Aída Bogo de Sarti era charlatana. Chiquitita, pizpireta, con voz aguda. Madre de Plaza de Mayo desde las primeras rondas de mujeres desesperadas por saber dónde estaban y qué había hecho la dictadura cívico militar con sus hijes, siempre estuvo dispuesta a compartir su historia. “Una de las cosas que nos salvó fue haber podido reunirnos en Plaza de Mayo”, destacó en una de las tantas charlas que compartió con estudiantes de escuela primaria en la provincia de Buenos Aires. El sábado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, Aida falleció a los 95 años. Fue amorosamente despedida por sus compañeras de pañuelos blancos. “Las madres vamos despidiéndonos de a poco, dejando el mejor legado que podemos”, apuntaron en un comunicado que difundió la Línea Fundadora de Madres.

Aída nació en Argentina en 1929, pero vivió los primeros años de su vida en España. regresó al país de la mano de su mamá y se instaló en la Ciudad de Buenos Aires. Allí se convirtió en costurera, trabajó en una sastrería importante del microcentro porteño –allí se sindicalizó– hasta que se casó con Julio Sarti. Ella peronista, él con influencias de izquierda, forjaron una familia en donde la política con perspectiva en derechos para las mayorías solía circular. Tuvieron dos hijas, Beatriz, la mayoor, y Claudia. Durante la década del ‘70, Beatriz se sumó al ERP. Fue secuestrada en 1977 y, desde entonces, permanece desaparecida.

La familia Sarti Bogo vivió los primeros años de sus hijas en el sur de la Ciudad de Buenos Aires y luego se instaló en Remedios de Escalada, Lanús. De esa casa familiar, Beatriz se fue pocos meses antes de la instalación del terror en el país con el último golpe cívico militar eclesiástico. “‘¿Por qué te vas a ir?’ le pregunté. Para mí era un mundo que no podía ser”, reconstruyó la Madre de Plaza de Mayo durante una charla con estudiantes bonaerenses. En abril de 1976, Aída, Julio y Claudia sufrieron el primero de tres allanamientos. “Nos separaron, no sabíamos lo que estaba pasando con el otro, me rompieron las puertas, se llevaron todo cuanto se le dio la gana menos los muebles, me dejaron todo tirado”, recordó la Madre de Plaza de Mayo en uno de los testimonios que sumó al libro “Las viejas”, editado por Marea. La patota buscaba a Beatriz, pero la hija mayor ya no habitaba la casa familiar.

A Beatriz Sarti la secuestraron en mayo de 1977 en Monte Chingolo, Lanús. Y entonces, la búsqueda fue incansable y caótica, como la de la mayoría de madres y padres cuyos hijos eran cazados por las patotas de represores. Iglesias, oficinas de Gobierno, comisarías, regimientos.

En tren de presentar un hábeas corpus por Beatriz, un lunes, Aída conoció a Adelina Dematti de Alaye, mamá de Carlos Alaye, secuestrado mismo día y mes que la hija de Aída. “Las dos nos pusimos a llorar. Y al vernos llorar a nosotras, lloraban todos”, la cita el libro “Las Viejas”. Al día siguiente se sumaron a la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Una tarde, Aída siguió a Adelina. “Me voy, me voy a la plaza´´, y yo le dije ‘¿qué plaza?’, ella no me llegó ad ecir que salió corriendo”. La recibió Azucena Villaflor en la Plaza de Mayo con una pregunta: “¿A vos qué te pasa?”. “Supongo que lo que les pasa a todas acá”, le respondió la mamá de Beatriz. Luego vinieron , otra vez, las lágrimas. Así se sumó a las Madres de Plaza de Mayo.

“Que desapareciera mi hija fue una cosa terrible y lo sigue siendo”, contaba en las charlas que solía dar hasta no hace mucho tiempo. “Fue un antes y un después” para su vida, completaba. Sumarse a las Madres, insistía, era de las cosas que la habían salvado de “la atrocidad” de no saber qué pasó con Beatriz. No abandonó más la calle y la lucha. Hasta hace algunos años fue la encargada de organizar el Archivo de la línea fundadora de la agrupación. “A cualquier madre que le hubiera pasado lo mismo hubiera salido a la calle. Somos el ejemplo al habernos enfrentado miles de veces con la dictadura”, opinó en una de sus exposiciones.