"Este oficio nos confronta a diario con lo inesperado", escribe el psicoanalista Néstor Marcelo Toyos en su nuevo libro, La cuerda floja (Editorial Letra Viva). Y no es poca cosa esa frase si se piensa en la pandemia del Coronavirus, época en que el autor escribió buena parte de los artículos que componen el volumen y que, leídos actualmente, a cierta distancia temporal, permiten trazar un mapa de cómo se puede pensar el psicoanálisis a futuro. Si sobrevivió a dos guerras mundiales, ¿por qué la teoría creada por el neurólogo austríaco Sigmund Freud no iba a sobrevivir a semejante tsunami, a ese Real, imposible de simbolizar, que fue al principio, la pandemia? Toyos da cuenta de su oficio, abre debates, genera ideas. En definitiva, su libro cumple con lo que debe hacer un buen libro: hace pensar. Y jugando con las palabras del título pone contra las cuerdas a una forma anquilosada y no dispuesta a abrir interrogantes sobre el psicoanálisis post-pandemia. "Creo que toda escritura es una manera de sobrevivir, pero de esos tiempos tan brutales de la pandemia es muy probable que especialmente escribir haya sido un instrumento para mí", confiesa el autor en la entrevista con Página/12.

Toyos es médico, egresado con Diploma de Honor de la Facultad de Medicina (UBA). Especialista en Psiquiatría y Psicoanalista. Ha sido Jefe del Servicio de Psicopatología del Hospital Diego E. Thompson y Docente Asociado del Depto. de Salud Mental de la Facultad de Medicina (UBA). Es Magister en Neuropsicofarmacología (Universidad Favaloro) y Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), de la cual es actualmente Secretario Científico. Autor de numerosas publicaciones sobre temas psicoanalíticos en revistas nacionales e internacionales. En 2012 recibió el Premio de la Federación Latinoamericana de Psicoanálisis por su trabajo "El asunto sexual freudiano". Es autor del libro Sustancia Freud. Sobre el psicoanálisis y su lugar entre las ciencias (Ed. Letra Viva).

-¿Cómo imaginaba en ese momento el psicoanálisis post-pandemia y cómo cree que resultó?

-Voy a hablar por mí. La pandemia fue inicialmente un desafío que tuvo que ver con actuar, con hacer cosas tanto a nivel personal (adaptarse a lo que es vivir aislado) como a nivel profesional. El psicoanálisis fue una de las prácticas que mejor pudo sobrevivir porque el pasaje a las pantallas, por supuesto nos quitó cosas, pero prácticamente no nos impidió seguir trabajando en ningún sentido. Por lo menos en el ámbito privado. Siempre me pregunté -y no lo pude investigar- si en el ámbito público, desde un hospital o desde una institución de salud no debe haber sido tan fácil tener los instrumentos tecnológicos para adaptarse, pero los psicoanalistas nos adaptamos rápido. En los primeros momentos no pensamos mucho, sino que instrumentamos, hicimos. Implicó una gran flexibilidad. Eso tiene mucho que ver con el libro porque la cuerda floja, entre otras, cosas para mí implica admitir la flexibilidad, salir de las rigideces, de los esquemas. Y por supuesto la pandemia nos produjo un shock de flexibilidad enorme que continúa hoy, más para bien que para mal. Puede haber algunas evitaciones de la presencialidad, del cuerpo a cuerpo, que por ahí sería mejor que no ocurran, pero en general creo que nos ha expandido las posibilidades de trabajar.

-Tras la pandemia muchos analistas ofrecen terapia por internet o por videollamadas. ¿Qué lugar le queda al cuerpo si se utiliza el ciberanálisis?

-El lugar del cuerpo en el análisis, por lo menos como yo lo entiendo, nunca ha sido un lugar de directo, siempre ha sido un lugar mediatizado por algo, mediatizado fundamentalmente por la palabra. En ese sentido, hemos hablado mucho de la pérdida del cuerpo, del contacto, de la cercanía, pero el cuerpo ya estaba perdido desde antes porque, como dije previamente, en el análisis está siempre mediatizado el cuerpo por la palabra, por una cierta distancia. Por supuesto, esa distancia aumenta cuando se pone una pantalla en el medio, pero no creo que haya una pérdida esencial del cuerpo por el pasaje a las pantallas. Evidentemente, es otra cosa, creo que hay una cuestión ahí del estilo de cada analista y hay analistas que pueden que pueden trabajar perfectamente bien en las pantallas. Y hay también abusos de las pantallas y situaciones de cierta cosa pragmática. Por ejemplo, hay mucha gente que ha dejado de atender en los consultorios, directamente no fue nunca más a los consultorios y siguió todo por las pantallas. Son elecciones.

-¿Hay algo que lo virtual no va a lograr sustituir a pesar de que muchos sujetos recurran a la práctica psicoanalítica a distancia?

-Seguramente hay algo que lo virtual no va a lograr sustituir, pero la vida, el desarrollo, los cambios siempre tienen que ver con duelos y con pérdidas que uno trata de elaborar y que no terminen destruyendo su práctica, pero yo creo que las prácticas, el conocimiento siempre avanzan en función de las pérdidas. Entonces, no hay que tener una posición nostálgica con respecto a las cosas que hemos ido perdiendo, y reinscribirlas en en los nuevos dispositivos y en las nuevas formas de relacionarnos y de trabajar, y los nuevos instrumentos. O sea, sí hay pérdidas, pero tampoco es una novedad que haya pérdidas.

-¿Es posible, entonces, el reemplazo del diván?

-Es totalmente posible el reemplazo del diván. El diván desapareció drásticamente y tiene que volver a ser lo que fue para Freud: un instrumento del estilo de cada analista. Cuando Freud instrumenta el diván, lo instrumenta a partir de su comodidad. Dice: "A mí me resulta cómodo cortar el circuito de la mirada, que el paciente no me esté mirando, bloquear la mirada del paciente. A mí me resulta cómodo, pienso mejor, trabajo mejor". Es posible el reemplazo y, de hecho, lo hemos perdido en gran medida y lo recuperamos los que nos sentimos bien trabajando con diván todo lo que podemos. En mi caso, cada vez que lo puedo usar, lo uso.

-Se decía que la pandemia podía derivar en un mundo mejor y más solidario. Se dijo mucho eso en pandemia y no es así. ¿Por qué cree que prima el egoísmo y el individualismo y no se hizo carne el valor de lo colectivo después de un tsunami como el de la pandemia?

-Primero, me parece que era pedirle mucho a la pandemia que cambie el mundo y lo transforme en un paraíso, en un nuevo mundo de felicidad y de amor. A lo mejor, no tenemos que renunciar a eso, pero evidentemente coincido con usted en que no es lo que está sucediendo. Es inevitable que te venga a la cabeza la famosa frase o sentencia, casi diría, de Gramsci y que la repetimos tanto: cuando un momento de la humanidad está terminando y está empezando uno nuevo, en ese que todavía no termina o no comienza, en ese intermedio surgen los monstruos. Estamos viendo que, en gran medida, surgieron los monstruos, monstruos viejos, renovados, reciclados y nuevos que están imponiendo un orden de cosas en este momento que no va en la dirección de aumentar la solidaridad, los emprendimientos colectivos, los lazos sociales. Hay un impasse muy grande, muy peligroso y muy difícil. Estará en los que pensamos y trabajamos en función de esa concepción del ser humano (que pasa por la solidaridad, los lazos sociales, el amor) instrumentar nuevas formas, poder soportar que éste es un momento de gran pérdida, en ese sentido, y poder estar siempre dispuestos a crear nuevas formas de lazos porque también ahí hay duelos para hacer. No vamos a volver a relacionarnos como nos relacionábamos antes. Tiene que ser otro tipo de relación. Hay que estar abierto a una gran variación en las maneras de relacionarse, pero no es el momento en que eso esté predominando.

-El título del libro alude a estar en la cuerda floja y en el epílogo habla de tensionar la cuerda. ¿Son dos momentos que atravesó usted particularmente en pandemia?

-Tensionar la cuerda tiene que ver con una suerte de dialéctica, donde es inevitable que cuando las cosas se aflojan, uno puede en ese momento de flojera pensar e incluso sacar cosas impensables, imprevistas, que puedan tener que ver con el bien de de cada uno. Eso, en una visión optimista. También hay después un movimiento de tensión que es medio inevitable. Seguramente tenga que ver con cosas personales, con amigos, incluso uno muy íntimo que murió en la pandemia. Pero lo veo como un movimiento inevitable. La flojedad de la cuerda es un momento que hay que poder aceptar, como digo en el libro, con aquiescencia, con tolerancia, pero después hay un movimiento inevitable de tensión.

-Algo que señala en el libro es que el discurso hegemónico que prevaleció en la pandemia no fue el religioso, sino un mix entre el científico y el político. ¿Le resultó llamativo esto en particular?

-Yo hablo de Argentina fundamentalmente, y del sector del mundo occidental al que uno puede tener acceso. Vengo de una formación muy cientificista y he hecho el duelo de eso todo lo que pude para poder ser psicoanalista, para poder pensar el psicoanálisis, pero en momentos en que la cosa aprieta como la pandemia, creo que ha sido una ventaja que el discurso científico haya estado por delante del religioso (que, de hecho, estuvo presente en ciertas interpretaciones catastróficas, que estaba por venir el fin del mundo, que estábamos frente al apocalipsis) y el esfuerzo, el trabajo científico, el manejo de la pandemia en muchos lugares y en Argentina, en particular, yo creo que ha sido bastante eficiente. Habría sido peor si no se hubieran hecho las cosas que se hicieron. Que hayan prevalecido el discurso científico y político me resultó auspicioso. Y llamativo en el sentido de que, en un momento en que podríamos haber quedado capturados por fantasmagorías religiosas y que podría haberse producido una especie de pánico social desmesurado (porque pánico social hubo), el acotamiento que se produjo desde la política, tanto a nivel internacional como nacional, nos salvó de una catástrofe mayor.

-En determinado pasaje del libro cuestiona ese pensamiento que señalaba que la pandemia nos igualó frente a la muerte a escala global. ¿Qué crítica le realiza a esa mirada de la que se habló y se escribió al respecto?

-Es obvio que la muerte no afectó a todos los países, a todas las comunidades y a todos los grupos sociales de la misma manera. O sea que esa igualación es una metáfora bucólica de la humanidad. Las diferencias enormes que hay en las sociedades no solo no desaparecieron, sino que se hicieron más evidentes en la pandemia: el acceso a las vacunas que tenían más facilitados algunos países que otros. La presencia de gestiones de Estado que pudieron poner a disposición de población vacunas en forma masiva sí es una medida de igualación muy importante, pero hubo muchos otros lugares y situaciones en donde no ocurrió claramente. Creo que es un pensamiento, en cierto sentido religioso, que las catástrofes igualan.

-En otra parte del libro señala: "No siento la menor necesidad de ampliar el psicoanálisis a la cultura de época, ni mucho menos ajustarlo a la neurociencia". ¿Cómo conviven en usted, que también es médico, el discurso científico de la medicina y el del psicoanálisis?

-Es difícil. Son campos disciplinares inconmensurables; es decir, no se tocan. Es más: yo pienso el psicoanálisis como una ruptura con el campo de la ciencia y de la neurociencia. Freud era neurólogo y lo que produjo Freud es una ruptura. Y hay una polémica muy rica y muy interesante en este momento, en que hay todo un sector de psicoanalistas que piensan que la neurociencia de hoy, la moderna tecnología que ha permitido la explosión de conocimiento sobre el cerebro en los últimos 30 o 40 años es la oportunidad para que el psicoanálisis se complete; es decir, "lo que Freud no pudo hacer con los conocimientos neurológicos de su época, ahora lo podemos hacer, entonces completemos el psicoanálisis". No es mi mirada, creo que no hay nada que completar. Freud intentó usar la neurología, utilizó la que él conocía hasta donde pudo, y de ahí en adelante inventó otra cosa, inventó el psicoanálisis, que es otro campo, es otro discurso. Y en mí conviven, cuando por una cuestión clínica del trabajo con un caso determinado, debo utilizar elementos, básicamente psicofármacos para trabajar con un paciente; a veces me ocupo yo, a veces se lo derivo eso a algún otro colega, pero para mí son campos totalmente distintos. Son distintas maneras de aliviar el sufrimiento y me parece que el alivio que la medicina y la psiquiatría da al sufrimiento psíquico es muy importante y para nada hay que dejarlo de lado, pero es otro campo, es otra forma, es otra aproximación. En muchos casos funciona muy bien paralelamente, en forma conjunta.

-Usted recupera una opinión del recordado Germán García, quien dijo, "No hay temas más o menos psicoanalíticos, sino una manera psicoanalítica de abordar cualquier tema".

-Sí, coincido totalmente con eso.

-¿Cree que se valora esta mirada sobre el psicoanálisis en los distintos campos profesionales o hay una crítica a los psicoanalistas por esto?

-Hay una crítica los psicoanalistas por esto, seguro. Hace un par de días, fui a ver una obra de teatro que está hace bastantes meses, Café Central. Hay mucho para decir de esa obra. Se desarrolla en Viena entre 1913 y 1933, en un café muy típico de Viena, en ese momento. Juntan allí, dialogan y tienen una tertulia, muchos intelectuales de la época, incluso aparece Hitler por ahí. Y aparece Adler, que fue, en un primer momento, un discípulo de Freud, y que después se peleó con Freud. Es muy curioso, entre otras cosas, que Adler aparece sobrevalorado a Freud. Y aparece sobrevalorado yo creo porque Adler tenía una posición, donde el psicoanálisis tenía que adaptarse a la política y a lo social, ya en esos primeros momentos. Entonces, creo que esa obra, por ejemplo, tiene una visión crítica sobre Freud, justamente porque piensa que el psicoanálisis se excluía mucho de lo social. Fue una polémica que ya se dio entre Freud y algunos discípulos, por ejemplo, Adler. Los psicoanalistas no piensan en función de lo social, sino que piensan en función de una subjetividad distinta que, por supuesto, puede desarrollarse mejor en ciertos medios sociales que en otros. Eso por un lado. Por otro lado, quiero decir también que la presencia de los psicoanalistas en la cultura y en las sociedades es muy importante, pero aportan lo suyo, como lo puede aportar un artista, un escritor, un científico. Por ejemplo, en la época de la pandemia escuchábamos a los científicos en televisión que se sentaban a explicarnos cómo funcionaba el virus y cómo había que prevenirlo, pero que eso se llevara a la práctica era una cuestión política. Los científicos o la ciencia en sí misma no podían decir nada si no había una política que lo implementara. Entonces, con el psicoanálisis es lo mismo: los psicoanalistas vamos, hablamos cómo nos gusta que sea la sociedad y cuál es el mejor mundo para la gente. Ahora, el psicoanálisis es bastante impotente para que ese mundo se produzca. Los políticos ya son bastante impotentes.