Desde Hebrón

La situación en Cisjordania ha ido empeorando en estas semanas, en proporción opuesta a la tregua en Gaza. Los bombardeos israelíes –no tan comunes en el pasado aquí-- se suceden de manera intermitente y hay campos de refugiados enteros de Jenín siendo arrasados por misiles y demoliciones masivas con buldozers. En lo que va del año, han muerto en Cisjordania dos niños por semana, cifra apenas superior a la media de 2024 cuando fueron asesinados 93. Y desde el comienzo de la guerra, más de 800 palestinos fueron muertos en Cisjordania, una proporción anual mayor de lo que fue la Segunda Intifada a comienzos de este siglo. La ciudad de Hebrón –emblemática por su templo donde habría tumbas de patriarcas bíblicos-- es también asediada.

Entre Jerusalén y Hebrón hay 28,3 kilómetros y un gran muro de por medio. Se llega en bus de línea bordeando la “Gran Muralla” israelí. Al acercarse a una suerte de peaje artillado con decenas de soldados con el dedo del gatillo, el bus no se detiene: contra todo pronóstico, cruza a Palestina sin que nadie pida documentos: los controles serán al salir, al regresar a Israel. Y la Autoridad Palestina no controla a nadie: carece de autoridad.

Luego se bordea la colonia judía ultrareligiosa Kiryat Arba. Allí, en un parquecito, está el catafalco solitario de Baruch Goldstein, aquel médico que en 1994 salió de su casa aquí de uniforme militar, entró a la Tumba de los Patriarcas en Hebrón, esperó a que 500 musulmanes besaran el suelo con la frente y les descargó 140 tiros de fusil matando a 29. El epitafio reza: “Al santo Baruch Goldstein que dio su vida por el pueblo judío, la Torá y la nación de Israel”. Miles han peregrinado a besar la tumba. A dos cuadras está la casa de Itamar Ben-Gvir, el hace poco renunciado Ministro de Seguridad. Cuando asumió como diputado en 2021 hubo escándalo: en una entrevista de TV se vio su living con la foto de Goldstein.

Checkpoints, uno tras otro

Al avanzar por la ruta aparecen más checkpoints militares. Luego de la masacre de Goldstein, los palestinos de Hebrón fueron confinados en su casa dos meses. Al levantarse el encierro, la circulación urbana había sido modificada. Es por eso que el bus se detiene en un “barrio fantasma”. Como si hubiesen sido los culpables de ser masacrados, las fuerzas israelíes –las que de verdad gobiernan Palestina— les expropiaron 1512 comercios de la calle principal, clausurados hasta hoy. Y los expulsaron de sus casas: tienen vedado incluso transitar a lo largo de muchas cuadras de la calle Shuhada, el emblema del apartheid que se vive en Cisjordania.

La calle Shuhada está desierta y en una esquina hay un puesto militar para impedir el paso a todo palestino. Las calles adyacentes están bloqueadas con espirales gigantes de alambre de púa: el objetivo es que palestinos y colonos no se crucen nunca.

En Hebrón viven 220.000 palestinos y 800 colonos israelíes custodiados por 650 militares. En un ataque en una ruta hace años, mataron a un soldado israelí y cuando trajeron el cuerpo para el funeral, hubo un pogromo contra casas y tiendas palestinas. Incendiaron la Municipalidad y un Waqf, institución musulmana de caridad. La turba ingresó a la Kashba -barrio palestino hoy vaciado- vandalizando todo. Un judío mató a una palestina de 14 años de un balazo: su prisión duró tres meses.

El Ejército llama a este sector de la ciudad “zona esterilizada”. Los exiliados dentro de su propia ciudad no han vuelto a la zona en que vivieron por siglos. Hebrón está siendo vaciada de palestinos desde el centro a la periferia.

Hebrón segregado

Para ver la vida actual palestina de Hebrón hay que recorrer primero toda la fantasmal calle hasta el emblemático Checkpoint 56 que separa los sectores H1 de H2 definidos en los Acuerdos de Oslo: del otro lado viven los palestinos, los echados de aquí y los que ya estaban allí. Al cruzar el checkpoint hacia el “lado palestino”, nadie controla (para salir, por supuesto que sí). Del otro lado de la reja renace la vida, el caos bullanguero de los mercados árabes.

Dentro de Cisjordania hay medio millar de checkpoints como este, que Israel cierra y abre a gusto: por horas, días o meses. En Hebrón fragmentan además el flujo interno urbano. Los palestinos pueden quedarse semanas encerrados en sus ciudades. Y en el caso de Hebrón, dentro de cada barrio. Según la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, en 2019 había 111 puntos de control y obstáculos militares en Hebrón, 60 de ellos en el casco antiguo. Hay maestros que para ir a trabajar deben atravesar seis cruces. Y si a los soldados se les antoja no abrir alguno, los chicos se quedan sin clase.

A media cuadra del Checkpoint 56 –subiendo una escalera caracol-- está la oficinita de Human Rights Defenders, una ONG que lucha contra el apartheid. Allí recibe a Página/12 Badee Dwaik: estuvo preso 22 veces desde los tiempos de la Segunda Intifada y se define “un luchador pacífico por los derechos humanos contra la ocupación”. Agrega que “nadie puede entender este apartheid si no viene a Hebrón”.

Badee es un cincuentón pasionario que ya nació ocupado por Israel. Le cuesta no gritar al hablar:

—Este es el único lugar de Palestina donde los colonizadores están en el corazón de la ciudad; vienen de todo el mundo y roban nuestra tierra; dividieron la ciudad. Otro compañero, Sidán, vive cara a cara con ellos; las divisiones que hicieron en las calles separan a muchos familiares que viven cerca y no tienen conexión directa, obligándolos a largos rodeos. Nos rompieron la vida social, económica y psicológica. Mi casa está a 7 minutos de acá pero no puedo ir por el camino corto. ¡No puedo caminar por mis calles! Y solo nos dejan transitar el área en que vivimos; a veces queremos ir a otro sector y nos lo prohíben. Uno tiene que demostrar que vive en un barrio para que lo dejen entrar. Si me voy de casa 4 días y regreso, dicen que no vivo allí y me bloquean la entrada. Los hijos mi amigo Imad trabajan en otra ciudad y cuando vuelven, luego de unos días, no los dejan pasar y no pueden visitarlo.

Badee fue preso por primera vez a sus 15 años y la segunda, a los 19, esa vez por tres años: “me sometieron a 29 días de tortura física y psicológica; me esposaban con las manos atrás y me ataban las piernas; la primera vez, durante 72 horas continuas, salvo para ir al baño y comer. Me tenían sentado en el suelo en un banquito fijo muy incómodo con la cara vendada por un paño sucio. Venían por detrás y me arrojaban contra una mesa. A un preso de Hebrón le hicieron eso y murió del golpe en la cabeza. Y ponían música muy fuerte: “pum, pum, pum todo el día mientras cambiaban la temperatura de muy fría a muy caliente. Una vez se me congeló el cuerpo y tuvieron que traer un médico, yo temblaba. Me colgaban de los talones o con los brazos atados al techo. Una vez debí acuclillarme una hora con las manos atrás: si me caía, me golpeaban”.

--¿Cuál ha sido la situación más dramática en Hebrón en los últimos días?

--El asesinato de Ayman al-Hammouni de 12 años. Había ido con su hermanito y su madre a visitar al abuelo en la zona de la Tumba de los Patriarcas. Los militares israelíes andaban por el barrio haciendo operativos de rutina. Justo frente a la casa del abuelo de Ayman, llegó un auto de palestinos con el vidrio atravesado por un balazo con un muchacho herido, solamente por un fragmento de vidrio. Todos bajaron a examinar al herido, incluyendo el niño. Todo quedó grabado en dos cámaras: mientras lo vendaban, sin razón alguna, les dispararon y todos huyeron hacia la casa. Y ya sin nadie a la vista, hubo otro disparo hacia adentro de la casa, el que mató al niño. Los soldados se acercaron y vieron al niño muerto en el suelo. Lo miraron un rato y se fueron, mientras escuchaban los gritos de la madre arrodillada a los pies del niño con un tiro en los pulmones. Su padre estaba trabajando de obrero en Ramalah y le avisaron. En el camino a Hebrón lo fueron deteniendo en checkpoints y en uno de Belén, le ordenaron bajar del auto a punta de pistola. Dijo que tenía que enterrar a su hijo. Entonces un soldado comenzó a burlarse, diciendo que él mismo lo había matado. Y añadió: “espero que usted siga los pasos de su hijo”. Y te doy un ejemplo menor: esta semana soldados israelíes detuvieron un auto por rutina, bajaron a los ocupanes y lo arrojaron al precipicio por placer. Está el video.

--¿Cómo imagina la situación en el 2035?

--Es un tema complicado. La paz no se puede lograr sin justicia y libertad para el pueblo palestino. La historia ha demostrado que las tensiones seguirán mientras no se aborden las causas fundamentales del conflicto. La situación para 2035 es incierta, pero es probable que continúe la lucha por los derechos y la dignidad palestina. La esperanza de paz siempre está presente, pero requiere un cambio significativo en las dinámicas actuales. Si Israel realmente quiere la paz, al menos debería aplicar lo que dijo la comunidad internacional sobre la resolución de la ONU, incluido el derecho al retorno de los palestinos expulsados durante la Nakba en 1948. Mi opinión es que un solo Estado sería lo mejor en un futuro lejano para que todos vivamos juntos como ciudadanos en igualdad de condiciones.

La operación Muro de Hierro

En los campos de refugiados de Jenín, 20.000 palestinos –hijos y nietos de los desplazados de 1948— fueron desplazados y sus barriadas destruidas, incluyendo servicios de agua y electricidad, y las calles arrasadas para que no puedan volver. De a poco, los campos de refugiados de Cisjordania están siendo gazaficados. Hubo un bloque de viviendas entero demolido con detonaciones controladas en Jenín. Israel llama a esta acción Operación Muro de Hierro, que lleva mes y medio y abarca a los poblados de Tulkarem, Nur Shams y Al-Far’a. El ejército israelí aduce que ataca a grupos de resistencia armada. El resultado evidente es el desplazamiento de todos los habitantes de esos campos de refugiados: ya son 40.000. Los militares les advirtieron que no regresen: pareciera que se instalarán allí de manera definitiva con sus tanques.

Los palestinos temen que se estén sentando las bases para la anexión directa y definitiva de Cisjordania, mientras se intensifica la violencia civil de los colonos respaldados por el Estado, quienes han desalojado a unas 50 comunidades rurales palestinas desde el 7 de octubre de 2023, al tiempo que establecieron 40 nuevos asentamientos ilegales. Sobre esto trata el documental recién premiado con el Oscar, No other land, filmado en las afueras de Hebrón.

Entre la dirigencia palestina sospechan que Donald Trump podría anunciar formalmente el apoyo de la soberanía israelí sobre Cisjordania y Gaza, algo que ya sucede de facto: los palestinos viven bajo una dictadura militar israelí. Esto explicaría la invitación que les hizo Trump “a salir” de Gaza y la reconversión de la costa palestina en un resort de playa al estilo Dubái.