Cuando Apocalyptica Plays Metallica by Four Cellos llegó a las disquerías, parecía no haber más contenido para esa única e irrepetible ocurrencia bizarra. El del heavy metal es un submundo por el que orgullosamente desfilan tantos tipos de seres –freaks, melómanos, outsiders, sociópatas, gente demasiado común, entre otros–, que escuchar a cuatro fineses sentados en sillas ejecutando versiones acústicas de Metallica con violonchelos despertaba un moderado grado de sorpresa. Llegó al punto de convertirse en un CD acurrucable justo al lado de Load, que había salido apenas cuatro meses antes y, a la espera de que explotara el fenómeno del metal sinfónico, cuando muchos músicos europeos redescubrieron el poder de lo clásico en sus sintetizadores. Casualidad o no, tres años después Metallica editaría S&M, un disco en vivo junto a la orquesta sinfónica de San Francisco.
Al parecer, ese carácter experimental no sólo llegaba a la intuición del consumidor: era la real vibra en las entrañas de la banda, por entonces conformada por cuatro músicos clásicos graduados, según desnuda el chelista Eicca Toppinen desde su casa en Helsinki, antes de llegar a la Argentina para dar homenaje, precisamente, a ese primer disco. “Por supuesto que los primeros pasos no fueron para nada profesionales... Empezamos a tocar metal por diversión, sólo con violonchelos, sin amplificadores, al servicio de la música de Metallica, secundados por un par de micrófonos y una maquinita, y sin ningún tipo de experiencia en estudios –recuerda–. Claro que ahora manejamos otro profesionalismo. Lo que se mantiene es la llama que nos llevó a tocar juntos por más de 21 años y, sí, todavía seguimos siendo amigos de Metallica”.
El cuarteto devino en quinteto en 2005, cuando agregó al baterista Mikko Sirén al plantel estable, cambio que se trasladó a su sonido y concepción musical hasta la fecha. Así formalizó el cambio anticipado en el imprescindible Reflections, de 2003, con colaboraciones de Dave Lombardo en batería. Ahora regresan a Buenos Aires para recordar su trabajo debut con un show especial, hecho a medida del homenaje. El encuentro será hoy a las 21 en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125) y Toppinen promete una doble sección: “La primera mitad va a estar dedicada a reproducir el disco entero a la vieja escuela; después de un intermedio, se va a sumar la batería para hacer más canciones de Metallica, incluso algunas que nunca grabamos hasta ahora. Va a ser una linda mezcla, esperamos divertirnos”.
Lo que dice el chelista es que la banda planea pasar por alto el material de Shadowmaker, su última producción de estudio. Editado en 2015, es el primer álbum que cuenta con un cantante fijo –el estadounidense Franky Pérez, también guitarrista de Scars on Broadway junto a Daron Malakian– durante todo el recorrido, y no sólo algunas canciones cantadas por voces invitadas, como solía ser hasta entonces, con los casos de Till Lindemann (Rammstein) o Corey Taylor (Slipknot) como ejemplo. “Pensamos que sería más colorido armar un set estable, siempre con un mismo vocalista. Quisimos simplificar, concentrarnos en la composición”, concede el chelista. “En esta gira, los sets son completamente instrumentales, por eso estamos ansiosos por volver a Sudamérica, donde el público está totalmente loco. Esperamos que sean ustedes los que canten”.
–El sonido y la conformación del grupo variaron, especialmente desde Reflections, hasta parecer, por momentos, una banda más tradicional. ¿Qué búsqueda hay detrás de esos cambios?
–Mucha gente nos lo comenta. Algunos hasta se quejaron por “no escuchar los chelos apropiadamente”, pero los chelos y las guitarras se pueden confundir con facilidad. Nosotros no pensamos en eso. Cuando hacemos un disco, lo único que queremos es armar una colección de buenas canciones y hacer que suenen lo mejor posible. En ese camino, siempre terminamos cruzando algún tipo de línea roja que hasta el momento no habíamos atravesado.
–Existe un vínculo entre cierto heavy metal y alguna música clásica. ¿Cómo lo experimentan ustedes, que se alimentan de ambos mundos?
–Todos los géneros tienen algo en común: la intención de transmitir emociones. Por eso escucho todo tipo de música, llego a encontrar cosas que me interesan incluso en la música electrónica. Lo que comparten el metal y alguna de la música clásica es el hecho de querer ser bombásticas, poderosas, grandes, enérgicas. Ambos suelen invocar ambientes oscuros y, en algún punto, ambos pretenden ser serios. Pero no se puede generalizar mucho más.
–Apocalyptica se instaló como una banda pesada sin usar distorsión ni doble bombo. ¿Qué hace falta para tocar heavy metal?
–Actitud. Nuestra música suena a heavy por la forma en que la tocamos, aun cuando el formato es acústico. De adolescente era un gran fan del metal, que en esa época era como punk, con el thrash y todo eso. Era revolucionario, casi anárquico. Ahora, muchas veces siento que esa anarquía desaparece hasta convertirse en algo más amable, más seguro. A veces no encuentro el real nivel de electricidad y actitud, alguna parece música para gente vieja, pero con mucha distorsión y doble bombo. Eso no la hace metal. Alguna música electrónica, algún DJ, puede llegar a ser más metalero. Lo esencial es la intención de desafiar, siempre.