victoria de Independiente.