Ya a punto de publicar esta nota en Rosario/12 se dio la trágica inundación en Bahía Blanca. Llamé al diario para impedir que mí nota saliera: “No debe salir, es terrible lo que está pasando en Bahía Blanca”, pero no logré comunicarme.
En mi nota hablaba de la inundación de Rosario y de la pérdida de libros, pero ahora frente a Bahía Blanca sentía que estaba fuera de lugar.
Sin embargo, en ella era central un homenaje a Beatriz Vallejos, que nunca evitó hablar de la tragedia cuando se topó con ella:
"el paisaje sobre ruedas/ quién sabe/ esotéricos símbolos, quién sabe/ casualmente de otros/ arrojados:
podridas gomas,/ podridas hojas.
Esa zapatilla en el barro/ perdió su pie, quién sabe…"
Entonces escribo esta introducción y vuelvo a mandar la nota al diario.
Llovió de esa manera fatal que hace que en momentos precisos cambie nuestra relación con la lluvia. Basta que el calor se ensañe por días para que la lluvia sea un deseo colectivo urgente.
No se pide, se truena al cielo que llueva, que el agua alivie la dureza del calor, pero la lluvia que fantasea el deseo es mansa y eficiente y se mira caer detrás de una ventana, o en la calle con la nariz debajo del paraguas.
Distinto es si la lluvia se precipita como el oleaje de un mar embravecido donde no hay playa de arena sino techos con desagües que no dan abasto y rejillas tapadas de basura que obliga al agua a escurrirse por las grietas a la velocidad del rayo, y el mundo de cada interior donde se guarda la gente queda expuesto e indefenso, paralizado.
Rosario sufre lluvias violentas; en una lluvia descomunal que fue una catástrofe no sólo para los árboles más débiles sino que avanzó más allá, entre las tantas cosas que dañó también dañó libros.
Una librería: Mal de archivo, mostró las fotos de su desgracia, la gran mesa con libros empapados en pilas desorientadas que se armaron a la velocidad del salvataje hecho en medio del desconcierto.
Otros desastres se le parecieron, más diminutos, íntimos, tan personales como los libros que se dañaron, libros que se fueron reuniendo a lo largo de la vida y que ahora ondulaban deformes sobre una pinotea que rezumaba, tiritando al pie de un ventilador, o intentando mantenerse parados y abiertos sobre las sillas desparramadas bajo el sol (y vi tal… y vi tal otro, y vi…la anáfora borgiana venía justa para una enumeración prolija de los libros dañados), hasta que el “vi” se detuvo en un libro, en realidad un fascículo: “Creadores santafesinos 2004" (auspiciado por la Subsecretaría de Cultura de Santa Fe y por Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral), dedicado a Beatriz Vallejos.
Después del rescate vino la lectura, una inmediata, qué mejor que ponerse a leer en medio del caos, así el resto no entra.
Para las zapatillas chorreando y el silencio y el olor frío del revoltijo convenía la evasión, mirar hacia otro lado.
En el fascículo de Creadores, Beatriz Vignoli escribió sobre la poesía de Vallejos: “Es una poesía que busca la intemperie, y a la vez parece fundarse sobre un deber ético de la felicidad. Esta intransigente fe en la comunicabilidad de lo sublime la haría afín a ciertas tradiciones según las cuales la tarea del artista y del poeta es hacer accesibles aquellas visiones que guíen la evolución espiritual de la humanidad”.
En el mismo fascículo, Celia Fontán escribe: “En el Poema Número 2, incluido en La Hamaca se describe el encuentro con una vecina. Frente a la hostilidad de un camino desparejo, el poema enuncia el vaivén entre la fortaleza ganada en el lenguaje y la fragilidad más íntima que Beatriz comparte con Doña Irma: (...No vaya a ser este tobillo a cuestas/ no vaya a ser un hoy dificultoso/ Tan cerca ya/ Y Doña ¿caminando?...)”
Y mi anotación del 2004, en lápiz, en el mismo fascículo (una intromisión): La poesía de Beatriz se centra en habitar y tomar nota, una intención manifiesta que nunca escapa de su mira, sí lo excelso, no lo persigue. Hay pedacitos que encuentra dentro y fuera de sí que recoge con delicadeza, y lo hace tan bien que al fin lo inadvertido se desata.
En ese fascículo también hay un reportaje a Beatriz, ella dice: "Para la poesía creo en tres principios guiadores: precisión, transparencia y misterio".
Uno de sus poemas escrito a mano termina así:
Firmado con inocente solemnidad
con mis nombres completos:
Beatriz Eulogia Vallejos y Molinari
Tras sombra
Abuelos, de la sombra de aromas
Abren hendijas, silencioso cuidado
Del tintineo de hogar señalan
Nuestros pasos parecidos
De padre y madre
El tiempo que entreabre
Y los niños crecidos,
Del azul iluminado
Regresan distraídos
A entornar apenas.
En las tormentas, la distinta presión del aire mueve las corrientes, más allá de las opiniones que se deslicen en una u otra dirección.
Beatriz Vallejos nunca dejó de alentar su poesía con el soplo de su vida en el rincón que le tocó vivir.