"El momento de actuar es ahora. Podemos recobrar la institucionalidad democrática o avanzar en una deriva cuyo final desconocemos, pero que no augura nada bueno para la mayoría del pueblo argentino", analiza el sociólogo Daniel Feierstein, al alertar sobre el accionar de un gobierno nacional que "cada día da un paso más en el quiebre de la institucionalidad y el diálogo político".

A días de cumplirse un nuevo aniversario del golpe de estado del 24 de marzo de 1976, Feierstein, doctor en Ciencias Sociales e investigador principal del Conicet, con larga trayectoria en el estudio sobre genocidios, reflexiona en una entrevista con Página/12, sobre los desafíos que impone la disputa de sentido y la construcción de la memoria colectiva en un "momento histórico" atravesado por el negacionismo y posturas "neofascistas".

"No hemos vivido, desde el fin de la dictadura, nada parecido a lo que estamos viviendo desde 2017”, bajo el mandato de Mauricio Macri, “pero mucho menos desde la asunción de este gobierno", prácticas que, al "conectarse con un fenómeno que no es solo argentino sino internacional, introduce un riesgo mayor", advierte.

Frente a ello, propone una "repuesta en varios niveles: recuperar la calle como espacio de protesta, restaurar el diálogo político para crear un cordón que impida el avance fascista y ser capaces de revisar los errores propios (del campo popular) para recuperar la capacidad de interpelación de las mayorías y muy en especial de los jóvenes".

Feierstein dialogó con este diario desde Canadá, donde viajó para dictar clases en la Universidad de Manitoba, en Winnipeg, sobre estudios en genocidios y ofrecer una conferencia sobre las experiencias de las derechas extremas en América Latina, y el debate sobre su caracterización como fascismo, mientras trabaja en el tercer y último tomo de su trilogía Sobre la elaboración del genocidio, cuyos dos primeros fueron Memorias y Representaciones (del 2012) y Juicios (del 2015), editados por el Fondo de Cultura Económica.

La obra, que verá la luz a fines de este año o principios del 2026, se propone --dice el autor-- como un aporte para pensar "críticamente en cómo hemos llegado hasta este momento tan oscuro a nivel local e internacional y aportar alguna reflexión para buscar juntos una luz de esperanza o posibles caminos de resistencia".

Feierstein tiene en su haber más de una decena de publicaciones: a los mencionadas se agregan, también por el Fondo de Cultura Económica, El genocidio como práctica social (2007), Introducción a los estudios sobre genocidio (2016) y Pandemia. Un balance social y político de la crisis del COVID-19 (2021), además de La construcción del enano fascista (2019, Capital Intelectual), un año antes Los dos demonios (recargados) por editorial Marea y, en 2024, su hasta ahora último libro, El pasado en la batalla cultural (Prometeo), entre otros títulos.

--En su estudio comparado sobre genocidios usted plantea el concepto del genocidio como un proceso, una tecnología de poder que busca incidir en el sistema de representación y transformar la identidad de un pueblo a través del terror. ¿Qué huellas dejó en la sociedad argentina la violencia estatal de los 70’?

--El genocidio argentino, como la mayoría de los genocidios, fue bastante exitoso en la transformación de los lazos sociales. Los niveles de solidaridad, la construcción de una “comunidad”, valores como la indignación ante la injusticia o la profundización de la miseria, se vieron profundamente afectados, no solo por los miles de compañeros que nos faltan sino por el efecto del terror y de las respuestas ante el terror en quienes quedamos vivos y en las generaciones que continúan. (Zygmunt) Bauman retomó un concepto de los griegos, adiaforización, que traduce como “invisibilidad moral”. El genocidio profundizó nuestra invisibilidad moral, logró aumentar nuestra incapacidad de rebelión ante el mal, nos habituó a poder ver gente durmiendo en la calle, sufriendo frío o hambre y pasar caminando como si no existieran. Si bien este individualismo extremo, el cinismo o el nihilismo son parte de un clima de época que cobra fuerza con el fin de la Guerra Fría, en el caso argentino es imposible explicarlo sin tomar en cuenta las consecuencias del genocidio. La lucha contra la impunidad y la posibilidad de juzgar y condenar a muchos responsables permitió algunos niveles de reconstrucción en Argentina, sobre todo si lo comparamos con Brasil o España, por ejemplo, que no vivieron nada parecido a eso, pero no implica que haya permitido reconstruir una visión más cooperativa del lazo social. Gran parte del movimiento de derechos humanos --con todo el valor que ha tenido-- se estructuró a fines de la dictadura en base a la defensa de derechos individuales. El concepto de derechos colectivos o derechos de los pueblos quedó mucho más oscurecido y en general no hemos sido capaces de recuperarlo como sociedad.

--¿Qué factores hicieron posible la expansión de la narrativa negacionista en una Argentina cuyo contrato democrático parecía construido sobre sólidos consensos respecto a los crímenes de última dictadura militar?

--Varias cosas. Debemos comprender que el tiempo pasa. Los consensos construidos en 1983 no podían durar por siempre. Hoy tenemos millones de personas que nacieron después de esa fecha. Esos consensos necesitaban reactualizarse en cada generación. Y eso no ocurrió, particularmente en los últimos 20 años.

--¿La falta de esa reactualización se inscribe en lo que en su libro Los dos demonios (recargados) define como los "errores no forzados" del campo popular que dieron lugar a la instalación de este tipo de narrativas?

--Cometimos mucho de lo que llamo “errores no forzados”. Primero, el quiebre del pluralismo político que tanto había enriquecido al movimiento de DDHH se transformó en la idea de “los organismos como una rama del kirchnerismo”, algo que le hizo un daño enorme tanto a los organismos como al propio kirchnerismo. Segundo: el abandono de la discusión franca y abierta, que había permitido, con mucho debate, forjar consignas como “aparición con vida” hacia el fin de la dictadura. Por el contrario, conceptos como “terrorismo de Estado” o “dictadura cívico-militar”, entre otros, se adoptaron sin un debate real y generaron consecuencias muy contraproducentes en las disputas por la memoria. Por último, pero no menos importante, las lógicas cancelatorias clásicas del movimiento woke impidieron, como en otros temas, pensar críticamente. Si yo debo repetir las “verdades” de los DDHH, si la política hacia cualquier cuestionamiento, incluso negacionista, es una ley que les impida hablar, si ya tengo un manual que me dice lo que tengo que pensar sobre todo... ¿Cuál crees que será el resultado? El que tenemos: que todo aquel que pregunta, que tiene dudas, que es curioso, y en especial si es joven, se volverá negacionista, porque parece la única manera de poder pensar o discutir abiertamente, porque ahora resulta que para “apoyar la causa de los DDHH” solo hay que repetir las “verdades” ya instaladas. Ninguna disputa por las representaciones se gana de ese modo. La cultura cancelatoria solo nos daña y nos hunde más.

--Por el contrario, el negacionismo parece mostrar cierto grado de readaptación en su discurso. Usted le reconoce cierta "potencia, lucidez y originalidad" en la disputa por la creación de sentido. ¿En qué se identifican estos rasgos?

--En la capacidad de cambiar. Los cómplices de los genocidas reivindicaron su accionar durante 20 años y fueron marginales en la sociedad argentina, su escucha cada vez era menor. Hacia 2006 aproximadamente empiezan a percibir que no es el camino. ¿Qué hicieron? Aprender de lo que los organismos de DDHH habían hecho bien y hacerlo en espejo, justo cuando los organismos comenzaban a dejar de hacerlo. Primero: dejaron de reivindicar la dictadura y, por el contrario, recuperaron la visión de los dos demonios, pero ahora con una direccionalidad opuesta, lo que he llamado la versión “recargada”. Si los dos demonios decía “bueno, ya sabemos que la guerrilla cometió un montón de crímenes pero el Estado actuó todavía peor y tenemos que centrarnos en eso”, la versión recargada dirá “bueno, ya sabemos que el Estado cometió un montón de crímenes pero acá nadie está hablando de los crímenes de la guerrilla”. Parece lo mismo, pero no, es bastante distinto. La direccionalidad es la opuesta, ahora se trata de iluminar “los crímenes de la guerrilla” cuando en la versión original se iluminaban los del Estado. Segundo: así como los organismos en el primer momento oscurecieron el carácter político de muchas de las víctimas del genocidio y las “angelizaron”, iluminando el rol de las madres, de los bebés secuestrados, de los estudiantes que alfabetizaban, entre otros; ahora los negacionistas hacen lo mismo en espejo. No se centran en el atentado al torturador (comisario Alberto) Villar sino en las acciones más cuestionables de las organizaciones armadas, sea el asesinato de (José Ignacio) Rucci (secretario general de la CGT) o algún niño que murió producto de una bomba que tenía otro objetivo, etc. Tercero: crean un organismo cuya base es la asesoría jurídica, el CELTYV, de donde surge la militancia de la actual vicepresidenta de la Nación (Victoria Villarruel), que se configura hasta en su nombre como un espejo del CELS. Y, cuarto y principal: comprenden que la memoria colectiva se construye de abajo hacia arriba y de modo plural. Por lo tanto, en vez de buscar imponer una verdad “desde el aparato estatal”, salen a disputarla en las calles, en las escuelas, en los medios, en las redes sociales, particularmente entre los jóvenes y en todos los lugares donde se disputan las representaciones colectivas. Entonces, mientras el campo popular iba reforzando sus errores no forzados, el movimiento negacionista iba recuperando y reproduciendo en espejo lo mejor que había hecho el movimiento de derechos humanos en esos 20 años entre el fin de la dictadura y los primeros 2000.

--En estos 40 años de democracia se pueden identificar tres momentos políticos en los que, con mayor o menor intensidad, desde el Estado se intentó un retroceso en términos de memoria colectiva (en los gobiernos de Menem, Macri y ahora Milei) ¿Cuál es la funcionalidad del discurso negacionista en la instalación de proyectos de corte neoliberal?

--Bueno, es parte de lo que venía diciendo. Menem intentó instalar una política de “reconciliación” pero, paradójicamente, durante su gobierno avanzaron en la sociedad posturas muy interesantes. Fue uno de los momentos más lúcidos del movimiento de derechos humanos, que luego eclosionaron políticamente a partir de 1996 y son los que explican haber podido derrotar las políticas de impunidad con una originalidad y una potencia que se estudia en el mundo entero. Por otra parte, cuando Macri denuncia “el curro de los derechos humanos”, logra un éxito rotundo, pero porque había habido algunos casos de colusiones problemáticas entre organismos de derechos humanos y el aparato estatal. Entonces, Macri (todavía en la oposición) aprovecha eso para deslegitimar a los organismos in toto. Pero la confusión entre la militancia en un organismo de derechos humanos y la función estatal no la inventa Macri. Es un problema serio en el debate de los propios organismos y explica algunos de los errores no forzados de los que hablábamos. El tema es si queremos realmente poner estos temas sobre la mesa o si, por el contrario, queremos hacer como si nada de esto existiera y seguir pensando que todo se explica por el que gana o pierde las elecciones. Las elecciones son el punto de llegada, no el punto de partida de estas disputas por las representaciones. Hay que recuperar la capacidad del pensamiento crítico.

--¿Se puede pensar al negacionismo como un mecanismo habilitante del accionar represivo?

--Es que sí. Jamás la discusión sobre el pasado remite al pasado. Cuando se busca condenar el accionar represivo pasado se pone límites al accionar represivo en el presente. Cuando se ponen peros, se avala la impunidad o se “relativizan” los crímenes del pasado, en verdad se está buscando relegitimar esas acciones en el presente. Todo el sentido de la ofensiva negacionista pasa por avalar el “protocolo” para relegitimar la represión a la protesta, algo que había quedado cuestionado a partir de las políticas de memoria. Y, además, homologar la protesta al delito común, dos prácticas totalmente opuestas (la protesta es una acción colectiva que busca reforzar el lazo social comunitario, el delito común es una acción egoísta que quiebra lazos afectando a otros que también sufren). Creo que la derecha aprovechó muy bien esta confusión y que el movimiento de derechos humanos --en su comprensible deriva “garantista”-- no supo distinguirlas. En esa homologación es que apareció esta idea de “los organismos defienden los derechos de los delincuentes y no los de la gente común”. Necesitamos volver a distinguir esas dos prácticas. Yo puedo defender los derechos de ambos, pero a la vez debo señalar con mucha claridad que cuando se reprime al que protesta se reprime a alguien que está haciendo algo bueno y útil para la sociedad, en tanto que cuando se reprime al que delinque se reprime a alguien que está haciendo algo dañino. Si no logramos volver a distinguir estos elementos, será muy difícil disputar las representaciones sobre la realidad.

--En los últimos días se agudizaron rasgos preocupantes en el accionar del gobierno en términos institucionales: el nombramiento por decreto de dos jueces en la Corte Suprema, la apertura de sesiones ordinarias con un Congreso fuertemente custodiado y sin el ingreso de la prensa al recinto, el ataque a un diputado nacional en el marco de la asamblea, y la amenaza de intervención a la provincia de Buenos Aires, son algunos ejemplos. ¿Observa en esto un riesgo para la institucionalidad democrática?

--Bueno, esto se vincula a otro debate que vengo intentando abrir ya hace más de un lustro, con muchos enojos en gran parte de la comunidad académica de historia y ciencias sociales, que es el debate no solo sobre la institucionalidad democrática sino sobre el posible carácter fascista o neofascista de este momento histórico, algo que va bastante más allá de un gobierno determinado, porque de hecho cuando inicié el debate Milei ni siquiera era candidato a nada. Pero sí, efectivamente cada día este gobierno da un paso más en el quiebre de la institucionalidad y el diálogo político: los ataques y agresiones diarios en las declaraciones presidenciales o particularmente en sus expresiones en redes sociales, desde “tiemblen zurdos” hasta “ratas K” o “cucarachas K”, entre otras; la represión de la protesta, en particular cuando es desarrollada por sectores populares, las causas judiciales contra organizaciones de base, los arrestos en la vía pública de manifestantes y el armado de causas judiciales contra los mismos, el “doxeo” en redes sociales y las constantes amenazas por parte de las “milicias digitales”, las provocaciones en las movilizaciones masivas. Y sumemos estos días la designación por decreto de dos miembros de la Corte Suprema que no cuentan con el apoyo parlamentario y la agresión física, que no es la primera, a diputados nacionales... Pero todo esto, como planteo en La construcción del enano fascista se venía incubando ya desde la respuesta oficial ante la desaparición de Santiago Maldonado, en la segunda mitad de 2017 e incluso la persecución y hostigamiento a su familia, muy en especial a Sergio... ¿Qué necesitamos para identificar los riesgos? Creo que el momento para actuar es cuando estas prácticas están en sus primeras etapas. Una vez que se permiten estas acciones... ¿cómo poner un límite? No hemos vivido, desde el fin de la dictadura, nada parecido a lo que estamos viviendo desde 2017. Pero mucho menos desde la asunción de este gobierno. Por eso esto no nace con Milei, porque Bullrich ya fue ministra de Seguridad y ya había comenzado estás prácticas, que ahora se vuelven más graves. Creo que, al conectarse con un fenómeno que no es solo argentino sino internacional, introduce un riesgo mayor. Ese desafío nos interpela a todos, pero el momento de actuar es ahora. Podemos recobrar la institucionalidad democrática o avanzar en una deriva cuyo final desconocemos, pero que no augura nada bueno para la mayoría del pueblo argentino.

--¿Cuál debería ser la respuesta ante ese escenario?

--La respuesta debe ser a varios niveles: recuperar la calle como espacio de protesta, restaurar el diálogo político para crear un cordón que impida el avance fascista y ser capaces de revisar los errores propios para recuperar la capacidad de interpelación de las mayorías y muy en especial de los jóvenes. No es sencillo, pero sí indispensable.