El presidente Donald Trump arrancó su mandato con un tono que bien podríamos llamar de “mileísta”. Comenzó diciendo (aun durante la campaña) que los migrantes son unos miserables asesinos violadores delincuentes drogadictos narcotraficantes y basuras. Así, de un tirón y sin tomar aire. Y entonces, brigadas parapoliciales de ciudadanos norteamericanos de bien se dieron a la tarea de cazar mexicanos en las calles, los campos y hasta en las paradas de colectivos y estaciones de servicios. Vimos a los deportados encadenados bajar de los aviones. Esto duró hasta que los inmigrantes decidieron esconderse y varios estados se quedaron sin mano de obra y los muy blancos dueños de los campos y supermercados y empresas de transporte pusieron el grito en el cielo.

En el segundo momento, ya asumido presidente, la no sorpresa de su comportamiento aumentó: “Estados Unidos no necesita de nadie. El mundo necesita de nosotros. Nosotros no los precisamos”. Y a partir de ahí, ninguneó a cuanto país se le cruzó por la cabeza y, no conforme con el gesto político, decidió aplicar de manera unilateral un 25% de impuesto a las importaciones de cualquier tipo a Argentina, Canadá, México y China. A Argentina le cayó el primer palazo sobre nuestras exportaciones de acero y aluminio hacia EE UU, gesto que Milei agradeció emocionado por haber sido el primer país tenido en cuenta por su fabuloso, olímpico y admirado par estadounidense.

El tercer acto del asunto en cuestión fue la reacción de México, que tuvo que escuchar como Trump los tildó de asesinos y narcos, mientras anunciaba que la expulsión en masa de los mexicanos era cuestión de horas. La presidenta Claudia Sheinbaum, con la calma tensa que los cirujanos deben tener a la hora de clavar el bisturí, le respondió con un “tatequieto” que le movió al otro el rubio jopo y pactaron treinta días al cabo de los cuales el tal Donald anunció el arancel del 25% de impuestos a las importaciones mexicanas. Sheinbaum, como buena mexicana de ley, llamó al pueblo a plaza pública para anunciar las medidas contra EE UU. Y allá fue el gringo de nuevo a recular en chancletas, entonces la presidenta de México, como buena mexicana de ley dijo: ¡Igual nos juntamos en El Zócalo y armamos parranda con músicos y fiesta y todo el cuento!

Las reacciones de Canadá y China no fueron ni tan sutiles ni con gestos pintorescos. El presidente Trudeau dijo que Trump buscaba un colapso total de la economía canadiense porque eso facilitaría anexionarlos. Y que “Eso nunca va a suceder. Nunca seremos el estado número 51", y acto seguido anunció reciprocidad a la medida de los aranceles. Y el gobernador de otra provincia canadiense, visiblemente enojado, dijo que dejaría a EE UU sin energía eléctrica. Y Donald Trump llamó a una nueva instancia de negociación, con el tono tan bajo como el espíritu.

El embajador chino en Estados Unidos, demostrando que Trump ya los tiene hasta las rodillas con su comportamiento, dejo de lado la muy famosa paciencia china y dijo que "Si lo que Estados Unidos quiere es una guerra, ya sea una guerra arancelaria, una guerra comercial o cualquier otro tipo de guerra, estamos listos para luchar hasta el final".

O sea, el tipo consiguió hartarlos a todos.

No es difícil suponer que estos tres países hablaron entre ellos, frente al enemigo común que pretende avanzar con torpe prepotencia rompiendo pactos históricos preexistentes. Cualquiera que lea un poco de política internacional, sabe que fue una acción en conjunto, donde ninguno de esos países intentó ver que podía conseguir hablando por la espalda abandonando a los otros países, porque como bien decía mi tía Gladys: no es lo mismo por la espalda que por atrás.

Esto trajo, al menos en la Argentina, una discusión de dos lados. Uno dice que México, Canadá y China hacen esto porque tienen poder, y otros postulan que es al revés, que tienen poder porque hacen estas cosas.

La vuelta de esa tuerca tiene correlación en Argentina, que supo ser un país poderoso salvo en los momentos de gobiernos no populares, donde ese poder se usó contra los argentinos. Exactamente como ahora.

Ahora bien, al revés de lo hecho por Trudeau, Sheinbaum y Xi Jinping, Milei no esperó a que Donald Trump lo ninguneara: se apuró a ningunearse a sí mismo para ganarles en velocidad y eficiencia a todos en cualquier categoría. En nombre nuestro, claro. Como cuando dijo que Argentina había decidido salirse de los BRICS y luego decir que Argentina (o sea, todos nosotros) no negociaba con comunistas.

Y aquí se abren otros escenarios. Axel Kicillof comienza a reunirse con Brasil, China, India, buscando negocios para la Provincia de Buenos Aires y eventualmente para otras provincias. La Provincia de Buenos Aires se acerca así a los integrantes de los BRICS, cosa que esos países notan al momento y ven allí una posibilidad. Y claro que tal muestra de poder no sería perdonada así como así por Javier Milei. No le perdonaría de ninguna manera ese contrapunto físico de que el gobernador de la provincia se levante mientras él se agacha.

El segundo escenario, deseable pero que no sucedió, era que los gobernadores de las otras provincias cuyas poblaciones están y estarán irremediablemente jodidas, se sumaran al gesto y las negociaciones en favor de sus gentes y, a nombre del tan mentado federalismo, dieran una muestra de decencia y de poder después de un año de todo tipo de insultos y basureos.

Pues parece que, a diferencia de aquellos países, nuestros gobernadores y sus senadores todavía no se hartaron de que los basureen, y en cambio trataron miserablemente de conseguir alguito para ellos en detrimento no solo del país sino de sus propias gentes.

La forma en que lo hicieron fue sencilla: por atrás. Y así no se para a un cabrón.